Estreno en españa
Marco Layera hace una reflexión coreográfica sobre la violencia
'Oásis de la impunidad' es una obra inspirada la revuelta social de ocurrida en octubre de 2019 en Chile
Cuarenta compañías dan vida a una temporada del Central marcada por las obras
Un momento de la representación
Marco Layera nació en Chile en 1977, seis años después de la caída del presidente Allende, sucesos que marcaron la vida de su país durante un tiempo. Nació en plena dictadura de Pinochet y vivió las vicisitudes de ese régimen. Director teatral, estudió Derecho ... y se especializó en Criminología. En 2008 funda la compañía La Resentida, con la que ha realizado obras como 'Simulacro', 'Tratando de hacer una obra que cambie el mundo', 'La imaginación del futuro', 'La dictadura de lo cool', 'Paisajes para no colorear' y ahora 'Oasis de la impunidad', obra coproducida con la prestigiosa Münchner Kammerspiele, que este viernes y el sábado se pone en escena en el Teatro Central en riguroso estreno en España.
«Es un proyecto que nace a partir del estallido social de Chile en 2019 y es una reflexión coreográfica de la violencia que ejerce el Estado. Me interesa reflexionar sobre las prácticas de la violencia estatal, donde nace la cultura del miedo y la desacralización del cuerpo humano como única estrategia del estado para controlar», dice Layera.
En Chile el estallido social de 2019 se venía venir, asegura Layera. «Fue una transición pactada, y desde 2006 empiezan los movimientos sociales con gente muy joven que exige un nuevo ideario y una nueva forma de entender la vida. Fue un movimiento social que salió a la calle el 18 de octubre y hubo una represión social muy brutal que nos recordó a los tiempos de la dictadura», explica el director teatral.
Marco Layera muestra su decepción cuando el pasado 4 de septiembre el pueblo chileno rechazó la nueva Constitución: «Creo que hubo una propaganda transversal que satanizó la nueva constitución y levantó falacias. Nos dimos cuenta de que Chile es antindigenista, donde hay muchos nacionalistas y chauvinistas y no entienden que hay una deuda histórica con los pueblos originarios y que estos tuvieran más derechos, no lo comprendían, tenían miedo. La nueva constitución derogaba el Senado, que es donde está la clase dominante, y esto tampoco lo querían. Era una constitución radical, bellísima, comprometida con la Naturaleza y feminista. Todo fue muy complejo y un proceso muy doloroso para nosotros. Era muy complicado ganar y de eso nos dimos cuenta después».
La compañía La Resentida permaneció un año y medio sin trabajar y el país estuvo con toque de queda desde el 23 de octubre de 2019, primero por cuestiones políticas, situación a la que se sumó luego el Covid. «Estuvimos un año y medio sin poder salir a la calle a partir de las doce de la noche. Teníamos los militares en la calle, y en Chile cargan con un peso histórico. Para nosotros es doloroso verlos en la calle. No ha habido una refundación del ejército después de la dictadura. Todo esto es importante para entender la génesis de la obra».
Cuenta Layera que durante el estallido social vió a un policía que lleva escrito en la obligatoria identificación, 'superdick', «y ese era el representante del estado, y que además lleva un arma. Empezamos a trabajar en septiembre de 2021. En octubre queríamos ver gente, porque para mí en el teatro la presencia es básica, es un ejercicio colectivo. Hicimos un laboratorio audición donde postularon quinientas personas jóvenes y trabajamos con doscientas durante varios días. Fue muy catártico. Juntamos la experiencia de todos esos jóvenes sobre la vivencia del estadillo social y los valores de las nuevas generaciones que tienen desligitimada las imagen de las fuerzas de seguridad después de lo que pasó». De esos doscientos seleccionaron a cuatro intérpretes, la mayoría provenientes de la danza urbana o de escuelas de actuación.
Layera trabaja con un equipo estable de la compañía en el que hacen todo tipo de tareas. «La Resentida tiene sede en Chile y nuestra relación con Alemania es que estoy asociado con varias intituciones. Después de la pandemia hemos buscado nuevas fórmulas de producción, así que las instituciones alemanas que coproducen con nosotros nos mandaron a varios dramaturgistas a Chile para trabajar la obra».
El lenguaje estético
En escena hay ocho personas más un invitado que se escoge en cada país. «Trabajamos por amistad, la base es el amor, no podría trabajar de otra forma y lo hemos hecho de una forma colectiva, sobre todo en la coreografía, que está basada en la cultura urbana, en muchos movimientos del hip-hop», asegura.
Tras hacer esta obra, Marco Layera sí se ha hecho preguntas sobre lo que ha pasado en su país: «Yo no quiero invitar al público para que vea en el teatro lo que pasa en la calle, no. Estoy comprometido con la realidad pero no voy a ocupar el capital simbólico de la calle», asegura. Por ello quiso alejarse de la estética de la protesta y buscar un mundo para visibilizar lo que el denomina como 'violencia estatal'. «Entramos en un estudio a partir del cuerpo para realizar una creación coreográfica y para preguntarnos si es necesario el ejercicio de la violencia para que exista paz».
En cada uno de sus trabajos ha cambiado el lenguaje estético, y por ello en esta obra se basaron en el cuerpo. «Sentíamos que la palabra te castra y te censura, y el desafío fue la búsqueda de que la palabra no fuera protagonista ni eje de la puesta en escena. Si no, jerárquicamente la palabra está arriba y todo lo demás se organizan alrededor de la palabra. No queríamos eso. Trabajamos con cuerpos convulsos, que están en tensión, los ves y son opacos, no sabes si están celebrando o sufriendo».
Asegura que hay momentos en los que el público puede percibir violencia, «pero también belleza, y esa es la gran contradicción», dice Layera, quien reconoce que en la obra trabajan la cultura del miedo. «Son resabios de autoritarismo que nosotros vivimos y seguimos viviendo».
Tras su estreno en Chile, la obra tuvo diez funciones a lleno diario «y lo mejor es que el público era muy joven, es muy importante estar conectado con la juventud», asegura, y reconoce que en su país la cultura vive en una precariedad absoluta. «Mi idea de hacer teatro es crear callejones sin salida, y originar preguntas a través de una propuesta estética. Nosotros tenemos que generar cosas para discutir. Hay un texto final en la obra, que hay gente que dice que no lo debía haber puesto, pero yo creo que pretende aclarar todo un poco, porque quiero hacer un teatro que dialogue con todo el mundo. No me interesa el teatro creado para intelectuales», dice.
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