Fulgor de lo sencillo
El fabuloso trío que forman Berzal, Frías y Rallo encuentra en Rosal un aliado más firme que Troncoso, quien los dirigiera en 'Los despiertos'

'A la fresca'
- Texto y dirección: Pablo Rosal.
- Adjunto a la dirección: Caterina Muñoz Luceño
- Diseño-iluminación: Javier Ruiz de Alegría.
- Espacio sonoro: Arsenio Fernández.
- Intérpretes: Alberto Berzal, Israel Frías, Luis Rallo.
- Lugar: Teatro Central.
A Pablo Rosal lo descubrimos en 'Los que hablan', donde un Adán y una Eva prelingüísticos ejercían su derecho a la 'tabula rasa' y plantaban una semilla, el primer balbuceo de otra cosa, de nuevos juegos de lenguaje entre la insignificancia y el camino hacia ... el sentido.
Ahora Rosal, en 'A la fresca', da un martillazo en el mismo clavo, con mayor ambición, me parece, y comprometido al mismo tiempo en un riesgo a la altura del envite, porque aquí la desnudez resulta más frágil, el trío protagonista más expuesto, levantando la mirada hacia las butacas para exponer con sencillez –malabarismos en la invisible cuerda de los equilibrios escénicos que preside el 'antes' de la obra– el misterio de la reunión en torno el hecho teatral.
El fabuloso trío que forman Berzal, Frías y Rallo encuentra en Rosal un aliado más firme que Troncoso, quien los dirigiera en 'Los despiertos'; quizás porque con él sus voces se recortan mejor de esa oscuridad primigenia que rodea a todos los orígenes, porque todo aquí es más abstracto, y la crítica al mundo y sus ritmos acelerados ya comparece asumida, constatada, para pasar a cosas más lúdicas y divertidas (e igualmente profundas).
Podría pensarse que 'A la fresca' se declina desde un plano característico de Ozu, esa ropa tendida –cuatro camisetas interiores, un par de sábanas– que amortiguaba las narraciones mínimas y familiares del cineasta japones (sus famosos 'pillow-shots', o planos-almohada). Lo que allí era transición, apunte metafísico y función fática del lenguaje, aquí se espesa hasta conformar una escena que es un lugar en el que resguardarse a espaldas del relato (curiosamente también de una familia en una estación en las que se divide el año, el verano), donde se proyecta una anhelada cabaña, como aquella de Thoreau o Wittgenstein, en la que poder pensar y volver a dejarse asombrar por el mundo.
Lo mejor de 'A la fresca' como texto, obra e interpretación es la liviandad cómica desde la que se levanta toda esta tramoya y la alegría serena que habita este revés, este pliegue, lejos de soflamas y reconvenciones, también de trascendencia. Todo se sabe juego, una espiral descendente que los actores recorren de la mano, en relevos, desde la desconfianza primera (y la querencia a abandonar rápido la escena) hasta la última cita, junto a la sábana, junto al refugio que han construido intercambiando y acumulando palabras por el simple hecho de querer hacerlo, sintiendo el tiempo que pasa, ahí donde sólo el lento apagado de los focos puede poner un punto final.
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