CRÓNICA JUEVES DE FERIA
Italia es Sevilla con menos casetas
Los habitantes de la gloria vivieron una jornada histórica que estuvo marcada por la elección del nuevo Papa y la semifinal europea del Betis
Jueves de Feria: los famosos acuden al real para ver y ser vistos
Guía de la Feria de Sevilla 2025: fechas, casetas, plano, toros y todo lo que tienes que saber
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Y aparecieron otra vez, brotando como jazmines de los rincones de esta fiesta, las letanías de las excusas, los cómo tú por aquí, los he venido a por una cosa que me dejé ayer, los me han obligado porque hoy llegaba fulanito, y tantas otras ... retahílas que tejen la idiosincrasia de esta perfecta desmesura. Es un arte el desdecirse con guasa, intentar engañarse a uno mismo sabiendo que el éxito nace en el vientre juguetón del fracaso. Lo de ayer, lo de que no venía más, no eran mentiras, eran deseos sin fundamentos, propósitos viciados.
«Qué bonita es la incertidumbre», le decía uno a otro perfectamente maqueado en la puerta de una caseta de Chicuelo. «Sobre todo cuando se planifica, Fernando», le respondía su acompañante dándole un sorbo tímido a la manzanilla, uno de esos que hacen callo en las gargantas castigadas. Y sí, qué hermoso es ese llano salvaje de las posibilidades, qué apetecible la debilidad cuando va revestida de la fortaleza de apurar el más. El más que siempre es poco, el luego que no significa después, sino más tarde. Porque en el más tarde siempre hay un juego ineludible, una cita con el a lo mejor. Y el a lo mejor es un horizonte sugerente, un precipicio lleno de camitas hinchables, de interrogantes que dan abrazos de amistad.
Estamos en el epicentro de esto, en el meollo de la carcajada, en la yema del huevo de la semana en la que no hay días, sino peleas por conquistar a una gloria que se contonea sugerente por los bulevares del disloque. Parad ahí al toro de la primavera, mécelo en la capa del reverso de la chaqueta, que está loquito por hociquear. Lígale las tandas de la ronquera, hazle el desplante de los que se van despacito, sin perderle la cara al desafío de la diversión.
Jueves de zombis elegantes pululando por un laberinto de la alegría sobre el que se cernía un gris practicable que tenía más ganas de contrarrestar al bochorno que de llamar al agua. Brisitas canasteras, evocadoras, que acunaban a un mediodía transitable, en el que se podía dar garbeos sin agobio por un real que parecía echarse una cabezaíta mientras sus crías disfrutaban de una rumbosa tranquilidad. Aquí no hay tiempos muertos, porque manda la vida, la que se desmelena por las callejuelas anárquicas de la libertad. La que va sin grilletes, sacándole la lengua a un mundo envidioso que quiere copiarle la huella.

Tarde de móvil sobre las mesas verdes, apoyado en los vasos o acomodado en las guirnaldas de tuyas que revisten a los postes; amigo de los desorientados, casa de los que tienen el equilibrio en lista de espera. Avisaba desde lo lejos la Giralda con su repique de que ya teníamos Papa. La gente lo cantaba como un gol, lo celebraba brindando, como si el espíritu santo fuese un colega íntimo que ya se ha podido escapar del trabajo para dejarse caer por Gitanillo de Triana. León XIV, repetía uno muy serio como si hubiese estado en su quiniela desde el principio. Se armaban tertulias y podcasts espontáneos que solo podrían ser transmitidos por las ondas piratas de la ebriedad. «Tiene cara de güena gente, tiene cara de güena gente», sostenía un señor mientras le daba caladas a un Marlboro.
Estábamos en la ciudad de los cielos tangibles, pero había una gran parte del alma de la polis en Italia. Y no porque el de aquí al lado fuera igual de inclinado que la Torre Pisa, más bien era porque las noticias de las pasiones llegaban desde allí. Así lo hizo saber el tipo del grupito que animaba una caseta de Pepe Hillo: «Entre la fumata blanca y el Betis, no me echáis cuenta ninguna». Tenía razón, los ciudadanos del manicomio de la cordura andaban igual que los chiquillos en un recreo, recolectando del exterior, de otras galaxias desconocidas, los imputs que perforaban la burbuja de la magia.
En Pascual Márquez se calentaba el ambiente con la previa del partido contra la Fiorentina. La Peña Cultural Bética Puerta de la Carne era un hervidero en el que ondeaban servilletas al tiempo que se entonaba el himno, una embajada de la calle Tajo en la que sobrevolaba esa leyenda hecha sentimiento que excede fronteras, tiempos y edades. La noche se hizo verde, del color de la esperanza, de la ilusión, de los quiebros de los corazones nobles apoderados del nervio de las citas grandes. También blanca, como la paz que había pedido el sumo pontífice, como la mayonesa que dibujó un lamparón en la chaqueta del chavea que muy solemne, animado por la inspiración de la juma que llevaba encima, se acercó a un tipo que acababa de terminar unas sevillanas, y le soltó muy serio: «La de mentiras que contaría yo si supiese cantar». Pues eso, qué bonita es la incertidumbre, qué bonitas son las mentiras camufladas de verdades. Qué bonita es la Feria, que avanza al ritmo exacto y preciso para que la admiremos. Y, ojo, que como decía una flamenca a su amiga: «Y mañana (hoy), es viernes». Cualquier cosa.
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