flamenco sincejilla
El Festival Alalá programa la alegría en las Tres Mil Viviendas de Sevilla
música
El evento se consolida con una tercera edición que tendrá lugar hoy jueves 31 de mayo y que contará con artistas Pedro El Granaíno, Mara Rey, Pedro Ricardo Miño, Emilio Caracafé, Polito y José Luis Pérez-Vera
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Existen diferentes teorías acerca del origen y la evolución del flamenco. Algunas de las más recientes, en concreto, ponen en tela de juicio la importancia de la transmisión oral que ha defendido la flamencología tradicional. En el festival Alalá, sin embargo, tienen a varios artistas ... que son el resultado de ella. Gitanos y no gitanos que aprendieron el arte de la música junto a balones de fútbol y cáscaras de naranja. Cantaores, bailaores, guitarristas y percusionistas profesionales, pero también alumnos que ahora andan puliendo sus facultades en la escuela de la Fundación Alalá. La tercera edición del evento, que ayer ya celebró unas jornadas con recitales, conferencias y mesas redondas, tendrá lugar hoy jueves en la Factoría Cultural del Polígono Sur a las ocho de la tarde.
Confluyen sobre el escenario un sinfín de discursos, aunque el patio de butacas en este entorno también sea partícipe, haciendo del continente un elemento sustancial del propio contenido. Por un lado, estarán los chicos de esta entidad junto a sus profesores de Jerez y de Sevilla: Dr. Keli, El Berenjeno, Loli Argudo… Por otro, los invitados.
El cante mayúsculo lo trae Pedro El Granaíno, una de las máximas figuras de lo jondo que eclosionó tarde, con un rosario de añadas en la garganta tras toda una vida vendiendo ropa por los mercadillos. Por eso se expresa así, en las antípodas de la impostura. No estará solo: la cantaora Mara Rey, de Madrid, le acompaña. José Luis Pérez-Vera canta, baila, toca el piano y con el Rocío a la espalda busca desde su juventud poses que parten de la raíz y piden alas. Se mira en Bambino, Caracol, los Pareja-Obregón, sus padres…, aunque sobre todo, puestos a mirar, lo hace en sí mismo a través de un primer trabajo discográfico que le sirve para mostrar sus credenciales, 'Tierra prometida'.
Emilio Caracafé, centro angular de la Fundación Alalá, toca la guitarra con adoquines en el alma mientras que Pedro Ricardo Miño emplea los algodones para el piano, que a él le amanece por Triana, como el corazón de tantos en la barriada de las Tres Mil. Polito, de la familia de los Farruco, baila desde que tiene siete años. Presenta Juan Luis Cano, que empezó a hacer reír a los veinte. Aquel de Gomaespuma siempre ha estado dispuesto a la carcajada entre seguirillas y soleares. Un loco del cante que terminó donde hasta hoy ejerce su profesión: la comunicación. Y entre todos, que ya ven, poco tienen que ver, protagonizan uno de esos carteles altamente poblados que tiene la fiesta como reclamo. 'Alalá' en caló significa 'alegría'. Acudan para recibirla de manos de quienes la inventaron: los niños.
Racismo y discriminación en el flamenco
Rubén Olmo sale al patio de la Factoría Cultural, en el corazón de las Tres Mil. Señala un edificio devastado y dice: «Ahí nací yo». Se detiene y continúa: «Y ahí estaba la academia de Carmen Rebollar, donde mi madre me llevaba a bailar. Ese trayecto era una aventura, porque nos atracaban. Después, a los seis años, nos mudamos al Cerro del Águila. Es que yo tenía hasta problemas de reuma en las piernas por no salir a la calle a jugar». Hoy es director del Ballet Nacional de España, le ha dado varios vuelcos al arte en escena y su alrededor presume de tener un artista de proyección internacional en el barrio.
Homosexual y payo, no tuvo las cosas fáciles, aunque jamás halló impedimento en las dificultades. Junto a otros compañeros, como el bailaor Farru, el guitarrista Caracafé, la investigadora Cristina Cruces o el periodista Fernando Iwasaki, ha debatido acerca del flamenco como una herramienta para la inclusión social en una actividad celebrada por la Fundación Alalá. Cruces arroja una de las claves: «En los últimos años ha habido una 'desgitanicación'. El porcentaje de primeras figuras gitanas en festivales como La Bienal es minúsculo». Farru le ha respondido: «El racismo existe. Yo lo sufro cuando no me reconocen, solo ven a un gitano y creen que voy a hacer algo». Esa distinción en el trato, le sugiero, es la misma que la del 'moro' que de pronto pasa a 'árabe' si hay dinero de por medio. Todo, concluye el resto, se resuelve con educación.
Fluye lo fértil en José Quevedo Bolita
El jerezano consolida su figura como concertista con este álbum. Tras 'Fluye' llega 'Fértil', más madura. Una obra que protagoniza en exclusiva su instrumento, con el que anuncia sin alarde técnico, aunque son suma originalidad, todo un campo de ideas a través de las alegrías. Suenan olas por esta 'Salicornia', juegos rítmicos que no restan con Paquito González a la percusión, tratando de rezumar clasicismo dentro del virtuosismo en el que se mueven. Los dibujos y la fuerza de la reiteración, entre picados, rasgueos y alzapúas, penetran por el oído. Continúa en Cádiz, esta vez por tanguillos, en 'Manteca y rebujina', buscando contrapuntos con la guitarra tapada y estableciendo un sistema de pregunta respuesta al dictado de la polirritmia. La naturalidad es el cimiento principal de la soleá 'Puerta del viento', que se arrastra oronda por la cadencia andaluza. Como todas las piezas del disco, suena al palo sobre el que se construye. Volando, pero sin alejarse, como si tuviera un cordel que la ata a sus fértiles raíces.
La 'Farruca del Molinero', interpretada en directo, deja junto a las alegrías otro de los cénits. Elegancia y sobriedad alrededor de la obra de Falla. Las sevillanas toman el aroma de cuatro estandartes gaditanos: Isidro Muñoz, Manolo Sanlúcar, José Miguel Évora y Pichuli. Bolita bebe entre la marisma y el río y deposita florituras en forma de rondeña y bulerías. Domina la composición, pero también la complejidad del estudio, después de tantos trabajos como productor. La rareza introspectiva 'Conversación', que se repite en acústico en un bonus track, cierra las costuras con un puñado de acordes que dicen más que presumen. Lo hacen con estridencias experimentales como telón de fondo. Su nervio, el del Bola, se ha transformado en música.
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