cultura
La Academia de Buenas Letras evoca recuerdos de Juan Ramón Jiménez con la presencia de uno de sus sobrinos nietos
Fernando Jiménez Hernández-Pinzón ha participado en una mesa redonda sobre el poeta junto a Fernando Iwasaki y Eva Díaz Pérez
Tras los pasos de Juan Ramón Jiménez en Sevilla
Fernando Iwasaki, Eva Díaz Pérez, Fernando Jiménez Hernández-Pinzón y Pablo Gutiérrez-Alviz, antes de iniciarse el acto
«La casa de Moguer que actualmente es la casa-museo de Juan Ramón y Zenobia fue nuestro hogar durante mi infancia en los años de la guerra civil», recuerda Fernando Jiménez Hernández-Pinzón, uno de los sobrinos nieto del poeta que aún sigue ... vivo y que es coheredero del legado del ganador del Premio Nobel. Este ha participado este martes en una mesa redonda, 'Juan Ramón de Tres mundos', que han organizado la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y la Universidad Loyola. y en la que también han intervenido Fernando Iwasaki y Eva Díaz Pérez.
Jiménez Hernández-Pinzón -que tiene 89 años- ha centrado su charla sobre el tema 'Evocación familiar de Juan Ramón Jiménez'. «Yo no tuve contacto directo con él porque Juan Ramón y Zenobia se fueron de España cuando tenía tres años. Posteriormente sí tuve algún contacto epistolar», asegura a la vez que dice que «el contacto fue a través de mi abuela Ana y de mi madre -Blanca Hernández-Pinzón Jiménez-, que era una sobrina muy querida por él y que cita en 'Platero y yo' en varias ocasiones. Durante su intervención, este psicoterapeuta y miembro de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba ha leído un episodio de 'Platero y yo' donde el poeta describía a Blanca Hernández-Pinzón montada en el burro.
Añade Fernando Jiménez que el poeta «dejó la herencia de su obra a sus sobrinos. Hay una comunidad de herederos que ya está en la segunda generación. La primera fueron los sobrinos, la segunda los sobrinos nietos. Y ahora poco a poco está sustituyéndola otra tercera generación, la de nuestros hijos». Asimismo, dice que «yo estudié en el colegio de los Jesuitas de El Puerto de Santa María, el mismo en el que estuvo Juan Ramón sesenta años antes». También subraya que «le escribí una carta en una ocasión. En todas las cartas que nos enviaba la tía Zenobia, nuestro tío abuelo ponía: «un abrazo de tío Juan o con muchos besos de tío Juan». Toda mi infancia la tengo muy cercana en la inspiración y la presencia espiritual del poeta».
Asegura el sobrino nieto del autor de 'La soledad sonora' que «desde pequeño nos acostumbramos a 'Platero y yo'. Leímos también muchos versos de la primera antología y versos de 'Diario de un poeta recién casado'. Póstumamente se publicó 'Dios deseado y deseante'. De ese libro hice un ensayo que se publicó en una revista y me dieron el Premio Zenobia Camprubí que ofrecía la casa museo».
Finaliza Fernando Jiménez Hernández-Pinzón que «yo tengo escrito un libro con recuerdos personales de Juan Ramón y Zenobia. Se llama 'Cartas de Zenobia o el vuelo de un hada'. Ortega y Gasset cita a Zenobia en el prólogo de las obras de Rabindranath Tagore. Dice que Zenobia era un hada con ojos azules y una melena rubia sobre la frente que enamoró al poeta. Por eso yo me refiero al vuelo de un hada. Era una persona con un gran atractivo espiritual».
Juan Ramón en el exilio
Por su parte, Eva Díaz Pérez ha intervenido con una conferencia titulada 'Juan Ramón en el exilio: la patria de la lengua'. Durante su intervención ha dicho que «la vida de Juan Ramón Jiménez en el exilio está marcada por la huella inevitable de ese dolor del recuerdo. En la obra escrita durante el destierro, asoma Moguer, el Madrid abandonado durante la guerra, su biblioteca saqueada en medio del horror, la memoria de la infancia. Estados Unidos, en los primeros años, y Puerto Rico más tarde son los lugares de residencia de Juan Ramón y de su esposa Zenobia Camprubí. Un viaje por Argentina y Uruguay le descubre la fragilidad del escritor expulsado y se plantea si más terrible que el destierro, no será el olvido de la lengua, el español parado en el tiempo».
«En la obra 'Sino de vida y muerte' —prosigue la académica numeraria— también reflexiona sobre el dolor de su español detenido, congelado, parado en el tiempo. Y se pregunta: '¿Igual yo que esos judíos que he oído hablar por aquí, que hablan todavía su español del siglo 15? ¡Qué extraño! En todo caso, mi español se ha detenido, hace doce años, en mí'».
También Díaz Pérez señaló que Andalucía seguía presente en el corazón de su memoria durante los duros años del exilio americano: «En este trópico (Puerto Rico, Cuba, La Florida, etc.) mi vida ha sido, es como un retorno a mi angustiosa vida juvenil de Andalucía, Moguer radioso y lamentable. (...) Tierras de juventud, países de la mañana».
Igualmente la escritora se ha preguntado durante su intervención si Juan Ramón siguió conservando el acento andaluz en el exilio. «Nuestro académico, el profesor Rogelio Reyes Cano, reflexionó precisamente sobre este asunto en su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras de Granada en 2008. Evocaba a Juan Ramón como el andaluz universal y rastreaba las huellas que le quedaban de Andalucía, a pesar de los años de exilio. Una de esas huellas era el acento, como se puede confirmar, por ejemplo, en las grabaciones de su voz incluidas en el 'Archivo de la Palabra' de la Residencia de Estudiantes. El profesor Reyes Cano subrayaba 'la elegancia de su dicción andaluza, fina, natural, nada forzada'».
Díaz Pérez ha finalizado comentando que «durante el destierro, Juan Ramón se refugió en sus libros, fueron su espejo, el paisaje en el que mirarse, su verdadera casa de exiliado. Esa sensación de vacío, de caminar sonámbulo en el tiempo y también en la tierra se traslada a esa obsesión por la lengua perdida, por el temor a olvidar las palabras, por ser un exiliado de su lengua, un expulsado de la memoria del español».
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