Locus amoenus

DON JUAN COMO CAPRICHO NAPOLITANO

No se me escapan las similitudes entre Nápoles y Sevilla, dos ciudades barrocas, teatrales, desordenadas y de una fastuosa decadencia que sólo pueden permitirse las ciudades que disfrutaron de un antiguo esplendor

Monumento a Don Juan Tenorio en la plaza de Refinadores en Sevilla Raúl Doblado

Nadie duda de la universalidad de don Juan, ni mucho menos de su sevillanía; pero nunca está de más reconocer el factor napolitano que ayudó a construir su leyenda, pues Molière no sólo conoció al personaje a través de Italia, sino que ambientó su 'Dom ... Juan ou le Festin de Pierre' en Sicilia y no en Sevilla. ¿De dónde -entonces- la importancia de Nápoles? Del primer acto de 'El burlador de Sevilla y convidado de piedra' de Tirso de Molina, porque la obra comienza en Nápoles, donde el seductor engatusó a la duquesa Isabela. Nápoles formaba parte del imperio español y así fue como la obra de Tirso fue representada en los teatros napolitanos, dando origen a las versiones italianas que inspiraron a Molière.

No he señalado las fechas de las obras, porque los años de publicación no coinciden con las fechas de los estrenos ni mucho menos con las de la escritura. Así, 'El burlador de Sevilla y convidado de piedra' fue escrita entre 1612 y 1625, una versión preliminar fue estrenada en 1617 y la primera edición impresa data de 1630. Por otro lado, el 'Dom Juan ou le Festin de Pierre' de Molière se estrenó en 1665 y no se publicó hasta 1682, nueve años después de la muerte del autor. ¿Y cómo descubrió Molière al personaje? Gracias a las diversas versiones que los dramaturgos italianos escribieron, mejor conocidas como «canovaccio». Los investigadores que han trabajado el tema son Giovanni Macchia, Gendarme de Bevotte, Víctor Said Armesto, Blanca de los Ríos, Francisco Márquez Villanueva e Irene Ortiz Rosado, entre otros, quienes demuestran que entre 'El Burlador' de Tirso y el 'Dom Juan' de Molière se estrenaron más de media docena de versiones italianas e incluso francesas, donde Nápoles y Sevilla siempre aparecían como escenarios de las aventuras galantes del seductor. Por lo tanto, fue la voluntad creadora de Molière la que eligió Sicilia, suprimiendo a Nápoles y Sevilla.

Sin embargo, las más canónicas y célebres versiones del mito de Don Juan, han sido fieles al origen sevillano del personaje, y así tenemos una constelación de óperas, ballets, poemas y obras de teatro europeas consagradas a Don Juan, como las de Carlo Goldoni (1735), Gasparo Angiolioni (1761), Amadeus Mozart (1787), E.T.A. Hoffmann (1813), Lord Byron (1821), Aleksandr Pushkin (1830) y Alexandre Dumas (1831), entre las más conocidas. Así, cuando José Zorrilla publicó su 'Don Juan Tenorio' (1844), el seductor sevillano ya se había incrustado en el imaginario francés, italiano, alemán, ruso e inglés. En España hemos asumido con tanta naturalidad la universalidad de Don Juan, que nuestras discusiones más eruditas giran en torno a la autoría, pues algunos estudiosos atribuyen su paternidad al dramaturgo Andrés de Claramonte y no a Tirso de Molina. En cualquier caso, nobleza obliga reconocer que sin el «factor napolitano», quizá Don Juan no habría salido de la península.

Italia no sólo ha sido el epicentro de la ópera, sino el origen del ballet clásico. Así, los libretos italianos fueron la inspiración de nuevas versiones en lenguas diversas, y es obvio que la traducción italiana de «Juan» -Giovanni- adquirió connotaciones lozanas por su homofonía con «gióvane» [joven] y «giovanezza» [juventud]. Don Juan era apuesto, aventurero y juvenil -además de seductor y sevillano-, y con esas credenciales cayó de pie en los círculos artísticos italianos, los cuales aprovecharon su conexión napolitana para incluirlo dentro de su tradición, donde no desentonó junto a Giacomo Boccaccio, Cesare Croce, Giambattista Marino y -ya en el siglo XVIII- con Giacomo Casanova, el «don Juan» italiano por excelencia.

No se me escapan las similitudes entre Nápoles y Sevilla, dos ciudades barrocas, teatrales, desordenadas y de una fastuosa decadencia que sólo pueden permitirse las ciudades que disfrutaron de un antiguo esplendor. Si Don Juan no hubiera sido sevillano habría sido napolitano, y por eso Tirso lo hizo venir a Sevilla desde Nápoles, aunque Nápoles se permitió el capricho de hacer viajar a Don Juan por todo el mundo, como un embajador galante y literario de Sevilla.

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