Flamenco SinCejilla
Máximo Moreno, por un puñado de fotos
Hasta el 20 de enero, expone 250 retratos tomados entre el año 1973 y el 1986 en el Instituto Andaluz de Flamenco (Sevilla)

«El cuadro original de “Hijos del agobio”, de Triana, me lo robó un amigo y acabó subastándose por 8.000 euros. Lo compró la pareja de Luz Casal y ahora lo tiene ella en un piso en París», comenta Máximo Moreno, que ... hasta el 20 de enero expone parte de su obra en el Instituto Andaluz de Flamenco. Frente al ordenador, va narrando su biografía a golpe de click. «Ese es Silvio . Un día duró de camarero en la barbería de Curro. Es que a quién se lo ocurre». Pulsa el botón derecho del ratón y continúa: «Y esa es la instantánea de “Barra libre”. Yo estuve en el colegio con Silvio, así que lo conozco desde siempre». ¿Y cómo era de niño? «Uf, ¡igual!». En la pantalla, la vida de este fotógrafo y pintor sevillano que terminó conviertiéndose en el diseñador de portadas más fecundo de su generación se sucede en una marea de imágenes. Aficionado al cine y a la música clásica, al toque de Riqueni y al momento íntimo que le ofrece la pintura, trabaja en su estudio de la calle Betis, donde levita sobre una montaña de recuerdos que contempla despojado de nostalgia.
Lo rechazaron en la CBS al comienzo de los 70, pero en esa misma década colocó sus ideas en los cartones de una multitud de álbumes. «Llegué a hacer ocho portadas a la semana. La primera fue a Smash, después a Miguel Ríos y luego vinieron todos los demás: María Jiménez, Hilario Camacho, Camarón, Paco de Lucía, Lole y Manuel... En esa época, gané bastante dinero, porque me harté de currar». Por un puñado de fotos se perdió en Vallecas junto a Los Chunguitos. «Nunca he pasado tanto miedo. Eso era como la peor parte de las Tres Mil pero como Sevilla de grande». Estuvo seis días en la cárcel por una tontería que aquí no cabe y perdió 14 kilos . «Entonces yo era un toro, pero los agentes se levantaban de madrugada a darme palizas. Después de eso me marché fuera dos años. Aquel cuarto asqueroso me inspiró para hacer dibujos».
«Una buena portada te vende el 40% del disco . El de Triana, solo al principio, creo que se vendió en parte por la portada». Los destellos tenues de los archivos que abre le van alumbrando la memoria. «Qué guapa Remedios Amaya, qué joven. Y, mira, ese es José Menese. Paco de Lucía decía que tenía toda la sabiduría del cante entre el pecho y el cuello», se ríe. Fue el de Algeciras uno de los artistas que más le conmovió: «Su poderío nos puso en el mapa». Un Pansequito precoz con la melena azabache ocupa ahora todo el espacio. Qué bien se conserva, eh. Y me lo explica en un susurro, como desvelando el secreto regido por la matemática de ese gitano del Puerto: «Es que le ha tocado dos veces la lotería». Tía Juana la del Pipa, Vainica Doble, Lola Flores, Aute, Marifé, La Murga de la Alameda, Agujetas... «Como verás, tengo aquí un cementerio».
La entrada de los CD zarandeó sus nóminas, pero sigue en las andadas. «Al reducir el formato pensaron que ya no hacía falta hacer nada creativo. Por eso se han hecho cosas poco agraciadas. Hacer una portada fea es como enmarcar mal un cuadro: no se lo encasquetas a nadie» . Pasa virtualemente las páginas, rememora, cuenta. Máximo Moreno ha apresado por el pincel y la lente aquello que al galope le pasó por delante. Hombre de mil vidas.
«Miesencia», de Rycardo Moreno: de lo hondo e improbable

Dice que trata de hacer arte para los que aman sin entender, como Lorca. Algo que sería baladí si no lo hubiera conseguido. Rycardo Moreno, que lleva varias décadas empezando, como tantos, se confirma ahora como un excelso generador de atmósferas , catalizador de virtudes de aquí y de allá que sin tener nada que ver unas con otras terminan hilvanándose con coherencia. También dice que no busca, sino que encuentra. Por eso empieza a tocar la guajira en un ritmo de cinco por ocho, crea un acorde y lo desarrolla armonizado finalmente con unos sintetizadores que muerden por el mismo sitio que los rockeros de Iman. Por lo onírico y relevador. Es intuitivo, vanguardista por el azar del curioso.
Este guitarrista de Lebrija se postula desde una gran improbabilidad. Aunar el minimalismo de Erik Satie , las disonancias, el arte jondo y el aire popular de Joaquín Rodrigo en el «Concierto de Aranjuez», a Chacón en la granaína que interpreta Agujetas Chico, a Pedro Bacán y al jazzista Hoagy Carmichael por el tamiz futurista que todo lo envuelve en un mismo álbum que casi resulta conceptual parece su mayor hallazgo. Haber encontrado un sello particular, radicalmente propio, tan suyo que el oído nuevo aún lo recibe como a un extraño, en una generación que pelea por dar con sentido un «ay» diferente, su logro más plausible. Soleá de galáctico adoquín, bulería al confín de algo. Quien por otra vía sería uno más en el espectro anónimo se descubre como poseedor de una marca voluble. Difusa, etérea, imperfecta y, sobre todo, con múltiples posibilidades. Justo allí donde solo gobiernan las ideas.
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