Locus amoenus

Conchita Cintrón, flamboyantly en la Maestranza

Conchita Cintrón destacó en sus memorias lo maravilloso que fue para ella debutar en la Maestranza. Según Orson Welles, como los machos ibéricos no pudieron mandar a Conchita a su casa, le prohibieron bajarse del caballo

Conchita Cintrón y Don Juan de Borbón ABC

Como la pandemia nos ha dejado sin toros y se acaban de cumplir 76 años del triunfo de la matadora peruana Conchita Cintrón en la Maestranza , me propongo glosar sus memorias taurinas publicadas en dos libros distintos, aunque en teoría eran el ... mismo. Me refiero a Recuerdos (1962) -con prólogo de José María de Cossío- y ¡Torera! Memoirs of a Bullfighter (1968), con prólogo de Orson Welles.

Conchita Cintrón fue conocida en España como rejoneadora , aunque ella siempre reivindicó su condición de torera, ya que había triunfado toreando pie a tierra en Lima, México, Quito, Caracas y Bogotá. ¿Y cómo así no pudo torear a pie en Europa? Porque tanto en Portugal como en España la amenazaron con suspender sus festejos si se atrevía a profanar los ruedos. Y de la suerte máxima ni hablemos, porque también le prohibieron estoquear a sus toros, quienes debían morir a manos de un novillero sin alcurnia. Orson Welles desarrolló una teoría sobre las limitaciones que le infligieron a Conchita. A saber, que mientras los toreros coqueteaban con la muerte, Conchita coqueteaba con los toros, embrujándolos con delicadeza y penetrándolos con la espada . Pero su teoría sobre por qué le prohibieron torear a pie tampoco tiene desperdicio, pues para Orson no era cierto que se trataba de salvar a Conchita de los cuernos del toro, sino de impedir que le crecieran cuernos a los propios aficionados con cada pase, cada embarque o cada desplante. Según Welles, como los machos ibéricos no pudieron mandar a Conchita a su casa, le ordenaron quedarse encima del caballo («If they couldn’t keep her at home, at least they could keep her on horseback»).

Portada de las memorias de Conchita Cintrón ABC

Me pregunto hasta qué punto Orson Welle s no hablaba por su herida de matador interruptus y picador fugam , porque Conchita había demostrado muy buenas maneras tanto a pie como a caballo, tal cual aseguró José María de Cossío en el prólogo de Recuerdos : «Y logra semejante perfección, y sabe acompañar de tal garbo y arte sus suertes de a pie, que es dudoso en cuál de los dos sistemas de toreo logró mayor perfección y arte. Apenas entrevimos los españoles su toreo a pie en tentaderos y encerronas que nunca llegaron al gran público peninsular, pero de las que supimos muchos afortunados». Sin embargo, lo que debería importarnos a partir de ahora es cómo reluce Sevilla -cómo reluce- en las memorias de Conchita Cintrón .

El primer anfitrión de Conchita fue Juan Belmonte , quien la invitó a pasar unos días en su cortijo «Gómez Cardeña», para cerrar todos los detalles de la temporada de abril. Conchita pasó aquel invierno en Lisboa y cuando llegó la primavera regresó a Sevilla y se instaló en el cortijo «El Esparragal», donde fue huésped de Ignacio Vázquez y visitó el Real de la Feria en El Prado de San Sebastián: «El movimiento, el colorido y el sabor de la feria superaron todas mis exageradas fantasías. Me parecía imposible que en un siglo como el nuestro aún existiera tal manifestación de folklore auténtico, sincero, nacional. Nada había allí para el turista, nada era estudiado. El duende de las casetas donde se bailaba, bebía y cantaba era familiar, natural. ¿Cuánto tiempo permanecerá Sevilla así? Quién sabe».

Aquel 23 de abril de 1945, Conchita toreó a un cárdeno bragado de Cobaleda y disfrutó hasta que «el clarín ordenó el cambio de tercio y tuve que retirarme del ruedo dejando en él a mi toro. La ley exigía que lo matara un novillero, un novillero cualquiera». Conchita estuvo a un tris de saltar la barrera, pero la detuvo Marcial Lalanda, su apoderado: «Si lo hace -me advirtió con cariño- lo echaremos todo a perder. La prohibición será completa, definitiva». Arrasada de lágrimas miró a su toro por última vez: «Era suave, boyante, bravo. Era como para torearle con la derecha, lentamente; primero por alto, después…»

El flamboyán es un árbol que florece tan flamígero y majestuoso, que en inglés se ha acuñado la voz flamboyantly para describir esa eclosión. Y según Orson Welles, así toreó en la Maestranza Conchita Cintrón.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios