Balance de la XXI Bienal de Flamenco de Sevilla
La Bienal de Flamenco de Sevilla hace un milagro en el Covid, pero toca fondo
Pedro el Granaíno es el gran triunfador de una edición en la que la caída del prestigio de la Bienal no tiene ninguna excusa, ni la pandemia
El cantaor Pedro el Granaíno ha sido el gran triunfador de esta Bienal
La Bienal de Flamenco de Sevilla no puede volver a ser esto. El sello de «mejor festival flamenco del mundo» no permite distracciones ni carteles de segunda fila. Esto no es una crítica a los artistas programados, que son todos buenos. Es una ... queja a la organización del certamen, que se ha olvidado de casi todos los mejores. Los buenos no sobran, claro, pero una cita de esta magnitud no se puede dar la licencia de que falten los superiores . En su descargo puede funcionar el argumento de que la pandemia lo ha condicionado todo y, dadas las circunstancias, es un éxito que los espectáculos se hayan celebrado sin mayor contratiempo y con unas medidas de seguridad muy fiables, salvo el del bailaor Jesús Carmona, el único que se vio afectado por el positivo de uno de los miembros del elenco. Pero todo el sector jondo sabe que el programa estaba en tenguerengue antes de que apareciera el virus porque la mayoría de los grandes maestros había optado por dar un paso atrás. ¿Por qué? ¿No han confiado en el concepto que quería imponer la dirección? ¿No les merece la pena trabajar en un espectáculo de estreno que luego no va a tener recorrido? ¿Les parece que la repercusión de la Bienal es ínfima para el esfuerzo que requiere estar en ella? Son muchas las circunstancias que obligan al Ayuntamiento a replantearse el futuro porque otros festivales ya se han puesto las pilas y el de Sevilla corre el riesgo en estos momentos de mezclarse con todos los demás y dejar de ser el faro principal del género.
Esta edición ha sido un milagro, de acuerdo, y tiene la coartada del Covid . Es cierto que mientras casi todos los festivales han optado por la suspensión, la Bienal ha tenido la valentía de mantenerse de pie, adaptarse a las circunstancias y cumplir su cita con la historia. Pero tiene que evitar que cale la idea de que es un festival de medio pelo en el que no participan las grandes figuras. El argumento del apoyo a los jóvenes no es suficiente . Eso también tiene que hacerlo y, de hecho, lo ha hecho muy bien, pero eso sólo no vale. Sin las estrellas y sin los grandes espacios —el cierre del Maestranza porque «es muy caro» según el director no se comprende— no hay gran festival.
No obstante, en el plano artístico ha habido saltos cualitativos importantes. El gran triunfador ha sido Pedro el Granaíno , que sale de esta edición como nombre indiscutible a la altura de ausentes como Poveda, Arcángel o Marina Heredia y de presentes como El Pele, que dio un recital memorable , y Estrella Morente. En el cante también han escalado Rancapino Chico y José Valencia para certificar que esa generación está llamada a tirar del carro a partir de ahora.
También han destacado en el baile, además del siempre genial Israel Galván y del maestro Farruquito , artistas como la malagueña Rocío Molina, sobre todo en su dúo con Rafael Riqueni , que a pesar de tener un papel segundario siempre reluce como protagonista principal. La Lupi y Andrés Marín también han dejado huella.
Y en el apartado instrumental, Dorantes ha vuelto a dejar claro que está en la cumbre con su aperturismo desde las raíces y Pedro Ricardo Miño ha ahondado aún más en su renovación de la tradición. Ambos han mandado en ese terreno, en el que también han asomado con fuerza varios guitarristas: el jerezano Antonio Rey por su exhibicionismo técnico, el onubense Manuel de la Luz por su intimismo y, sobre todo, Dani de Morón por su nueva revolución al toque desde la perspectiva armónica, en la que ha abierto un camino nuevo.
Otro dato favorable para esta edición es que no ha habido ningún fiasco absoluto , como suele ser costumbre. A mayor o menor nivel, todos los artistas participantes han dado lo que se esperaba de ellos y no se han producido abusos. La que más se acercó al límite fue la Tremendita, pero no sólo se quedó siempre en el lado del flamenco, sino que propuso una estética en principio alejada del flamenco —media cabeza rapada, vestimenta punky, instrumentos electrónicos...— que nunca traicionó a su música de origen. En definitiva, no se trató de una impostura, sino de una idea en la que la trianera cree de verdad. Nada que objetar.
Todos los peros se quedan en los despachos, no en los escenarios . Esta programación ha sido sólo correcta, como la de cualquier otro festival. Y la Bienal no es un festival cualquiera. Que no se olvide en la Plaza Nueva.
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