Novela
Felipe Benítez Reyes: «La insatisfacción con lo ya escrito es consustancial a la profesión de escritor»
El escritor de Rota recupera una de sus primeras novelas, 'La propiedad del paraíso', sobre el final de la infancia, que reedita El Paseo con un prólogo de Caballero Bonald, un epílogo del autor y una selección de poemas afines
Jesús Morillo
Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) es uno de los autores esenciales de la literatura andaluza y, por extensión, española, gracias a una obra que discurre sin altibajos por géneros literarios tan diferentes como la novela, la poesía, ... el relato, el ensayo o el articulismo. En narrativa es autor de novelas tan sorprendentes como hilarantes, entre las que 'El novio del mundo' (1998) resulta ejemplar y protagonizada por Walter Arias , uno de los personajes más admirados y con más fans de la literatura española actual.
Mientras que sus poemarios, algunos como 'Vidas improbables', distinguido con el Nacional de Poesía en 1996, lo revelan con uno de los grandes poetas de su generación, por no hablar de ensayos como 'El intruso honorífico' , diccionario de autor que se llevó el Manuel Alvar en 2019.
Este último volumen habla también del estupendo momento creativo del escritor gaditano, que cerró 2020 con la hilarante y pandémica 'La conspiración de los conspiranoicos' y dio carpetazo al pasado año con el excelente poemario, algo elegíaco y a vueltas con el tiempo, 'Un mentido color' . Libros a los que se suma ahora la recuperación por parte de El Paseo de una deliciosa novela inicial, 'La propiedad del paraíso' (1995), sobre la irrupción del deseo que pone fin a la infancia.
Una narración deslumbrante en la que los juegos de indios y piratas del protagonista con sus hermanos o los superhéroes de los cómics van dejando paso a voluptuosas novias imaginarias salidas de la pista de un circo o la fascinación por el pie desnudo de la profesora particular. Una edición que rescata, junto a la novela, un prólogo de José Caballero Bonald , un esclarecedor epílogo del propio Benítez Reyes y una serie de poemas del autor relacionados con el mundo de la infancia. Todo un festín literario.
¿Por qué ha decidido recuperar ahora 'La propiedad del paraíso'?
Por nada en especial. El libro estaba descatalogado y encajaba bien en esa colección de la editorial El Paseo. Eso sí, esta edición va con muchos complementos. Se trataba de darle una nueva vida en estos tiempos en que los libros son cada vez más perecederos, por el ritmo vertiginoso de las novedades.
¿Y por qué esta novela y no 'Chistera de duende' (1991) o 'Humo' (1995)?
También ha sido casual. Al editor le pareció bien esta opción.
Tanto en su novela como en 'Los años irreparables' de Rafael Montesinos el protagonista da carpetazo a la infancia de la mano del descubrimiento del sexo y el deseo, ¿realmente ese es el fin de la infancia?
En buena parte me temo que sí. El despertar del instinto sexual creo que provoca un giro de 180 grados en el pensamiento y en la emocionalidad. Y apenas hay un proceso: un día estás jugando con unos pistoleros y unos indios de plástico y al día siguiente estás pensando en cómo será ver a una mujer desnuda. Los niños de mi pueblo tuvimos suerte en ese particular, porque aquí, a través de la base americana, nos llegaba de vez en cuando algún ejemplar de Playboy.
«La novela es el espacio para la invención, no para el testimonio. No me interesa como espacio de la autobiografía»
La voz narrativa es uno de los grandes atractivos de la novela, para crearla se valió de experiencias propias y ajenas, ¿es así como suele construir los personajes de sus novelas?
Más o menos sí. Para mí, la novela es un espacio para la invención, no para el testimonio. No me interesa que sea el espacio de la autobiografía. Lo que me atrae de la literatura es que admita la fantasía total, la ordenación de unas realidades imaginarias. La poesía es otra cosa, se rige por un código distinto. En un poema, normalmente estás hablando desde ti, desde tu conciencia, desde tus percepciones. En una novela eso cambia. Estás construyendo un personaje, configurándole una conciencia que no tiene por qué coincidir con la tuya. Componiendo un muñeco con habilidades, digamos.
Caballero Bonald señala en su perspicaz prólogo que usted se vale «normalmente de su óptimo aparejo de poeta para rebuscar el pasado de su protagonista», ¿su condición de poeta transpira en otros géneros? ¿Por ese motivo ha incluido en el apéndice final poemas que pueden relacionarse con pasajes de la novela?
Las novelas consideradas poéticas no me gustan demasiado, sobre todo porque suelen ser falsamente poéticas. Tendemos a pensar que una novela es poética cuando pone en escorzo una sentimentalidad vehemente, amplificada, pero es que la poesía no es eso, o no sólo eso. La poesía es menos vaguedad que precisión, menos evanescencia que intensidad. Por otra parte, el énfasis emocional, en un poema, le resta no sólo efectividad, sino también credibilidad, y a un poema le conviene resultar creíble. El lenguaje de la buena poesía suele ser muy exacto, aunque el mensaje admita reverberaciones múltiples. La idea de dar al final del libro una serie de poemas relacionados con la infancia responde al propósito de complementar el contenido de la novela desde un registro diferente.
También me parecen muy apreciables todas esas alusiones a la cultura popular, que pueden rastrearse en otras novelas suyas, ¿cómo ha influido en su obra la cultura popular? ¿Distingue entre alta y baja cultura o es una distinción espúrea?
Así, genéricamente, no soy partidario de hacer distingos, aunque los haya. Hay mucha alta cultura que no vale nada, al ser algo del todo inerte, y hay manifestaciones de la cultura popular que están llenas de vida. Son grados, no sé. Entiende uno que, en un plano de jerarquía artística, un cuadro de Goya está por encima de una maceta de cerámica trianera, pero eso no le resta valor por sí misma a la maceta. Una chirigota gaditana puede estar al mismo nivel de efectividad satírica que Quevedo, por ejemplo. Yo me crie leyendo tebeos, primero infantiles y luego los de Marvel, y escuchando música norteamericana y británica, blues y rock, de modo que me dice más Jimi Hendrix que Wagner, lo que no quiere decir que no aprecie el genio de Wagner, pero mi vínculo emocional y estético con él no ha existido nunca. El mapa de la cultura es siempre algo personal, y depende mucho de los azares, de las casualidades. La cultura se interioriza, y allí dentro las jerarquías no son las convencionales.
«Una chirigota gaditana puede estar al mismo nivel de efectividad satírica que Quevedo»
Echando la vista atrás, usted hace autocrítica en el divertido epílogo que cierra el libro, al calificar la novela de 'demasiado escrita', ¿siente que su obra novelística ha sido desde entonces un proceso de depuración y decantación de estilo?
No lo sé. El problema de releer cosas propias es que siempre produce insatisfacción, sobre todo porque ahora las escribiría de una manera totalmente distinta. Esa insatisfacción creo que es consustancial a la profesión, y de ahí tal vez que uno siga escribiendo. La insatisfacción con respecto a lo que has escrito es una buena musa.
¿Realmente la insatisfacción es su musa dominante y cada vez se siente más inseguro a la hora de ponerse a escribir? ¿El oficio no sirve de nada o es que sencillamente hay que olvidarlo conscientemente cuando se inicia una nueva obra?
La dominante tal vez no, pero sí una musa muy determinante. Y sí, por mal que esté decirlo, cada vez escribo con mayor inseguridad. No creo que eso sea malo. Un escritor debe desconfiar de sí mismo como tal escritor. En el momento en que te sientes demasiado seguro, lo más normal es que te equivoques. El oficio ayuda, pero no resuelve. Puede servir para evitar errores de bulto, pero no errores de detalle, y la literatura se hace esencialmente con detalles.
Su novela fue calificada como obra maestra por un poeta y editor famoso, y hubo editoriales que la rechazaron por 'overbooking', ¿cree que de alguna manera la literatura no siempre encuentra su editor en el mundo editorial actual?
Es raro que un buen libro no acabe encontrando editor. Hay precedentes históricos de rechazos editoriales muy sonados. No se libraron ni Joyce ni Proust ni Nabokov, por ejemplo. Pero eso no tiene importancia, porque las valoraciones de una obra pueden ser muy caprichosas, sometidas no sólo a criterios estéticos, sino también comerciales. Un punto de incomprensión por parte de la industria editorial puede ser incluso un buen síntoma.
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