Arte y demás historias
Celebremos al joven Velázquez
Nuestro protagonista nació con suerte, no solamente por sus grandes dotes que pronto comenzaron a ser evidentes, sino porque vino al mundo en Sevilla, una ciudad cosmopolita, floreciente, rica, bulliciosa
Diego Velázquez. La costurera. Hacia 1635. National Gallery. Washington.
Este año se conmemora el cuarto centenario de la llegada de Diego Velázquez a Madrid. El 6 de octubre de 1623 el pintor sevillano entró al servicio de Felipe IV con un sueldo de veinte ducados al mes, según reza el breve contrato. Su ... papel fue fundamentalmente de retratista, aunque ejerció diversas funciones en la corte hasta su muerte en 1660.
Pero Velázquez no es sólo un pintor cortesano, es un gran cronista de su tiempo. Por sus pinceles discurre un interesante y variado muestrario de la sociedad española de pleno Barroco, desde humildes trabajadores hasta burócratas, grandes nobles, militares, bufones, la familia real, santos… También dioses del Olimpo y hasta el mismo Papa.
Quizá el secreto de Velázquez es que nos muestra la dignidad del ser humano. Así lo percibimos en su primera etapa, cuando el recién estrenado maestro pintaba bodegones con gente sencilla en actitudes absolutamente cotidianas. Pareciera que esas personas laboriosas se están comunicando con nosotros, casi siempre con pausa, sin aparente esfuerzo pero con rotundidad.
Diego Velázquez. Cristo en casa de Marta y María. 1618. National Gallery. Londres. Wilkipedia Commons
Mas, ¿quién fue ese joven Velázquez? El primogénito de un matrimonio de lo que hoy llamaríamos clase media. Concretamente, su padre era notario eclesiástico y su madre hija de un calcetero. Diego, el primero de ocho hermanos, fue bautizado en la parroquia de San Pedro, tal y como recuerda una lápida de mármol en la citada iglesia.
Nuestro protagonista nació con suerte, no solamente por sus grandes dotes que pronto comenzaron a ser evidentes, sino porque vino al mundo en Sevilla, una ciudad cosmopolita, floreciente, rica, bulliciosa… De hecho, una de las urbes más importantes de occidente en aquellos tiempos: «la más bella y populosa ciudad, un infierno soñado», según Lope de Vega, o una Babilonia que también recorrieron Tirso de Molina y Miguel de Cervantes. Una ciudad que fue testigo de un espectacular crecimiento demográfico y urbanístico en la que se levantaron decenas de conventos, mientras otros tantos se enriquecían con retablos y pinturas.
Sevilla es el principal emporio artístico de España durante el siglo XVII, exceptuando Madrid. En ella trabajarán Pacheco, Roelas, Velázquez, Alonso Cano, Zurbarán, Murillo, los Herrera, el Viejo y el Joven, Martínez Montañés, Juan de Mesa o Pedro y Luisa Roldán, entre otros, embelleciendo claustros conventuales, iglesias, capillas o palacios, pero para finales de 1623, Velázquez ya no estaba aquí, ya había abandonado la capital hispalense. Lo mismo ha ocurrido con la inmensa mayoría de las obras de su primera etapa, que por distintos avatares de la historia, no se encuentran entre nosotros.
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Velázquez, por tanto, nació en un lugar y en un tiempo adecuados, a lo que se sumó su formación en el taller de Francisco Pacheco, el pintor más importante de la ciudad en aquel momento. Pacheco fue mediocre como pintor, pero un notable policromador de esculturas, como atestigua el Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés, y un gran erudito, un intelectual muy bien relacionado cuyo papel en la vida de su discípulo fue crucial. Estamos ante un auténtico maestro, no solamente en cuanto a la enseñanza del oficio a su joven promesa, sino porque intercedió hasta conseguirle el mejor de los destinos posibles para un artista de su tiempo: trabajar para el rey de España. Porque Felipe IV no fue un monarca cualquiera. Estamos ante el Rey Planeta, un hombre culto, amante de las Bellas Artes, un entendido que adquirió una importantísima colección con nombres como Rafael, Rubens o Tiziano, que tanto admiraría e inspiraría a Velázquez.
Pero, ¿cómo fue ese camino para el joven pintor? ¿Cómo pasó de trabajar en un barrio sevillano al Alcázar de los Austrias?
Diego Velázquez. La vieja friendo huevos. 1618. National Gallery. Edimburgo. Wikipedia Commons
Hemos comentado que Francisco Pacheco era uno de los intelectuales más cotizados de Sevilla, con amplias relaciones sociales entre las que cabe destacar su amistad con el futuro conde-duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán, el que fuera valido de Felipe IV, el cual pertenecía a una rama de la casa ducal de Medina Sidonia.
El conde-duque estableció su residencia en Sevilla entre 1607 y 1615, como alcaide de los Alcázares Reales. En palabras de John Elliott: «Se propuso convertirse en una figura de la vida pública, haciendo gastos sin medida y llegando a ser un brillante mecenas de poetas y hombres de letras. Fue precisamente durante esos años cuando llegó a granjearse muchas de las amistades que llegarían a imprimir un carácter tan marcadamente sevillano en la Corte de Madrid, una vez que él llegara al poder».
Velázquez pasó de pintar bodegones en Sevilla a estar al servicio del monarca más importante de su tiempo, pero uno de sus bodegones, tal vez el más famoso de ellos El aguador de Sevilla fue el que le condujo a su destino. El aguador nos presenta a un hombre maduro de impactante presencia, vestido con suma humildad, que ofrece una copa de agua a un joven, mientras sostiene un cántaro por el que caen unas prodigiosas gotas de agua. Según Antonio Palomino, uno de los primeros biógrafos de Velázquez: «Inclinóse a pintar con singularísimo capricho, y notable genio, animales, aves, pescaderías, y bodegones con la perfecta imitación del natural, con bellos países y figuras; diferencias de comida, y bebida; frutas, y alhajas pobres y humildes con tanta valentía, dibujo y colorido, que parecían naturales, alzándose con esta parte, sin dejar lugar a otro, con que granjeó grande fama, y digna estimación en sus obras, de las cuales no se nos debe pasar en silencio la pintura que llaman del Aguador; el cual es un viejo muy mal vestido, y con un sayo vil, y roto, que se le descubría el pecho, y vientre con las costras, y callos duros, y fuertes: y junto a sí tiene un muchacho a quien da de beber».
La obra de Velázquez permaneció entre los muros de Palacio hasta que fue descubierta en el siglo XIX, tras la inaguración del Museo del Prado en 1819. Édouard Manet tras su viaje por España afirmó lo siguiente: «Velázquez por si solo justifica el viaje (…) Es el pintor de los pintores», pero eso ya es otra historia.
Diego Velázquez. El aguador de Sevilla. Hacia 1620. Apsley House. Londres. Wikipedia Commons
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