XXIII BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA

Cantar la edad, bailar los años

Cancanilla de Málaga y 'El Purili' se funden en una cita intergeneracional en el Teatro Alameda

Farruquito y la tradición renovada

El 'Purili' se descubre bailando la solapa izquierda de la chaqueta ABC

Por las calles hay un desfile de camisetas naranjas y botines, dorsales y cascos de música. Cuando llega la Nocturna, corren hasta los que suspendían el test de Cooper en el colegio. Es la liturgia de ese carácter novelero de los habitantes del rincón ... de la locura, ese que le imprime a este sitio la fama, ganada a pulso, de confortable manicomio. Ha comenzado el superfinde, se ha iniciado el carrusel de la desmesura. En cada rincón, un perejil. En cada avenida, un sarao. Pero qué sería de nosotros sin los excesos, dónde nos quedaríamos si no llenásemos las ganas antes que el alma, si no colmáramos el ojo antes que las mariposas de la tripa.

La ciudad hiperventila, a los que no corren, les late el corazón igual de fuerte. Talavante ha abierto la Puerta del Príncipe. Y ya se sabe que cuando eso ocurre, cuando se destapa la cancela de la gloria taurina, aprovechan para escabullirse entre la marea humana que lleva al matador en volandas unos cuantos de duendes mágicos de los que se han criado entre tendidos y albero, entre cohibas y almohadillas. Son entes rápidos y escurridizos, casi imperceptibles. Su vida, desde su huida, solo dura una noche. Las esencias del toreo los indultan, pero solo tienen una madrugada de libertad. Un sueño efímero. Así que aprovechan para empaparse de la polis con la que sueñan desde que nacen en su cárcel de arena. Se bañan en los gin tonics, se cuelgan de las campanas de la Giralda, hacen balconing desde la Torre del Oro, juegan al escondite por los callejones de Santa Cruz.

Por la Alameda siento a un par de ellos. Creo que pululan por los alrededores del Teatro, me parece intuir a un bichito posado sobre la mano de la estatua de Caracol. Pero no lo sé, la invisibilidad me hace dudar. Aquí, en la calle Crédito, también hay una porción de sevillanos dispuestos a disfrutar de otra noche de Bienal. El de hoy es un encuentro intergeneracional entre dos cantaores que bailan, entre dos flamencos de pura cepa a los que les separa casi medio siglo. Sebastián Heredia Santiago, el 'Cancanilla de Málaga', y Alonso Núñez Heredia, 'El Purili'. 73 y 24 años. La experiencia y la juventud. Marbella y la Línea de la Concepción.

El Purili sale al escenario y, tras una breve presentación, se repanchinga sobre la silla. Porta una chaqueta, unos chinos y una barba frondosa que le hace llevar encima más años de los que tiene. Su voz también le encanece el espíritu, desde el lerele hay un regusto antiguo. Es flaco, pero tiene rajada de pureza la garganta, el tono es impropio de un físico como el suyo. Va por soleá. La guitarra de Domingo Rubichi primero lo hipnotiza y luego lo hace recomponerse. Entre rasgueos junta las manos, luego las pone sobre las rodillas. Está entre el banco de oratorio y la silla de enea.

El semblante se le cambia cuando le dedica unas bulerías a Luis Peña, que está presente entre el público. «Que te vas a quedá/ con el dedo señalao/ como se quedó San Juan». Se levanta y se pone frente a un micrófono de pie, se descubre la solapa izquierda de la chaqueta, como si pusiera al servicio su caja torácica, y empieza a a acompañar el cante con movimientos milimétricos de arte. Se agarra la hebilla del cinturón, se tambalea. Sus mocasines, de un morado que linda con el burdeos, tienen oídos en las suelas. El linense va dando saltitos silvestres, se unta el cuádriceps de compás. ¿Qué hay que llevar en la sangre para moverse con la cadencia de lo distinto?

Cancanilla hace aparición con una camisa blanca de lunares negros, una melena curtida en años, un medallón de oro que le cubre el pecho y unas gafas con montura rojo piruleta. Presenta a su mujer Sole, que se sienta a su derecha, y a su guitarrista, Chaparro. El viejo le echa flores al joven: «no se puede cantar más gitano». El marbellí pone al compás bajo sus pies, al metal le sientan bien los años. El tocaor sonríe y cabecea, el moño que lleva es un signo de exclamación. Su esposa, con la cabeza alta, lo mira seria y le dice: «Vamos, Canca». El silencio le dijo al tiempo/ quédate conmigo un poco/ escucha mi sentimiento.

En el momento en el que finaliza el primer conjuro, al de Málaga se le ilumina la cara: «Qué alegría de aplausos», lo dice saboreando la ovación. Los tangos y los tientos se los dedica a su compañera, que ahora lo mira de refilón. Son una pareja de indios salvajes. La del Cancanilla es una serenidad explosiva, lleva el quejío hasta el recuerdo, su ronquera es un alud profundo y sensible. Se da puñaladas de rabia en las costillas, se inspecciona las vivencias mientras juega con el botón de la blusa.

«Estáis a gustito, ¿no?». En la gloria, Canca, resuelve una señora desde el público. Las seguiriyas se las brinda a sus «bandoleros», que le jalean en las butacas. Cantes de Manuel Torres y Mairena. El flamenco hace del lamento un sonido precioso, de la furia una energía reparadora, del sufrimiento una edificación de esperanza. Chaparro le pone la tilde a la 'o' de perfección. Derrapa sobre los trastes mientras que el que canta cierra los ojos. Cancanilla se levanta por bulerías y hace de la lentitud un sinónimo del gusto y la excelencia. Una pataíta en un chasquido, en un arrecoger el aire, en un taconear sobre el tiempo.

Para el fin de fiesta invita otra vez al Purili, al que vuelve a piropear. Lo agarra del brazo como un padre agarra un hijo para ponerlo frente al futuro. Canta el gaditano y vuelve a recrear el compás con la coreográfica de lo que le sale de la inspiración. Hay un momento en el que el viejo lo busca y se encaran. Frente a frente conjugan los estilos y hacen bailar a las épocas. Me fijé, los vi. Estaban allí los traviesos renacuajos. Los duendes de la alegría. Uno montado en una borla del mocasín del Purili, otro aferrado a un mechón del flequillo del Cancanilla. Tardaron en desaparecer lo que duró el abrazo entre polifacéticos, lo que se alargó la entrega del relevo. El tiempo justo de cantar la edad, de bailar los años.

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