cultura
Los tesoros de la Caridad en el Museo de Bellas Artes: ver para creer… o quizá, creer para ver
La exposición de las obras originales de la iglesia de la Santa Caridad ofrece una oportunidad de contemplar, como casi nunca antes, obras de arte excepcionales pero desnudas de su función catequética
Exposición de los tesoros del Hospital de la Caridad en el Museo de Bellas Artes de Sevilla: fecha, reservas y todas las obras
En imágenes, exposición con las grandes obras de la Caridad, ahora en el Museo Bellas Artes
Sevilla
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Iniciar sesiónPocas exposiciones puede haber tan interesantes como la de las principales obras artísticas de la iglesia del Señor San Jorge de la hermandad de la Santa Caridad en el museo de Bellas Artes. Y, sin embargo, su origen es meramente casual -tanto si el ... azar existe como si es una suerte de mueca de la Providencia- debido a las obras de consolidación del templo, afectado por la rehabilitación de las paredañas naves de la Atarazanas que aún no se sabe para qué servirán.
Lo que sí sabemos es para qué servían los murillos, los valdesleal y los roldanes que componen un programa iconográfico excepcional por su completitud y por el estado de conservación en que se nos ha legado. No digo en cuanto a la originalidad de las obras, porque sabemos que los seis lienzos de Bartolomé Esteban Murillo son copias de los cuadros auténticos, repartidos por medio mundo desde que el mariscal Soult decidió arramblar con todos ellos. Lógicamente, las copias no han encontrado cobijo en el Museo, como es natural.
Pero lo que contemplamos en la exposición temporal (casi un año de 'temporalidad') permite hacernos una idea cabal de la función catequética sin mermas ni añadidos (esas devociones del XIX y del XX que van orillando en los altares laterales de las iglesias a otras figuras que concitaron los rezos de nuestros antepasados) como nos ha llegado. Aquí entroncamos con la disquisición sobre la función del arte, que en el caso del arte religioso está fuera de toda duda.
El visitante de la exposición 'Arte y misericordia', que tal es el título apropiado que se le ha otorgado, se zambulle directamente en el espíritu barroco de la Contrarreforma: la hermandad de la Caridad todavía mantiene el ejercicio de los Novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) magistralmente representados por Valdés Leal en los 'Jeroglíficos de las Postrimerías' con los que se abre la muestra en el Bellas Artes.
La exhibición de ambos cuadros enfrentados recuerda la disposición en el sotocoro de la iglesia de la Caridad. El mismo efecto buscado con los ángeles lampadarios de Duque Cornejo, airosamente suspendidos de la pared. Los detalles, tanto de los lienzos como de las tallas policromadas, quedan a la vista con sólo disponer la mirada atenta.
Pero, ay, esos y todos los cuadros de la exposición están desprovistos de contexto, que sólo aporta la visión en el lugar para el que fueron concebidos. Es la tragedia del arte museístico, que favorece una contemplación tan puntillosa y concentrada que olvida todo cuanto hay alrededor de cada obra. Quien haya presenciado la entrada del catafalco conteniendo los restos de un hermano de la Caridad por los pies de la iglesia, pasando entre los cuadros de Valdés Leal, entenderá de lo que estoy hablando.
Desde la entrada del templo hasta el majestuoso retablo principal del entierro de Cristo, todo conlleva una unidad de lectura que, al fraccionarse como aquí ocurre obligado por las condiciones museísticas de espacio y originalidad, pierde fragmentos claves en la interpretación de las obras de arte. Lo que vemos es sólo una parte de lo que el artista y quien le hizo el encargo querían mostrar.
En la iglesia, vemos para creer como pretendía Miguel Mañara cuando encomendó el desarrollo de las siete obras corporales de misericordia: dar de comer al hambriento (multiplicación de los panes y los peces), dar de beber al sediento (Moisés sacando agua de la roca), vestir al desnudo (la vuelta del hijo pródigo), alojar al peregrino (la filoxenia de Abraham en Mambré), visitar a los enfermos (la curación del paralítico en la piscina probática) y a los cautivos (la liberación de San Pedro) y enterrar a los muertos (la sepultura de Cristo).
Pero aquí en el museo, quizá convenga creer para ver. El día de mi visita, un turbión de turistas charlatanes deambulaba de acá para allá, saltando de un cuadro a otro hilvanando tan sólo la visita con una cháchara desmedida. Ni creían ni veían porque muchos no entendían lo que tenían delante. Ellos se lo perdían, porque la exhibición de 'Finis gloriae mundi' de Valdés Leal permite contemplar a un palmo de la nariz la colección de pecados capitales zoomórficos que nos propone el autor: un murciélago posado en un corazón envidioso; un perro rabioso símbolo de la ira; un cerdo que encarna la gula; un armiño avaro; un mono perezoso; una cabra lujuriosa; y un pavo real con la cola abierta como símbolo de la soberbia.
O admirar las escamas del dragón que San Jorge valerosamente ha matado, la pústula que San Roque trata de curarse y su perro sin rabo. Las abolladuras de calderos y cacharros de metal en torno a la roca del monte Horeb o los sábalos que el chiquillo aporta junto a las hogazas de pan candeal -de miga prieta como nuestro bollo, no de flama- que no de cebada como sugiere el Evangelio en el que se narra este signo prodigioso. Todo eso está a la vista, y quién sabe si la 'via pulchritudinis' arrancará alguna conversión entre los visitantes. Desde luego, no iba a ser ni el primero ni el último.
Creer para ver. Ya sé que es un museo sostenido por fondos públicos, pero el 'Cristo de la Caridad' de Roldán, con esa luz y a esa altura del espectador, está pidiendo a gritos un reclinatorio para humillarse ante la fuerza redentora que desprende la talla del ecce homo. No hace falta citar a Pável Florenski («La verdad revelada es el amor, el amor manifestado es la belleza») para entender que las bellas artes elevan el espíritu a la Verdad.
Tanto si creen como si no, no dejen de ver la exposición 'Arte y misericordia' y permitan que su espíritu vea lo que cree o crea en lo que ve.
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