Urbanismo
Por qué Sevilla no tiene plaza mayor ni ensanche
La historia de las transformaciones urbanas deja huellas en la ordenación de la ciudad que reflejan las tensiones de cada momento

Hay ciudades tan descabaladas, tan preñadas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan pródigamente pobladas por una continuidad aprehensible de familias, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan ingenuamente contentas de sí mismas al modo de ... las mozas quinceañeras, tan abigarradas de sí mismas, que no tienen plaza mayor . Ni ensanche burgués. Ni planos de época. Pero tienen el palacio real en uso y el jardín público más antiguos de Europa, palacios y conventos heridos por el paso del tiempo, estadio y rascacielos impostores. Hay ciudades con almas gemelas repartidas por el ancho mundo tales como Marrakech, Lisboa, Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Cómo llegó a condensarse 3.000 años de historia desde aquel primitivo asentamiento en el bajo Guadalquivir en apenas nueve metros de fértil terreno aluvial es tanto como desentrañar las transformaciones superpuestas que han hecho de Sevilla la ciudad que hoy conocemos, objeto del libro «Sevilla. Historia de su forma urbana. Dos mil años de una ciudad excepcional» presentado el martes pasado. La ciudad que habitamos es sólo la que las contracciones de cada momento alumbraron casi con dolores de parto. Unas veces las embarazosas ideas se convertían en abortos, otras nacían muertas y sólo una mínima parte sobrevivía para crecer en edad hasta llegar a nuestros tiempos.
Sin plaza mayor
Que Sevilla no tuviera plaza mayor como el resto de ciudades castellanas habla tanto de la fijación de su trama urbana en periodo de dominación musulmana como de la incapacidad del concejo para hacer prevalecer su jurisdicción frente a los nobles, la Iglesia, las órdenes religiosas y el mismo rey. La plaza de San Francisco , que siempre cumplió las funciones de espacio central, era insuficiente y sólo pudo disponerse de un remedo en la Plaza Nueva a raíz del derribo de la Casa Grande de San Francisco a partir de 1844. El proceso se había iniciado con la invasión francesa, lo que da idea de la demora en construir una solución, tal como sucede ahora.

Pero no era la Plaza Nueva la primera opción , en uno de esos vaivenes a los que tan acostumbrada está la ciudad, sino la Encarnación , elegida por los munícipes para que Sevilla contara con «una plaza digna de tan grande capital y acaso la mejor del Reyno». Tuvo su concurso de proyectos y todo, pero se frustró y, con ella, el ensanche que se había ideado para conectarla con la Catedral a través del eje que configuran Lineros, Puente y Pellón y Francos . El sarcasmo con que la historia escribe los renglones torcidos de las ciudades hizo que se rotulara precisamente con el nombre de «Plaza Mayor» el espacio privado sometido a concesión administrativa en las Setas que vinieron a sustituir –cuarenta años después– al mercado de abastos en que se convirtió a finales del siglo XIX.
Nombres impostores
No es la única impostura del nombre, como acertadamente recoge el libro en el apartado dedicado a la «avalancha de inversión pública y el éxito aparente» de la Expo92. Así, José María Feria Toribio reseña una «especie de distorsión cognitiva acerca de las referencias reales de la escala y jeraquía funcional de la ciudad», que vivían con la ensoñación de pasar sin solución de continuidad de capital de provincia a metrópoli de rango europeo.
Tal desmesura necesitaba de «referentes formales y simbólicos de los tiempos modernos». Así se levantaron en «el solar de los milagros» de la isla de la Cartuja , uno al norte y otro al sur, el estadio y la torre , a los que el autor acusa de «impostura del nombre». En efecto, la cancha deportiva nunca fue olímpica y un rascacielos adocenado de catálogo que acabó incorporando el propio nombre de Sevilla. «Ninguna otra ciudad global de mayor jerarquía ha cometido la imprudencia o ha tenido la falta de autoestima de ceder su nombre para uso comercial de un producto inmobiliario ».
La construcción de la ciudad no siempre ha seguido una dirección planificada, ni mucho menos. Con la excepción de las plazas del siglo XVIII y la gran operación ligada a la Exposición Iberoamericana , la ordenación ha ido por detrás de la edificación. Hay una foto muy ilustrativa en el libro de este estado de cosas: hasta ocho bloques en construcción sin rastro aún de las vías públicas, no ya asfaltadas, sino ni siquiera retranqueadas. En la década de los 50 del pasado siglo, se construyeron unas 20.000 viviendas . En los 60 , la cifra subió a 54.000 y en la década de los 70 subió a 68.000 . El parque de viviendas creció un 120% en poco más de veinte años.
Ensanche frustrado
El barrio de Los Remedios no iba a quedarse al margen de la voracidad con que se consumía el suelo urbanizable en la época. Pero lo que podía haber sido una operación de ensanche burgués para las clases acomodadas –con un siglo de retraso con las grandes ciudades europeas– que abandonaron el Centro de la ciudad (perdió más de 25.000 moradores en la década de los 60), se malogró: «Se trata de un barrio con notables carencias estructurales y muy altas densidades para ser considerado con propiedad el ensanche moderno de Sevilla.

La crítica hacia este barrio ha sido bastante unánime en sus resultados finales, pero también hacia el proceso que concluyó en la ordenación y formalización de un sector llamado, en todo caso, a representar la modernidad urbana». Si esa fue la propuesta de ciudad para las clases adineradas, no hay que imaginar la alternativa ofrecida a las clases populares: los polígonos, que el equipo redactor del libro sentencia con criterio: «La tarea de construir ciudad con todos sus atributos se dejaba para siguientes generaciones» .
Quizá sea una constante en la historia de la transformación urbana de Sevilla, siempre acuciada por soluciones de compromiso a problemas candentes sin visión a largo plazo. «Cuando Sevilla es ya la gran ciudad española sigue adoleciendo de un importante déficit de infraestructuras urbanas », reseñan los autores en la entrada «Donde late el corazón del mundo» relativa a la Carrera de Indias.
De entre las carencias más notables se cuenta la de un puente de fábrica entre Triana y Sevilla. Por el pontón de barcas de origen almohade pasaban a diario unas 3.000 cabalgaduras en el siglo XVII, pero la falta de consolidación de la orilla de la calle Betis con malecones impedía tender un puente pese a proyectos como el de Andrés de Oviedo , respaldado por el asistente Diego Hurtado de Mendoza en una carta dirigida al conde duque de Olivares preguntándose cómo en una ciudad tan opulenta «no han sus antiguos ni modernos intentado la puente de piedra: como se las han puesto en Europa a los mayores ríos della en sus provincias».
Nada nuevo bajo el sol. Ahora es la Sevilla metropolitana la que está todavía por hacer .
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