Artes escénicas
Lo mejor y lo peor de la Bienal de Flamenco de Sevilla
Balance Artístico
La apuesta por la guitarra de concierto y la consolidación de una generación son aspectos positivos
La ausencia de grandes figuras muchas jornadas ha hecho que la cita pierda interés para el gran público
Luis ybarra
«Esto es un desastre», dice el productor que anda detrás de algunos de los espectáculos que se han desarrollado estos días. No se le caen los anillos por cargar sillas, pero esa no es su tarea. «El equipo de comunicación no ha tenido ... tiempo de trabajar, la producción no funciona como debe, la página web tampoco… Al final, la Bienal la salvan los artistas», termina, mencionando la clave que cada jornada nos ha empujado a los teatros. A esperas del balance económico y de afluencia de público, podemos arrojar las primeras conclusiones puramente artísticas.
Entre los mayores aciertos está la apuesta por la guitarra de concierto, un valor que nos diferencia en el mundo y que no está representado en el resto de programaciones. La Bienal, exponiendo catorce músicos con su instrumento al desnudo en el Espacio Turina, más Rafael Riqueni en el teatro Lope de Vega y Vicente Amigo en concierto en el Maestranza, tal vez siente un precedente.
Asimismo, esta edición muestra el ascenso de una generación a los aforos de mayores dimensiones. También la presentación de credenciales de otra que viene por debajo. Los novísimos. Han sorprendido valores como Ismael de la Rosa, presente en tres espectáculos. María Terremoto, en mi opinión, sigue anunciando más porvenir que presente, lo que siempre es una buena noticia. Eso sí: se consolida en un gran auditorio, cuando este marco la conoció ante unas cincuenta personas en 2016. Patricia Guerrero y La Tremendita han desembarcado en el Maestranza, la segunda con mejor respuesta que la primera. Pero, en definitiva, aquellos que antaño pululaban por pequeños espacios escénicos han dado un paso definitivo hacia delante. Han entrado en los coliseos.
La escasa presencia de primeras figuras, por otro lado, ha hecho que peligre el interés por el seguimiento de la Bienal por parte de la ciudad. No es que se haya apostado por artistas mediocres, sino que se le han dado oportunidades a un buen número de rostros poco conocidos para el gran público: David Lagos, Sergio de Lope, etc. También a otros que son conocidos, pero no por méritos artísticos. Y también, por último, algunos que gozan del beneplácito de los programadores de España y Europa, pero que no venden entradas. Los Voluble, por ejemplo, venían a La Bienal después de agrupar a unas quince personas en Londres y unas pocas más en Flamenco On Fire de Pamplona. Quizá la búsqueda de nuevos públicos no va en la dirección de dar entidad a lo experimental, sino a propuestas como las de Israel Fernández, María Terremoto o Vicente Amigo, que llenó el patio de butacas de niños que tocan la guitarra. Lo experimental es necesario para el avance, pero sin que tape lo que ya está testado.
Tengo la sensación de que hay músicas que gustan más a quienes la hacen que a los que la reciben. Lo minoritario esta vez ha abultado en el gran escaparate por encima del resto. A la semana de arranque, escuché por primera vez a un cantaor en una silla. No antes. Sevilla no ha podido disfrutar ningún día de José de la Tomasa, pero sí seis veces de Tomás de Perrate en distintos proyectos. Admiro a ambos, pero hay un desequilibrio objetivo. Otro ejemplo más grave: un cantaor al que no mencionaré para no causar más daño, pues no comparto nada de lo que ocurrió en el escenario del Alameda desde que él subió, ha tenido dos citas. Un cantaor que no consiguió entrar en ningún tablao de la ciudad, según él mismo ha confesado. La crítica a veces es dura porque son muchos los talentos que se quedan fuera.
Contraprogramación y artistas destacados
Un comentario de La Macanita en San Luis de los Franceses confirma el rumbo del género jondo en los grandes ciclos: «Voy a hacer cantes cortos con todo mi cariño. El flamenco está cambiando, y esto ya no se escucha, pero yo es lo que sé hacer». Además, los mayores de 60 años que continúan en activo, con contadas excepciones, han desaparecido de los carteles.
Existe en los corrillos un comentario acerca del cruce de horarios en el propio festival, pero en cualquier otro evento de estas características uno ha de elegir entre una oferta variada cada jornada. Quizá, eso sí, algunos días podrían haberse evitado solapes. La contraprogramación que se ha producido en Sevilla en septiembre, por otra parte, ha dado lugar a noches históricas. El sábado 17 actuaron a un mismo tiempo C. Tangana en la plaza de España, Plácido Domingo en La Maestranza, Israel Galván en el Central, Israel Fernández en Cartuja Center, Juan José Amador en el Alameda, José Antonio Rodríguez en Espacio Turina y Torombo en el Hotel Triana. Hay que vaciar las calles para llenar tanto teatro. Pero así ocurrió. Sevilla rebosó cultura.
Esta Bienal, como decía, la han salvado unos pocos artistas. Segundo Falcón encerrándose a desempolvar viejos ecos durante la grabación de un disco en vivo y La Tremendita conquistando un nuevo territorio. Tuvo momentos estelares, como la subida de telón y decibelios. La soleá de Eva Yerbabuena y la de La Macanita, la farruca de Dani de Morón y la de Salvador Gutiérrez, Vicente Amigo descubriendo el discurso más universal de todas las sonantas de hoy y Paco Jarana para un reducido número de fieles, Alfonso Losa, Marina Heredia, Mayte Martín... También el reencuentro de Manuela Carrasco y el de Isabel Bayón, salvando las distancias, así como un José Valencia, entre otros, afianzando su carrera de cantaor clásico que se aventura en proyectos pioneros, como el de reivindicar a Nebrija. Artistas. Momentos.
La eliminación de los Giraldillos, por último, parecía necesaria, ya que esto se había convertido en un certamen sin reglas y, por ende, caldo de cultivo de la polémica. Pero a su vez el creador pierde ahora una vía para causar notoriedad. Sevilla tiene el mayor festival flamenco del mundo: 65 espectáculos, 11 espacios escénicos, actividades paralelas…, pero debe seguir trabajando.
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