XXIII Bienal de flamenco de sevilla

Rafael de Utrera encuentra su centro en la Bienal

El cantaor estrena en el Nissan Cartuja su recorrido vital y flamenco en 'Fui Piera', un homenaje a los grandes de su tierra

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Alberto García Reyes: Utrera es de Rafael

Rafael de Utrera se ha enfrentado a «seis Miuras» este jueves en la Bienal de Flamenco, el estreno de su 'Fui piera' ABC

La siguiente narración no tiene un tiempo ni un espacio definidos. Recorre una búsqueda, transita por décadas de historia, se dibuja a través de los sentidos, vuela y apisona, pero no se ancla hasta un final que en realidad -nos dicen al concluir- no lo ... es. El ciclo que emprende Rafael de Utrera en esta tarde noche otoñal -hasta la meteorología refuerza la sensación melancólica de un viajero en marcha- llega esta velada al punto «más importante». El cantaor convoca a centenares de aficionados a su cante, prácticamente la totalidad del medio millar de público que cabe en el Nissan Cartuja, para que le acompañen en este un nuevo estreno absoluto de la XXIII edición de la Bienal de Flamenco de Sevilla.

Una travesía con el único faro de su tierra natal y las ramas -como en el propio cartel de Miquel Barceló que anuncia la edición- que sostienen a este territorio sevillano como un punto cardinal del arte flamenco. «Fui piedra y perdí mi centro y me arrojaron al mar y a fuerza de tanto tiempo mi centro vine a tomar». El espectáculo comienza con la toná que le da nombre, la copla de Mercedes Fernández Vargas, La Serneta, que han interpretado otros muchos y que poetas contemporáneos como Blas de Otero, José Ángel Valente o Caballero Bonald han analizado como metáfora vital. De fondo, un tríptico con unas imágenes de esculturas que quedan unidas por un colorido hilo, en un recurso que se prolongará durante todo el espectáculo bajo la dirección artística del sanluqueño Paco Pérez Valencia. 'Fui piera' es también la liturgia. La del flamenco torero «abrazado» por el capote de Sebastián Castella con la imagen del nazareno. La de la Santa Cena con sus discípulos, en las guitarras Pepe Fernández y Santiago Ñoño, y a su izquierda Dani de Morón, a la sazón director musical de la propuesta. La piedra del cantaor se deshace al compás de las cantiñas y alegrías de Córdoba por Pinini y Curro de Utrera y se raja por tientos. En estos primeros compases, que son los de la infancia, el cantaor ya enamora a un entregado público que prorrumpe en aplausos tras los ayeos. «Yo vengo de Utrera, nací en el número 3 postigo de la calle Nueva». El ir y venir de la existencia, la ida y vuelta en la vidalita 'El niño de Utrera'. La zozobra. «Mi pena era más grande porque va por dentro'. Y el lamento en la seguiriya recordando al Perrate. «Dejadme que llore que quiero llorar, que se me ha muerto mi padre y no lo veo más».

El tronco del espectáculo es también la otra cara de la vida. La más festera. La bulería de los cuatro pilares a los que homenajea Rafael de Utrera (Fernanda, Perrate, Curro de Utrera y Enrique Montoya) da paso a la rumba canalla de otro maestro de esta geografía, Bambino. De genio en genio, sale el antropomúsico Raúl Rodríguez para acompañar, a ratos con el cajón de Paquito González, a la interpretación de los grandes clásicos de su rumba. Y para hablar de amor, con las imágenes de seis mujeres en la pantalla. 'Procuro olvidarte', 'La pared', 'No me des guerra' y las 'Cantiñas de Utrera' ponen en pie al cantaor y después a sus correligionarios para despedir al hijo de Martirio. «Ole los gustos», le vitorean al primero.

Ay, mujeres, Fernanda y Bernanda, a las que rinde tributo en la soleá. Y la suya después, la bailaora de Morón de la Frontera Carmen Lozano (¿ven a estas alturas cómo el sitio de uno no es un lugar?), que sale para dejarse la piel en un largo romance -«vámonos los dos»-, le gritan desde el público al matrimonio. La piedra de Sísifo se acarrea mejor en compañía. «Te quiero compañera mía hasta el día que me muera». «Mi cante es de Utrera desde los postigos de la calle Nueva», bisea el cantaor para despedir a Lozano, que se ha dejado hasta los pendientes en el esfuerzo. El espectáculo va tocando sus últimos compases con más idilios en un real cuplé por bulerías que encandila al respetable. Y una sentencia que conmueve. «El que reza todos los días puede hacer más daño que el que no ha rezado en su vida».

«Fuí piera y perdí mi centro y me arrojaron al mar y a fuerza de tanto tiempo ay, mi centro vine a encontrar». Se cierra el círculo. Y la propuesta, con otra toná: «Con mi mujer y dos niños y mi Consolación de Utrera», canta Rafael para recordarnos que este no es el final. 

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