José Enrique Morente, buscando el cante

Abrió el espectáculo junto a su propia guitarra y la de Rubén Campos, susurrando un tema denominado Guadalquivir , algo inteligente tratandose de su debut sin picadores en la capital hispalense. La caña la llevó algo acelerada de compás , recreándose sobre sus cadencias; tal vez demasiado. Porque el cante corto es el que de verdad duele. La bulería, por su parte, la sugirió casi hecha canción y rematada por abandolaos . También interpretó taranta, bulerías, fandangos de Huelva, tientos y tangos.Y con el «Anda y cuéntale estas quejas» que nos legó el genio de la casa de los Pavón, entró coqueteando con la soleá del Mellizo.

El guitarrista Rubén Campos se ajustó a su cante con precisión y soltura. Que José Enrique soñase voces en solitario. Que conectase consigo mismo y tuviese el espacio necesario para arrodillarse ante sus ancestros. Que es lo que hace cuando recuerda las veredas oscuras de Granada. No las nuevas. Y así llegaron los tangos que desde su tierra le golpearon la cuna.

Decía Morente que la libertad es el arte de vivir. Y precisamente sea eso lo que tal vez le falte a su hijo: vivir, cantar y dominar los estilos para resolver con soltura los avatares del cante. Porque tiene facultades y gusto, pero cuando improvisa melodías no cumple con aquello que anuncia en el ayeo. Es parte de ese flamenco que viene. Y terminará su búsqueda cuando eche todas las perlas del gañote.