Iglesia en Sevilla
Sevilla, pionera de la sinodalidad en 1973
Un libro de Lourdes Sivianes indaga en los entresijos del último sínodo diocesano
Bueno Monreal convocó aquella asamblea de la Iglesia hispalense en 1966
Sus compromisos, que no constituciones, están todavía vigentes en la diócesis
Sevilla
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Iniciar sesiónLa archidiócesis de Sevilla fue pionera en recorrer el camino de la sinodalidad que el Papa Francisco ha marcado para toda la Iglesia con su sínodo diocesano de 1973, la primera plasmación en España de los nuevos aires que trajo el Concilio Vaticano II. ... El cardenal Bueno Monreal, entonces arzobispo de Sevilla, no tardó ni un mes desde la conclusión de la gran asamblea ecuménica en convocar, el 1 de enero de 1966, un sínodo diocesano que se materializaría solo siete años después.
La canonista Lourdes Sivianes, primera mujer doctorada en Derecho Canónico en España, acaba de publicar un libro en el que resume, desde el punto de vista legal, el sínodo diocesano de 1973 y, como sugiere el subtítulo, la «aplicación del Concilio Vaticano II por el cardenal Bueno Monreal». Un sínodo establece la legislación pastoral de obligado cumplimiento en una diócesis.
«Indudablemente, puso en práctica el concepto de sinodalidad que en Sevilla empezó a vivirse a finales de los años 60 del pasado siglo», dice Sivianes, quien destaca «la frescura de ideas, la amplitud de miras y el aperturismo fascinantes» que se percibe rastreando, como ella ha hecho, los reglamentos y las informaciones del desarrollo de la asamblea diocesana.
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Porque no se redactaron actas generales y la documentación está muy dispersa en fuentes muy variadas, incluyendo entrevistas a testigos directos, que Lourdes Sivianes, consejera del bufete Cremades & Calvo-Sotelo, ha recopilado con paciencia y meticulosidad desde que eligió el sínodo sevillano de 1973 como objeto de su tesis doctoral.
El libro que ahora ve la luz amplía esa primera redacción y se completa con valiosísima aportación de los 216 «compromisos» a los que llegó la Iglesia hispalense hace medio siglo y que siguen en vigor hasta que una nueva asamblea diocesana los supere como el de 1973 había hecho con el sínodo de 1943, en tiempos del cardenal Segura, y a su vez este había hecho con el de 1609 que convocó el cardenal Niño de Guevara cinco años antes.
La gran novedad que aporta el encuentro diocesano de 1973 es la «implicación de todos» los estamentos eclesiales, incluidos los laicos a los que los cánones excluían de estas reuniones legislativas. Bueno Monreal, en quien se operó un interesante cambio de paradigma durante su participación en el concilio vaticano, sorteó esta restricción del código de Derecho Canónico de 1917 vigente «invitando» a los «seglares -hombres o mujeres, adultos o jóvenes- que, aun sin tener cargo directivo e incluso sin pertenecer a organizaciones de apostolado, sean considerados aptos para la labor sinodal».
El cardenal Bueno resumió su invitación en un lema «Venid todos al sínodo» que acuñó en 1970. Especialmente, las mujeres, siempre postergadas en la Iglesia hasta entonces. En las listas oficiales constan 908 miembros sinodales, de los que aproximadamente la cuarta parte era femenina, según los cálculos de la propia profesora Sivianes. Con una media de edad en torno a la cuarentena, lo que delata la frescura de cuantos participaban.
«En muchos aspectos, anticipa el código de Derecho Canónico de 1983» que establece la participación del laicado en las asambleas decisorias de la Iglesia, sostiene Sivianes, para quien aquel encuentro diocesano lanzado en 1966 «olía a aires renovadores por lo que no fue fácil su concreción porque los comienzos de toda renovación siempre son difíciles, había que poner en marcha a toda la diócesis».
Ello explica que la convocatoria de 1966 solo cuajara en las tres sesiones sinodales de junio de 1973. La comisión ejecutiva encargada de impulsar los trabajos la integraban el obispo auxiliar Antonio Montero; José María Ballesteros; los presidentes de las comisiones sinodales Comunidad Diocesana y Comunidad Parroquial; y el secretario general, Antonio Hiraldo.
Pero el gran impulsor fue Bueno Monreal, un arzobispo en el que Sivianes ve «la gracia en la experiencia conciliar actuando para transformar a las personas». «Fue pionero y precursor de las reformas en la Iglesia para Sevilla», apunta antes de apostillar: «Sus hechos hablan por sí solos: las parroquias que erigió, el sínodo, la importancia que le daba a la formación…»
Mucho de eso se trasluce en los 216 compromisos que el sínodo redactó, en los que se insta a las órdenes y congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza a «un esfuerzo concreto» para desmentir «eficazmente la fama de clasismo y riqueza que algunos centros han adquirido».
La preocupación por la justicia social marca todo el documento, como corresponde a la época, en el tardofranquismo, pero con una clarividencia que sorprende incluso medio siglo después. Así, el compromiso número 93 especificaba que «es urgente la presencia apostólica en todos los ambientes de trabajo, especialmente en los de la clase media, para superar la falta de solidaridad y de conciencia propia y el manejo al que están sometidos los trabajadores por la sociedad de consumo».
El compromiso político, la labor del laicado, la pornografía (que anunciaba ya la etapa de lo que se llamó el destape) o la violencia terrorista (a seis meses del asesinato del presidente del Gobierno, Carrero Blanco) no quedaban excluidas de los compromisos que la Iglesia sevillana tomaba en 1973. El sínodo diocesano, por ejemplo, pedía «a los sacerdotes que todavía conserven cargos a título de 'propiedad' o 'beneficio', que renuncien a ellos voluntariamente».
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