Olga Pericet es una leona

Bajo un enorme paño en medio del escenario, Roberto Jaén despierta a la leona. Aparece tumbada Olga Pericet, con su pecho desnudo, y baila sinuosa con una máscara en la cara y el pelo aleonado. Parece un ser de otro mundo, mitológico. Su danza es libre, su cuerpo es como una guitarra emulando lo que hiciera Man Ray en la icónica foto 'El violín de Ingres'.

Y a partir de ahí el derroche de baile, porque la energía de esta mujer es increíble. Hay en el escenario sangre, sudor y lágrimas, estas últimas por el corte que Roberto Jaén se hace en una mano al hacer compás con unas tijeras con las que quiere cortar la maqueta de una guitarra. Sufrimos por él, un percusionista herido en la mano es lo peor, hasta que se la vimos vendada.

La estética dancística de Olga Pericet pasa desde el jazz, a las danzas orientales, desde el clásico español al folklore y Escuela Bolera, desembocando en el flamenco mas actual pero con raíces profundas.

Su farruca es de una belleza que casi asusta con un zapateado musical que controla a la perfección y unos remates de equilibrio mágico; el baile con los ritmos caribeños de ida y vuelta, pone al público en lo alto del todo, porque no se puede generar más alegría y energía, y finalmente su zapateado sobre el letrero de 'La leona' que luce el escenario, es impactante.

La música en directo de Roberto Jaén, las guitarras de Alfredo Mesa y José Manuel León, el bajo de Juanfer Pérez y la voz de Israel Moro, son exquisitas, tanto en el acompañamiento como en los solos. Se nota que a la bailaora le gusta elegir con cuidado las músicas, porque sabe mucho de música y de sus épocas.

La dirección de la obra recae en Carlota Ferrer, experta y galardonada en el teatro. Me pierdo en alguna ocasión en la dramaturgia, pero no me importa porque la fuerza del baile es tal, que lo que quiero es que Olga no pare de bailar. Y no lo hace.

Coge los palillos por verdiales en una preciosa estampa, y el flamenco atronador de sus palillos pequeños, esos antiguos de mujer que tienen el sonido más agudo, inunda de alegría el escenario. Olga desgrana con su danza cada palo del flamenco sin nombrarlo. Se va tras los grandes telones de papel y regresa con una imagen espectacular subida en una gran falda de volantes de tul rosa, y con sus brazos llenos de plantillas de guitarras que va tirando por doquier. Se quita la gran falda, a modo de bata de cola, y vuelve al baile.

'La leona' es una obra para disfrutar y por eso, al final de la misma, la coreógrafa e intérprete, con todos los músicos en una eclosión de percusión y ritmo, nos lleva hasta arriba del todo, hasta ponernos en pie para decirle que nos gusta ver cómo baila y sobre todo cómo nos transmite la alegría de la leona. Después de tanta pena y pandemia, hace falta esta energía.