Locus amoenus
La sevillana del cacique Cicumba
La escritora hondureña Marta Susana Prieto le ha dedicado una novela a la sevillana que apenas ocupa tres líneas de las más de dos mil páginas de las Décadas de Antonio de Herrera y Tordesillas
Fragmento de la Década V de Antonio Herrera y Tordesillas (1601)
En «Historia del guerrero y la cautiva» -uno de los relatos de El Aleph - Borges narró el encuentro de su abuela inglesa con una india rubia, natural de Yorkshire, que había sido secuestrada de niña por los indios en un «malón». Borges fechó ... aquel episodio alrededor de 1872 y dejó muy claro que su abuela jamás entendió cómo aquella inglesa fue capaz de seguir viviendo con los indios. Como todos los cuentos de Borges, el párrafo final tiene el sabor de una fábula perfumada de poema épico y especulación metafísica: «La figura del bárbaro que abraza la causa de Ravena, la figura de la mujer europea que opta por el desierto, pueden parecer antagónicos. Sin embargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido sean una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales».
En todas las poblaciones de frontera que han vivido en pie de guerra podemos encontrar secuestros de mujeres. La lucha contra los pieles rojas es abundante en raptos, aunque los padecidos por mujeres mexicanas son menos conocidos que el de Cynthia Ann Parker, prisionera de los comanches en 1836 y cuya malaventura inspiró Centauros del desierto (1956). He querido aproximarme al tema empezando por el siglo XIX, para presentar en toda su magnitud lo que suponía ser raptada y violada en el siglo XVI. Con una salvedad: a las mujeres indias raptadas y violadas nadie las consideraba víctimas, mientras que a las mujeres blancas raptadas y violadas se les conocía como «cautivas».
Si el onubense Gonzalo Guerrero decidió quedarse entre los mayas porque ya estaba horadado, tatuado y alicatado de pendientes, ¿cómo habrían sido recibidas las mujeres españolas rescatadas tras años de convivencia con los indios? Las cautivas españolas no tenían ninguna opción de contraer matrimonio, sus maridos las rechazaban, sus hijos mestizos no eran bien recibidos y su única alternativa era el convento. Por eso, muchas cautivas españolas prefirieron permanecer con sus captores cuidando a sus hijos y hoy se les reconoce como las genuinas precursoras del mestizaje. Como esa anónima sevillana que según Antonio de Herrera y Tordesillas -autor de la Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano que llaman Indias Occidentales (1601)- llevaba diez años siendo mujer del cacique Cicumba y que en vano trataron de liberar, tal como leemos en la Década V: «Jurados los capítulos del concierto, acordaron, que don Christoual de la Cueua fuese a deshazer el fuerte, o Albarrada, que tenía hecha el cazique Cizimba, y a poner en libertad a vna Castellana natural de Seuilla, que auía diez años que tenía por muger». No sabemos nada de aquella sevillana. Tan sólo que era contemporánea de Gonzalo Guerrero, quien murió en 1536, precisamente auxiliando al cacique Cicumba.
La escritora hondureña Marta Susana Prieto le ha dedicado una novela a esa mujer que apenas ocupa tres líneas de las más de dos mil páginas de las Décadas de Antonio de Herrera y Tordesillas. Se titula El rapto de la sevillana (2015) y la autora ha querido imaginársela criando niños, evangelizando y mediando entre el pueblo de sus padres y el pueblo de sus hijos. Se trata de una ficción, pero Marta Susana Prieto se ha documentado en el Archivo de Indias, ha trabajado con las crónicas quinientistas y ha recorrido los escenarios selváticos de su novela. Y como los indígenas nunca rechazaron a los mestizos nacidos entre ellos, Marta Susana Prieto ha querido creer que la cautiva sevillana fue más feliz entre los indios hondureños y que falleció «anciana, con una sonrisa en el rostro, rodeada de sus hijos y nietos. Tiempo después le siguió Cicumba, quien se entretenía en contar historias a sus descendientes sobre las maravillas del Valle de Sula, de los pájaros de plumajes coloridos, de los remadores que venían desde tierras lejanas a llevar el prestigioso cacao, surcando las aguas del río que cantaba con los jilgueros en su camino al mar. Sintió, en su vejez, que la vida es tan breve como el trayecto de un pájaro que atraviesa el firmamento».
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