en la muerte de manolo sanlúcar
San Juan de la Cruz al toque
Me atrevo a decir con dolor que Manolo ha sido un hombre herido, amargado, insatisfecho. Es decir, un genio
Muere Manolo Sanlúcar, leyenda del flamenco
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Iniciar sesiónEn el tercio de varas de 'Tauromagia' cabe España. Cuando el niño de Isidro el panadero, que en la tahona de la desembocadura del Guadalquivir había cocido los bollos del hambre de posguerra, le puso la guitarra en las manos a su ... Manolillo estaba entregándole su herencia, que era más valiosa que un cortijo: era una cultura. Y el de Sanlúcar recibió aquel legado con un compromiso tan exigente que le obligó a tocar en medio minuto la música de dos mil años. El tiempo es el arcano de Manuel Muñoz Alcón.
Yo no sé decir si ha vivido a lo largo o a lo ancho. Su edad es un contratiempo. Era un joven anciano. Lo que sí sé es que en aquellos finales de los ochenta, cuando de su cabeza blanca romana salió la sinfonía de 'Medea' y sólo unos meses después la banda sonora del toreo, alcanzó Manolo una cima a la que no ha llegado nadie más. Acabemos ya con el error de la comparación. El de Sanlúcar no fue peor ni mejor que Paco de Lucía. Fue su compadre. Porque Dios decidió poner en el mundo a dos genios a la vez. Cada uno por su camino. Y en el tercio de varas, hagan el favor de escucharlo ahora, le dio la puya a la historia del arte español.
Manolo era un hombre vehemente, un monje de la guitarra, un esclavo del flamenco. Su padre tenía una máxima contra el virtuosismo que él se lleva a la tumba: «Eso es como cagarse dentro de una botella: lo más difícil del mundo, pero no sirve para nada». Todo lo que ha hecho Manolo Sanlúcar en su vida sirve para algo. Cuando grabó 'Locura de brisa y trino', donde exploró la cadencia flamenca hasta desmenuzarla en el modo frigio, le puso un fragmento a un amigo y le preguntó qué le parecía. «Muy bonito», respondió. Manolo partió la guitarra. Él no tocaba bonito. Sólo los que pasan de largo se preocupan de la belleza. Él tocaba profundo. Tocaba a lo ancho.
Aprendió de Javier Molina, leyenda jerezana, y luego enseñó a Vicente Amigo, Juan Carlos Romero, José Antonio Rodríguez... A todos les transmitió una sola idea: la guitarra manda, tú obedeces. Lo que vale no es tocarla, es agrandarla. Sobre el toque de Manolo está dicho todo aunque todavía no se haya dicho nada. Desde su graduación con la Niña de los Peines y el Pinto en plena adolescencia a sus años de carretera con Marchena, la Paquera y el Lebrijano, toda la vida del genio sanluqueño ha estado marcada por su sumisión al instrumento.
Me atrevo a decir con dolor que Manolo ha sido un hombre herido, amargado, insatisfecho. Es decir, un genio. Pero hay una parte de su vida que explica la trascendencia de su obra mejor que su propia obra. Su condición de filósofo. Una tarde en su casa de El Pedroso, donde Manolo se escondía del mundo en la Sierra Morena sevillana, me dijo algo que le retrata: «Si llegas a un paso de peatones en verde y ves venir un coche a 200 por hora, ¿cruzas porque tú tienes el derecho y el coche no? Si cruzas, eres tonto. Y al contrario, si el paso de cebra está en rojo en una avenida de madrugada y no vienen coches en ningún sentido, ¿te esperas a que se ponga en verde? Si te esperas, eres tonto. Lo que quiero decirte es que la humanidad creó las normas porque los tontos son mayoría«.
Otro día me habló de un contratiempo que tuvo cazando perdices: «Tiré a una bandada y cuando hice el repaso me encontré con una que estaba herida. Fíjate cómo somos: yo, que le había disparado, me la llevé a mi casa para curarla y le di toda clase de cuidados, pero a los pocos días se me murió. Pase una pena grande que no habría pasado si la hubiera recogido muerta. La moraleja es que si haces una cosa, hazla. Y si no estás seguro de que la puedes hacer, no la hagas porque lo que no tienes claro te debilita los principios. Yo nunca más fui a cazar«. Manolo tocaba la guitarra con la convicción del buen cazador. O la partía, o la curaba.
En los últimos años sufría en los escenarios, pero andaba enfrascado en una enciclopedia flamenca que se le ha quedado a medias. Estaba obsesionado con llevar el flamenco a los colegios y con otorgar estatus de profesores de conservatorio a los maestros autodidactas que habían construido los cimientos del toque jondo. Ha muerto sin lograrlo. Ahora hay una plataforma que pide para él la Llave de Oro del Flamenco. Es un gesto hermoso, pero no voy a apoyarlo porque creo que Manolo habría tirado esa llave en la hoya de Samaruco, donde viven los langostinos más imperiales de la desembocadura, que él sabía pelar mientras tocaba por bulerías. Lo que hay que hacer para honrarlo es enseñar a los niños la cultura que le legó su padre y ponerle su nombre a los conservatorios andaluces.
Solía decir que las cuerdas de la guitarra eran los barrotes de su celda. Le debemos la libertad. Por eso de vez en cuando hay que escuchar 'Tauromagia', el mejor disco de la historia del flamenco, para entender por qué la puya que le ha dado la vida a uno de los grandes músicos españoles de todos los tiempos no es un castigo, sino el tercio de varas. La faena continúa. Está tocando San Juan de la Cruz en el puerto desde el que España da todas las vueltas al mundo.
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