Arte y demás historias

Moda, lujo y discreción

La moda ejerce su tiranía mutando con extraordinaria rapidez, y aunque los códigos han evolucionado, siempre hay señales que nos permiten conocer el estatus económico o social de una persona a través de su aspecto exterior

La duquesa de Cambridge luciendo unos espectaculares pendientes de Zara en los premios Bafta

La globalización, que disfrutamos o padecemos según se mire, nos permite acceder a los mismos productos a lo largo y ancho del globo. Ya nos encontremos en París, Pekín o México podemos comprar idénticas prendas, tanto de marcas exclusivas como «low cost». La moda ejerce ... su tiranía mutando con extraordinaria rapidez, y aunque los códigos han evolucionado, siempre hay señales que nos permiten conocer el estatus económico o social de una persona a través de su aspecto exterior. El buen gusto es otra cuestión ya que, en principio, no depende del dinero, es una cualidad más sutil y según apreciamos actualmente por las calles, pocos lo exteriorizan a través de su ropa. En palabras de Balzac: «La indumentaria es, a la vez, una ciencia, un arte, un hábito y una predisposición natural.»

Élisabeth Vigée Le Brun. Condesa de la Châtre. 1789. Metropolitan Museum. Nueva York.

Hasta bien entrado el siglo XX la realeza y las clases altas desplegaron un gran lujo en su atavío. Fruto de una sociedad más compleja surgieron diferentes atuendos, ya de mañana, tarde, cocktail, teatro, noche, deportivos etc…Llegados al siglo XXI la tendencia, en parte, se ha invertido y comprobamos que el fenómeno de la moda a precios asequibles ha irrumpido en los armarios de las familias reales. Kate Milddelton al día siguiente de su boda con el príncipe Guillermo de Inglaterra, apareció luciendo un discreto vestido azul de Zara, lo que rápidamente fue noticia en la prensa española. La sencillez de la que hacen gala, en ocasiones, algunas reinas y princesas es un fenómeno reciente, que a mi juicio está en estrecha relación con los regímenes democráticos y con el propósito de ofrecer una imagen de cercanía.

Kate Middleton luciendo un modelo de la firma española Zara

Volviendo al asunto del lujo en la indumentaria, damos un gran salto en el tiempo para llegar a la España de 1517. Carlos I acaba de desembarcar para hacerse cargo de la Corona, y su ropa sigue las modas flamenca, francesa y alemana. Según la historiadora Carmen Bernis: «La conciencia de que existía un traje nacional era ya clara entre los españoles al comenzar el siglo XVI. Cuando Carlos de Austria hizo su primera entrada en la península en el año 1517, para los españoles era un extranjero. Lo era por su educación, por su lengua, pero lo era también por su traje». Carlos I fue jurado rey por las Cortes de Castilla en 1518, el magno acontecimiento se celebró en Valladolid. Entre los requerimientos que le hicieron sus súbditos se le instaba a aprender el castellano y a prohibir la salida de metales preciosos y caballos. Curiosamente, otra de las peticiones que recibió fue la relativa a paliar el abuso generalizado de telas y adornos suntuarios como brocados, sedas e hilos de oro y plata, Esta solicitud de los procuradores castellanos no debe extrañarnos ya que a lo largo de la Edad Moderna se dictaron numerosas pragmáticas con el fin de erradicar el lujo en los vestidos. Se pretendía así moderar el gasto, así como proteger y potenciar la industria textil nacional.

Barend van Orley. Carlos I de España. Hacia 1515-1516. Museo de Bellas Artes de Budapest. Wikimedia Commons

Nos encontramos en pleno Renacimiento, surge el individualismo y se desata una pasión por el lujo en las cortes europeas, siendo una de las épocas que ha concedido una mayor importancia a la indumentaria. Este fenómeno se dio muy particularmente en España. Según cuenta Bernis, el ejemplo más palpable, fue la comitiva que acompañó a Carlos I en su coronación como Sacro Emperador Romano Germánico en Bolonia el 24 de febrero de 1530. Según relatan las crónicas los nobles españoles dejaron a toda Europa estupefacta por la suntuosidad de sus trajes, confeccionados con telas de oro y plata y cuajados de perlas y piedras preciosas. Unos años más tarde, cuando el emperador quedó viudo adoptó no solamente el luto, sino una notable sencillez en su traje. Su hijo, Felipe II, siguió su ejemplo en este sentido optando por una imagen de elegancia sin estridencias marcada por el uso del color negro. Pero en el reinado de Felipe III se invirtió esta tendencia y nuevamente se prodigó el lujo. Es el momento de los cuellos de lechuguilla y la extravagancia llegó a tales límite que los mangos de las cucharas debieron alargarse para poder comer, dado el diámetro de algunos de estos cuellos.

Juan Pantoja de la Cruz. Ana de Velasco y Girón. 1603. Colección particular. Wikimedia Commons

Al subir al trono Felipe IV se pretendió contener el derroche y se adoptaron medidas drásticas. El joven rey, que era sencillo en su atavío, tal y como demuestran los retratos de Diego Velázquez, decidió predicar con el ejemplo. En febrero de 1623 se crearon los llamados Capítulos de Reformación cuyo objetivo era: «Remediar el abuso y desorden de los trajes, porque junto con consumir vanamente muchos sus caudales y ofenden las buenas costumbres».

Diego Velázquez. Felipe IV. Hacia 1624. Metropolitan Museum. Nueva York

Dicha disposición prohibía a los hombres usar capas, ferreruelos, bohemios, ni balandranes de seda, únicamente se permitían el paño y la raja o algunos tejidos ligeros, pero todo sin nada de seda y fabricado en España: también se prohibieron las lechuguillas y el ejercicio de la singular profesión de abridor de cuellos. Las pragmáticas sorprenden por su minuciosidad y detalle en cuanto a los tipos de tejidos y ornamentaciones permitidas o prohibidas. El Estado debía tener un férreo control de las importaciones, de tal manera que el género que entrara al país se ajustara a lo previsto en la ley. Sólo en tiempos de Carlos II se dictaron en 1674, 1677, 1684 y 1691. A pesar de este aluvión de disposiciones los abusos indumentarios se mantuvieron, se ve que los españoles eran ya bastante poco amigos del cumplimiento de las normas y muy dados a la opulencia, tal y como afirmó el maestro de historiadores Antonio Domínguez Ortiz: «El español es dado al fasto y al derroche; a gastar lo que no tiene y a endeudarse con tal de llevar el tren de vida que considera merece».

Para más información, en el blog Arte y demás historias: Una pragmática de Carlos V contra el lujo

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