El toreo caballeresco

Felipe IV fue el monarca con mayor afición a la tauromaquia de la dinastía de los AustriasLa primera constancia documental que se tiene de una corrida de toros celebrada por la monarquía se remonta a la Baja Edad Media, lo que no implica que no se produjeran con anterioridad. El poder político festejaba sus triunfos por todo lo alto y los toros eran una parte inexcusable de los mismos. Las plazas públicas, convenientemente acondicionadas con andamios y gradas, servían de escenario a dichos espectáculos. El siglo XVII supuso sin duda el momento culminante del toreo caballeresco. La corte española estuvo radicada en Valladolid desde 1601 a 1605. Allí nacieron la infanta Ana, futura reina de Francia, y nuestro Felipe IV. Los festejos públicos que la ciudad costeó a lo largo de la centuria fueron diversos, ya que no solo se celebraban toros y juegos de cañas, sino también el llamado toro enmaromado y el enfrentamiento de toro y león. Por las calles se prodigaban otro tipo de divertimentos, tales como las vacas encascabeladas, ensogadas, bueyes y novillos.Georg Braun y Frans Hogenberg. Valladolid. Civitates orbis terrarum. 1572 - Wikimedia CommonsFelipe III mandó construir la Plaza Mayor de Madrid para que, entre otras cosas, sirviera de marco a los festejos taurinos. En 1619 fue inaugurada solemnemente en presencia de toda la corte española. Cada autoridad tenía su lugar asignado, ocupando los reyes el balcón de la Casa de la Panadería. Para sus salidas de palacio la familia real estaba protegida y custodiada por el Real Cuerpo de Alabarderos, creado por Fernando el Católico en 1504. El rey de Aragón fue víctima de un atentado en Barcelona del que afortunadamente salió ileso y tras el percance creó este cuerpo especial para que velara por su seguridad. Volviendo a la Plaza Mayor de Madrid, las fuentes relatan que los festejos con toros suscitaban una enorme expectación, siendo presenciados por miles de personas. El rejoneo se consideraba un ejercicio adecuado para la formación de los nobles, los cuales debían demostrar su condición y temple. Dicha disciplina tenía, sin lugar a dudas, una dimensión de la que evidentemente carecían otras actividades llevadas a cabo por la nobleza.Rodrigo de Villadrando. El príncipe Felipe, futuro Felipe IV, y el enano Soplillo Hacia 1620. Museo del Prado - Wikimedia CommonsFelipe IV (1605-1665) fue el monarca con mayor afición a la tauromaquia de la dinastía de los Austrias. Era un consumado jinete y amante de las artes, la caza y la poesía. Sufrió la terrible desgracia de ver morir a casi todos sus hijos legítimos, dejando como heredero de tan vasto imperio al futuro Carlos II, un niño enfermizo y débil que no consiguió tener descendencia a pesar de su dos matrimonios. El reinado de Felipe IV fue muy largo, cuarenta y cuatro años que comenzaron por la temprana e inesperada muerte de su padre, Felipe III, en 1621. A partir de este momento se abre una época de paulatina decadencia política, a la vez que se produce un extraordinario auge de las artes y la literatura. Los veinte primeros años de Felipe IV en el trono fueron pródigos en todo tipo de celebraciones. Las clases altas se holgaban con bailes, romerías, mascaradas, juegos de toros y cañas, fuegos artificiales, cacerías y representaciones teatrales. También se festejaron con gran júbilo las solemnidades religiosas, como fueron las canonizaciones de Santa Teresa de Jesús, San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola y San Isidro Labrador en 1622 por el Papa Gregorio XV. Desde nuestra perspectiva actual, resulta sorprendente que la canonización de un santo fuera celebrada con corridas de toros, pero de hecho así fue. Solamente en honor a Santa Teresa se celebraron aproximadamente treinta corridas con más de doscientos toros.Juan de la Corte. Fiesta en la Plaza Mayor de Madrid. Hacia 1623. Museo de Historia de Madrid - Wikimedia CommonsFelipe IV en persona participó en los juegos de cañas en honor al príncipe de Gales, futuro Carlos I de Inglaterra, en agosto de 1623. Varios escritores se hicieron eco del acontecimiento, entre ellos López de Zárate, que nos dejó estos elocuentes versos: «Antes de que reines en las dos Bretañas, pompa te ofrecen las Españas». Un tratado de la época apunta: «Su Majestad gusta tanto de verlo y de que se haga con primor», lo que pone de manifiesto que el rey era un espectador exigente. La monta a la jineta era la más común por aquellos tiempos y los jóvenes de la nobleza debían acreditar ser buenos jinetes, hecho inherente a su condición de caballeros. Antes de enfrentarse al toro debían entrenar y conocer bien las diversas suertes. El festejo tenía un fuerte componente visual en la indumentaria de los rejoneadores y sus lacayos. Al rejoneador no le faltaba la capa y el sombrero, elementos indispensables de la indumentaria masculina de la época.María Eugenia de Beer. Ejercicios de la jineta. 1643. Biblioteca Nacional de España.Los sombreros a la moda tenían bastante ala, que estaba levantaba para gozar de buena visibilidad. En cuanto a su adorno, se podía engalanar con las vistosas plumas que llegaban de las exóticas aves del Nuevo Mundo. Las plumas eran costosas, por lo que se recomendaba que solo se usara una, primero por no extraviarlas, pero también para evitar molestias y distracciones; en cuanto a la capa, se colocaba al lado izquierdo. El rejoneador mostraba la elegancia de su vestido. Pero lo crucial era trasladar al público su aplomo en la lidia, por lo que todos sus movimientos debían estar presididos por la templanza. Las crónicas y relaciones de aquellos tiempos son de gran interés para acercarnos a las costumbres y los usos sociales, de los cuales extraemos que los festejos taurinos tuvieron un papel de especial relevancia a lo largo de toda la dinastía de los Austrias.Diego Velázquez. Felipe IV a caballo. Hacia 1633. Museo del Prado - Wikimedia Commons¿Te ha interesado este artículo? Conoce más sobre la historia del toreo en el siguiente enlace: El traje de torearHistoria de la moda y otros asuntos. https://barbararosillo.com/

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Las plazas públicas, convenientemente acondicionadas con andamios y gradas, servían de escenario a dichos espectáculos. El siglo XVII supuso sin duda el momento culminante del toreo caballeresco

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