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Locus amoenus

Las librerías que perdimos

En una sección semanal, el escritor Fernando Iwasaki rescata lecturas, autores olvidados o episodios históricos que sirvan de refugio dulce frente a la agria actualidad

Escaparate de la librería Antonio Machado, hoy desaparecida Rocío Ruz

Fernando Iwasaki

Los clásicos latinos crearon composiciones que transcurrían en espacios gratos, amables e ideales, que con el tiempo permitieron acuñar el tópico literario del «Locus amoenus» o lugar ameno y delicioso. Así, Horacio, Virgilio y Ovidio, pero también Garcilaso de la Vega, Fernando ... de Herrera o San Juan de la Cruz , tuvieron en común la ambición de conjurar entornos agradables que más tarde inspiraron a otros poetas e incluso a narradores, porque para mí «Platero y yo» de Juan Ramón, «Pueblo lejano» de Romero Murube y «Las cosas del campo» de José Antonio Muñoz Rojas construyeron maravillosos lugares literarios adonde regresamos hechizados. Por eso estoy persuadido de que Sevilla también es una suerte de «locus amoenus», gracias a «Divagando por la ciudad de la gracia» (1914) de José María Izquierdo, «Sevilla en los labios» (1938) de Romero Murube, «Ocnos» (1942) de Cernuda, «Sevilla del buen recuerdo» (1973) de Rafael Laffón, «Sevilla en su cielo» (1984) de Juan Sierra, «Las campanas perdidas» (1987) de Manuel Ferrand, «Azahar y vitriolo» (2002) de Vicente Tortajada, «Diálogos en la acera izquierda de la avenida» (2007) de Rafael Montesinos o «Memorias de la vieja dama» (2007) de Antonio Burgos.

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