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No llamadle Parrón, llamadle Soleá

El cantaor albaicinero rompe el cante y las camisas en un recital de ley

Jaime Heredia, el Parrón, en San Luis de los Franceses Raúl Doblado

Alberto García Reyes

En el cante de ahora hay muy pocas puertas a las que llamar. Pero una está en el Albaicín . Casa de un león viejo que ruge en tres cantes y se defiende en todos los demás porque su voz es un rosal. Hiere ... y embelesa. Canta a guantazos . Sin enredos. En los huesos. Con un metal abollado que dura un suspiro. Pero mientras dura... Ay, Dios mío, qué soleá. A partir de ahí su fragua se quedó sin fuelle y echó el recital fuera más a base de riñones que de garganta. Pero la soleá, ay, la soleá, esa soleá fue un grito de salvación en medio del desierto. Lo llevaba Diego del Morao , que toca con el sabor de su padre y con las manos de tres más, al galope de un soniquete caro que no se vende al por mayor. Y Jaime Heredia, Parrón supremo de los parrones de Graná, se arremetió tres o cuatro leñazos para dentro apretando el pañuelo que todavía me están sangrando. Las brechas que me abrió no cicatrizan. Las chumberas que tiene en el paladar empezaron a escupir puyas con el cante corto de Alcalá y la boca abierta del Mellizo. Jaime canta por lo alto del compás. Nunca se alarga más allá de los acentos. No tiene el menor interés en sonar bonito. Lo que quiere es sonar trascendente. Gritando, pero sin chillar. Dándose navajazos con el cante . Por eso yo me he llevado toda la noche sin dormir, «sentaíto» en mi petate, acordándome de ti. Porque esa afonía trágica , ese quejido expirante, me demuelen. Esa forma de asomarse al barranco, que parece que se va a caer y no se cae, que no va a llegar y siempre llega, es un arrebato demoníaco que no se aferra a la técnica, sino que la vuelve loca.

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