Lola Flores, el arte de la expresión: sus mejores discos y espectáculos
centenario del nacimiento de lola flores
Los grandes éxitos de La Faraona en el centenario de su nacimiento
Luis Ybarra
El éxito de Lola Flores es tan mayúsculo que ha trascendido a su obra. No es una canción, sino una figura en sí: su rostro, las mil y una anécdotas, el pelo, los dedos chasqueando siempre cerca de la frente con la mirada de cristal, ... las manos en garra, su expresión combativa… Quizá parte de lo más llamativo son las zonas umbrías que nos deja alrededor de ella. Jugó a ser gitana y con ello sembró la duda. Pasó a los anales, además, con un titular inventado: «No canta, no baila, no se la pierdan». ¿Han visto alguna vez la cita original? Nunca se publicó nada similar, pero háganle caso: vayan al corazón de su música. Piérdanse, pero en ella.
Su popularidad vino pareja a la trascendencia de su imagen en la gran pantalla y la televisión, pero fue en las distancias cortas de los espectáculos donde encandiló a otro ramillete de ojos y oídos. Las canciones se popularizaron a través del cine, pero también vendió discos, giró por los teatros del globo y fue versionada, reversionada y vuelta a versionar, especialmente en unos pocos himnos que conforman parte del patrimonio musical más popular de la historia de España. Diría, en este sentido, que hay pequeños que identifican la cima que supuso 'Pena, penita, pena', pero desconocen a su intérprete.
Terminó la guerra y debutó Lola. Tenía 16 años la noche del 10 de octubre de 1939, día en el que apareció dentro del espectáculo 'Luces de España', de la compañía de Custodia Romero, en el teatro Villamarta de su tierra, Jerez. Poco después llegaron las primeras grabaciones, que fueron para la casa Columbia. De esta forma, una bulería con orquesta escrita por Tenorio y G. Monreal e interpretada con la voz aún por afilar propia de una niña inaugura su discografía a principios de los 40: «Pescaero, pescaero, no te vayas a la mar». El ep tenía en el reverso unas sevillanas en las que también se evidenciaba lo que venía: una mujer con el arte de la expresión. La capacidad, por encima de todo, de contar la música hasta con las pestañas.
Grandes éxitos
Lola coquetea con el cine muy joven. Viaja, gira, canta y baila por Andalucía y Madrid. Cuando se traslada a la capital con su familia, no existen aún los tablaos en los que más adelante triunfará. Tenía ídolos entre la garganta y las sienes, Pastora Imperio, Carmen Amaya, Estrellita Castro…, pero las estaba filtrando por su genio. Lo que aprendió en el Realito sevillano y otras academias pronto cobró formas poco ortodoxas en su cuerpo, que empezó a descubrir otros rincones de España. Por eso el encuentro en 1943 con Manolo Caracol produjo la catarsis. En Valencia, donde se estrenó el espectáculo 'Zambra', y en el resto de escenarios los años siguientes. El teatro de la Zarzuela de Madrid fue el más significativo.
El empresario Adolfo Arezana puso el dinero para aquella hazaña. Quintero, León y Quiroga, legendario trío que elevó la copla, las composiciones. Y Caracol y Lola, ese dúo visceral y cruento que fue más allá de lo puramente artístico y que creó escuela tomando como base los mimbres escénicos de la Ópera Flamenca. Los decorados, costumbristas, inspirados en el universo pictórico de Julio Romero de Torres a cuenta del pintor onubense José Caballero. Los vestuarios, en la misma línea. Y, entre todo ello, éxitos para la posteridad: 'La Niña de Fuego' y 'La zarzamora', que también se cuajó dentro de esta obra que culminaría en el cine. De aquella época, los 40, son las canciones 'Al verde limón', 'Pepa Banderas' y 'La Sebastiana', entre otras muchas.
En México se autoproclama La Faraona. Contrato histórico, meses por andar, cine y fama desde la otra orilla del Atlántico. En 1954, dentro de 'Copla y bandera', la jerezana se lleva un aluvión de artistas consigo. Entre ellos, Beni de Cádiz. Sigue triunfando. En 1957, con Rafael Farina en 'Arte español'. El público la conoce y la adora. La emula, también. Y canta con ella canciones que llegan a todas las generaciones, que entonces a los famosos los conocían niños y los abuelos, a través de la pantalla. También por la radio: 'Pena, penita, pena', 'El lerele', 'Limosna de amores', 'María Belén'… En 1960 actúa en el Teatro Olympia de París, todo un hito. Y esos años España va y se enamora de 'A tu vera', 'Dime', los 'tanguillos de la Guapa de Cádiz' junto al Pescailla, su marido, todo un revulsivo de la rumba, 'Que me coma el tigre'... En 1966, ofrecerá en el teatro Calderón de Madrid el que está considerado como uno de sus últimos grandes espectáculos con la música de Quintero, León y Quiroga, la misma que la había encumbrado décadas atrás.
Sus periplos continúan hasta que en los 70 la canción andaluza cae en declive, sobrepasada por otros sonidos que venían al albor de la democracia. Ella busca fórmulas y formatos. Y sigue dejando, además, himnos del rap patrio, ganando presencia en televisión: 'Cómo me la maravillaría yo' y los divertidos 'Tanguillos de la abuelita', así como su 'Torbellino de colores'. En el 82 le canta al mundial de Barcelona. En el 90, a las puertas de la Exposición Universal de Sevilla, recibe numerosos homenajes que concluyen en un álbum en el que participan Julio Iglesias, Rocío Jurado, su familia y otros compañeros. Miami está a sus pies. Y el mundo, del que poco a poco se despide.
Lola Flores partió de lo clásico a lo que le dio la gana. Rindió tributo a los mayores y los honró con la creación de un estilo propio. Mereció premios, entre ellos, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, que parece que solo trasciende el cachondeo. Fue polémica y genuina. A través de la voz, el movimiento y el gesto dejó su impronta en una amplísima nómina de artistas actuales. Lo que queda, después de todo, es un imaginario que se fraguó y desarrolló entre fiestas y escenarios, dejando esquirlas en el audiovisual para que zambras y coplas no cayeran nunca en el olvido.
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