De la misa la media
Tiempo de estreno junto al Señor
Iglesia Hispalense
Todo es tan antiguo que parece a punto de estrenarse no sólo el año en el primer día de quinario a Jesús del Gran Poder, imponente y majestuoso con la túnica persa en su retablo
Sevilla
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Iniciar sesiónMisa en la basílica del Gran Poder (plaza de San Lorenzo)
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Templo: basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder
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Fecha: 1 de enero
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Hora: 20.30 horas
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Preside: Francisco José Ortiz Bernal
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Asistencia: lleno, fieles hasta la puerta, unas quinientas personas
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Exorno: claveles rojos en jarras y altar con 33 velas de cera blanca
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Música: órgano y capilla vocal (bajo y tenor)
A las siete y media, treinta minutos antes de que se rezara el rosario, escaseaban las sillas de mano. Por supuesto, los bancos ya estaban ocupados por completo, y a los devotos que se acercaban por la basílica al quinario no les quedaba otra que ... aguantar de pie; algunos, rebasada la puerta de acceso, bajo el relente de la primera tarde del año por estrenar.
Todo es tan antiguo que parece a punto de estrenarse no sólo el año. Imponente y majestuoso con la túnica persa, el Señor en su retablo; las flores, apiñadas sin un resquicio; la cera, alta y enhiesta hasta contar 33, encandilando; las dalmáticas de los acólitos, refulgentes; los roquetes de los servidores del altar, sin una arruga; la casulla del celebrante en hilo de plata y oro, soberbia; la junta de gobierno, cabe el estandarte; y el pueblo fiel, en su sitio: el año cofradiero no puede tener mejor inicio.
Porque lo que sigue es un ejemplo de liturgia bien cuidada y mejor dispuesta -Miguel, el capiller, se multiplica con la elegancia de quien sabe moverse en el presbiterio sin aspavientos- en la que el nivel de objeciones queda a la altura de un cirial algo inclinado o alguna mala entonación del oficiante en las partes cantadas. Del resto es difícil poner peros: hasta el amén de la doxología («Por Cristo, con Él y en Él…») sonó tan rotundo como debe serlo una aclamación de tal calibre.
Los lectores proclamaron con voz rotunda y clara; los cantantes se hicieron el contrapunto sin alardes; la asamblea siguió con devoción el oficio; y el predicador fue ganando en altura conforme iba avanzando la homilía. ¡Se escucha por ahí cada predicación de quinario! El deán de la Catedral, elegido desde hace unos meses, se centró en la solemnidad de María madre de Dios de la jornada pero su homilía (rozando el cuarto de hora) tuvo dos partes bien diferenciadas.
La primera, de marcado acento mariano partiendo de la definición del concilio de Éfeso de María como madre de Dios, solemnidad del día. «La traducción exacta sería la que pare a Dios, eso es lo que celebramos hoy», dijo de modo gráfico antes de proponer una contemplación del misterio de la Natividad al modo ignaciano, de «esclavito indigno como si presente me hallare», para insistir en que no se trata de ningún acontecimiento histórico sino que «está ocurriendo en las circunstancias en que te han traído hoy a la basílica». Quería así reforzar la idea de 'kairós', «el tiempo de Dios» en el que «el mundo sigue teniendo necesidad de María, que nos sigue pariendo a su Hijo». Estrenando filiación, diríamos.
La segunda parte, sin embargo, fue mucho más vibrante, a fuer de menos teológica. Él mismo lo reconoció: «Si no fuera la jornada de la Paz, yo acabaría aquí mi homilía». Pero lo que siguió fue un valiente alegato contra la guerra en particular y la violencia en general haciendo pasar la libertad religiosa y política por el respeto a los «derechos de los demás».
Sin mencionar ninguno de los conflictos abiertos, no resultaba difícil identificar de quién hablaba cuando señalaba que la desproporción en la respuesta nos retrotrae a los tiempos anteriores a la ley bíblica del Talión: «Si te rompen un diente, rómpele tú la dentadura entera para que no te muerda».
El remate fue una consideración moral sobre la opresión que significa el pecado «que domina el mundo» a fin de que éste «entre en la dinámica del amor y del Gran Poder de Jesucristo». Amén.
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