Un «Cascanueces» participativo

«El Cascanueces» es el tercero de los ballets creados por Chaikovsky con coreografía original de Marius Petipa y Lev Ivanov, basado en la adaptación titulada «El cuento del cascanueces» escrito por Alejandro Dumas. Grandes coreógrafos de la historia de la Danza han creado versiones de este ballet, que comenzó a remontar tras la realizada en 1944 por George Balanchine, a las que siguieron las de Yuri Grigoróvich, John Cranko, Nureyev, Roland Petit, Baryhsnikov o más recientemente las de Mark Morris, Matthew Bourne y Mijaíl Shemiakin. En el Ballet Imperial Ruso la coreografía la firma su director, Gediminas Tarandá .

El argumento es sencillo, en la casa de los Stahlbaum, Clara y su hermano Fritz esperan la Navidad y el mago Drosselmeyer tiene preparadas muchas sorpresas, pero los ratones atacan a Clara que es salvada por un Cascanueces que luego se convierte en un príncipe y juntos viajarán al país de los sueños. La coreografía de Gediminas Taranda, que fue alumno de Yury Grigorovich y luego bailarín del Teatro Bolshoi, tiene algunos rasgos de su maestro. Sin grandes alharacas ni exigencias coreográficas, hace hincapié sobre todo en las escenas donde participan los niños , tanto en el primero como en el segundo acto, dando incluso protagonismo al público, a la manera europea, que en algunos momentos jalea con palmas a compás el baile de los más pequeños.

Para una compañía rusa bailar un «El Cascanueces» es algo tan natural como bailar sevillanas en la Feria. En este caso, el Ballet Imperial Ruso, compañía que fija casi todo su trabajo en el repertorio clásico y en sus giras inernacionales, ha optado por una escenografía clásica de grandes telones pintados y escasos elementos en escena , salvo el tradicional árbol y un gran reloj del que salen los «autómatas».

En su coreografía, Tarandá nos introduce en la fiesta de Navidad en el primer acto, y en el mundo los sueños en el segundo, con las variaciones de la pareja española, la árabe, la rusa y la china, así como el gran pas de deux del segundo acto, uno de los momentos más balletísticos de la obra que fue ejecutado con eficacia. Curiosa la variación española, donde vestidos a lo «andaluz» se marcan pasos de jota .

Tutús románticos, tutú de plato para el hada, vestuario tradicional y muy escénico a la manera rusa, las tradicionales zapatillas de puntas, con un elenco al que quizás le faltó algo de coordinación , sobre todo en el «vals de las flores», con algún que otro tropiezo, y que sí nos ofreció esa mímica tradicional balletística que sólo se puede ver en este tipo de ballets a través de los personajes de carácter y sobre todo de Drosselmeyer, interpretado por Vitautas Taranda, que fue un magnífico maestro de ceremonias. Por lo demás en la danza, la escuela rusa estaba ahí.

Lo mejor, ver el teatro lleno de familias , y sobre todo de niños que se divirtieron de lo lindo contemplando a los ratones, los soldados, los músicos, los niños de la fiesta, todos ellos interpretados por alumnos de las escuelas sevillanas Pas de Deux de Susana Rodríguez y Estudio de Danza Grand Allegro de Angeles Martín y Nuria Cámpora. Para muchos pequeños la velada fue la noche de su iniciación al ballet, y si es con espectáculos coloristas y dedicados a ellos, quizás así forjemos buenos aficionados para el futuro. Ya lo saben, además de turrón, pongan un «El Cascanueces» por Navidad.