La corriente se los lleve

Entre las 'Ocho millones de maneras de morir' de aquella película protagonizada por Jeff Bridges, a Oliver Stone -que participó en ella como guionista- se le olvidó incluir la 'muerte por éxito' tan frecuente en estos tiempos de masificación. La Feria de Sevilla se ha convertido en un gran evento planetario al que todo terrícola con un conocido en la ciudad o sus alrededores debe peregrinar al menos una vez en la vida, como el mahometano a La Meca. Anoche mismo, cuando ya era hora de sopita y Champions, se me plantaron en casa cuatro argentinos -dos amigos y dos agregados- recién aterrizados en San Pablo a los que hubo que llevar a Los Remedios con jet lag y todo, sin pausa siquiera para una ducha pese a haber embarcado más de veinticuatro horas antes en Ezeiza. Desbocaditos venían… Entre los varios miles de sevillanos puestos en el compromiso, cunde la esperanza de que el caos del AVE y la mala coincidencia de fechas con el calendario festivo madrileño hayan sido pequeños milagros de un demiurgo benéfico para disuadir a los visitantes, porque esto no se puede aguantar.

La Feria es para aborígenes, ahí estaremos todos de acuerdo, y se desluce cuando sobreabundan las despedidas de soltera de tocados con motivos fálicos, los erasmus inhabituados a la ingesta de alcohol desde la preadolescencia, las hinchadas visitantes cuando hay partido europeo -este año toca fuera, menos mal- o esa parejita que parecía tan simpática en la excursión por Santorini en el crucero del verano pasado. Uno de mis colegas de Buenos Aires, en su primer año de residente en la calle Matahacas, se empeñó en que fuéramos un día a encontrarnos con el resto del equipo: «Sos un pelotudo -me reprendió-, debe de haber un millón de personas acá y los únicos en bermudas somos vos y yo». Así de complicada le puse la diversión. Pues vaya usted a saber por qué suerte de ensalmo, el tío ha vuelto casi veinte años después.

Será, tal vez, porque la palabra de moda es 'experiencia', aunque ésta se reduzca más al ámbito virtual: al personal ya le da lo mismo hozar encorbatado entre los socios de Pineda que ponerse una camiseta de propaganda para llenarla de pulpa de tomate en Buñol y existe un consumidor de acontecimientos al que le vale igual la Oktoberfest que un bloco yoruba en el Carnaval de Bahía. El caso es subir una 'story' molona a Instagram para aparentar felicidad. Justo lo que hacen, ahora que lo pienso, los feriantes jartibles cuando te cuentan lo que se animó la caseta anoche en cuanto tú te fuiste.