Santa Cruz, el barrio de Sevilla más perjudicado por la ausencia de turismo, «se desangra»
Si hay un barrio que dependa de los turistas es el de Santa Cruz. Ni guiris, ni sevillanos pasean ya por sus calles. No hay ritmo, ni compás, ni las guitarras suenan por sus callejones
Pedro Ybarra Bores
El coronavirus ha sido como un tsunami que arrastró en su primera ola la vida del barrio de Santa Cruz. «Salir por aquí me cuesta el dinero. El trabajo en el coche de caballos está fatal, de días y días enteros sin cargar», afirma el ... cochero Agustín Hernández desde la antesala del barrio: la plaza del Triunfo.
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En el Real Alcázar ya no hay colas y tres guías esperan la llegada de visitantes. «El hecho de que no haya colas ya estaba previsto a través del sistema de venta online, no es solo por la pandemia», asegura Manuel Campos , quien ve que «la situación es la que marca las condiciones sanitarias. Nuestro sector es el primero que entró en crisis, porque ya tuvimos cancelaciones de agencias desde el mes de diciembre del año pasado y somos los últimos que vamos a salir. Siendo positivos, una vez que exista la vacuna, será de los sectores que irán rápidamente hacia arriba, porque la gente tendrá ganas de volver a viajar». Para este guía intérprete de turismo de la Junta de Andalucía, «todo lo que es la zona de paso continuo de visitantes, como el casco histórico, ahora mismo está absolutamente muerta», dice.
Al atravesar el azulejo de los «Reales Alcázares», en el arco que da acceso al Patio de Banderas, tampoco está allí la artista Sara Guldberg ofreciendo sus obras frente al retablo. ¿Y «El niño del humo», que solía inundar la plaza de aromas de incienso? Tampoco lo encontrará, porque desde que comenzó la pandemia solo acude los fines de semana.
María de la Luz Bravo-Ferrer es vecina de la plaza y reconoce que la situación actual le da «mucha lástima. Antes jugábamos todos los niños y había mucha vidilla. Ahora se ha quedado un poco más vacío porque quedamos menos vecinos y el ambiente está mucho más tranquilo», añade. «Después de ver el patio y el gran ambiente de turistas de todo tipo es muy triste verlo así. Notamos esa sensación de bajonazo cada vez que entras, porque esto estaba ambientadísimo cada día», recuerda la coordinadora de la UIMP Sevilla, Valle Varo , desde el número 9 del Patio de Banderas. «Creo que esto está tocando fondo y la sensación es que hay que seguir para adelante y trabajar para que no nos afecte excesivamente. Soy optimista», añade.
«Esto es absolutamente un desastre. Hemos pasado de ver las colas de espera de cuatro horas a tener cien visitas en un día. La luz al final del túnel es que sabemos que cuando la situación de la pandemia cambie el turismo volverá», dice Jorge Herrera , conserje de la puerta de salida del Real Alcázar desde hace once años. Pintando junto al lugar en el que estaba la fuente se encuentra el profesor Juan Manuel Santaella , para quien volver a pintar sin público «obviamente tiene sus ventajas e inconvenientes. No puedo evitar sentir un poco de pena al ver el barrio tan vacío, una ciudad tan desértica», dice.
Los únicos turistas
Por la Judería una guía muestra el barrio a una pareja que prefiere permanecer en el anonimato, los únicos con los que nos cruzamos unas cinco veces en un par de horas. Vuelven a colgar geranios de los balcones del número 1 de dicha calle, cuya habitante hace unos años llegó a quitar las flores como protesta por las molestias que ocasionaba el excesivo número de turistas. En la calle Vida todas las tiendas están cerradas. No hace tanto que tuvieron que cubrir el azulejo que pusieron en la fachada posterior de Las Cadenas en el que se narraba la historia de Susona por la cantidad de veces que la repetían los guías cada día.
Tampoco hay vida en Doña Elvira. Tras atravesar la calle Gloria, llegamos a la plaza de los Venerables. El hospital también permanece cerrado tras las últimas restricciones. Para la directora general de la Fundación Focus, Anabel Morillo , «aunque ahora mismo las calles estén desiertas y el panorama sea desolador, la realidad es que somos varios los monumentos y establecimientos públicos del barrio los que estamos haciendo un importante esfuerzo para superar esta complicada situación de pandemia, a pesar de la débil presencia de visitantes y la soledad compartida que se siente en las calles del Centro de Sevilla». «La paradoja es que, ya sea con las puertas abiertas o cerradas, muchos de nosotros seguimos luchando —contra viento y marea— y estamos preparándonos para el momento en el que la pandemia lo permita», dice. «El mundo tan nervioso y el barrio tan tranquilo», recuerda una pintada reciente en el Callejón del Agua.
Al llegar a la plaza de Alfaro, el gerente del Grupo Murillo de hoteles y apartamentos turísticos, José Luis López Martínez , dice que «empezamos a ver algo de reservas, algo más de movimiento a partir de los meses de abril y mayo. Desde hace diez días están empezando a entrar reservas. Da pena ver el barrio así», señala. Por su parte, Mercedes Pickman es vecina de la plaza. «Me da pena cómo está el barrio. Se deformó y esta crisis ha dejado al barrio muerto por enfocarse tanto al turismo. Lo mismo pasa en EuroDisney, pero lo que ocurre es que allí no duermen vecinos. Esto era como un parque temático y se ha muerto. El barrio se ha desangrado, pero no por los vecinos. El barrio está herido de muerte por la mala gestión al enfocarlo solo al turismo», dice.
«Nunca había visto el barrio tan vacío»
Águeda del Toro trabaja en Modesto desde 1993. Pertenece a la tercera generación de hosteleros de la calle Cano y Cueto y en esta etapa solo mantienen abierto la abacería Tobosito. «El público fiel sigue viniendo, aunque nosotros tenemos tres negocios: Modesto, Modesto Tapas y Tobosito, de los que viven 28 personas». En la calle Santa María la Blanca, uno de los comercios con más afluencia del barrio de Santa Cruz es la panadería Las Doncellas. «Teníamos ya la competencia del pan industrial y ahora se suma la falta. El turismo significaba mucho. Aquí vive poca gente», dice Ángel León . Lo mismo opina Daniel Aluli , del restaurante La Sal. Tapas Zahara, de la calle Doncellas.
Gracia Fernández Salvador nunca había visto el barrio tan vacío desde que llegó en 1957. «El barrio está como una seda para empezar a mover otra vez», afirma desde «Orangitas de Sevilla», un espacio dedicado a la naranja amarga que permanece abierto en la calle Mezquita. Purificación Sánchez es vecina de la plaza de Santa Cruz. En los arriates en los que antes había rosal sevillano ahora abunda la mala hierba. El antiguo restaurante la Albahaca y el consulado de Francia también están vacíos. «El barrio está muy sucio y muy dejado. No ha estado nunca así», dice. En la calle Santa Teresa, las monjas mantienen el torno abierto, aunque «viene mucha menos gente». Sangre Española y Encalada son dos comercios de la misma calle. Su gerente y propietaria, Rocío Castilla , es consciente de que un 80 por ciento de sus clientes eran turistas. Llevan más de 20 años en el barrio y espera «que las cosas cambien a mejor». «Ha sido un momento difícil para todos los empresarios del barrio. Mateos Gago ha hecho frontera de paso para acceder. Nos hemos visto bastante ahogados», subraya. «No hemos recibido ningún tipo de ayudas por parte del Ayuntamiento, aunque parece que este último trimestre nos van a cobrar algo menos».
«El barrio está completamente muerto. En Mateos Gago tenemos la tienda “El Azulejo” cerrada a cal y canto. Lo de la obra nos ha venido bien, porque hemos tenido que cerrar», recuerda Ángeles Moreno . «Qué pena de barrio, qué pena de sociedad», dice su madre, Salud Martínez-Angelina , que pasea por el barrio desde hace setenta años.
«Absolutamente muerto»
«El barrio está absolutamente muerto. Entiendo que no es solo la pandemia, sino que la obra de Mateos Gago ha creado una frontera casi infranqueable. Parece que estamos en los años 70, cuando daba miedo pasar por el barrio», dice Luis Sánchez , que sigue viviendo en la casa en la que nació. El actual propietario de Las Teresas ve «salida a esto en el tiempo. Intentaría que los demás abrieran, porque si todos abren le daríamos una alegría al barrio que no tiene. Creo que ahora mismo es el barrio más perjudicado de Sevilla. Por lo menos hemos pasado al mismo tiempo la pandemia del coronavirus y la “pandemia de la gripe” (obras de Mateos Gago), las dos juntas, si no la hubiésemos pasado consecutivas. La enfermedad ha sido peor, pero ha sido más corta», dice.
Emilia Mesa es la propietaria de la Farmacia de Mateos Gago. «En los últimos años se han despedido muchos vecinos porque les resulta muy incómodo el acceder y que vengan sus familiares. Es una pena. Con la obra además hemos estado muy aislados, aunque la cosa ya se está poniendo de otro color y ya le vemos el final», añade.
En el número 17, Antonio Jesús Sánchez vende prensa. «Lo peor ha sido todo: la crisis y la obra. Una vez pasada la primera fase, si la calle hubiera estado bien se hubiera afrontado esto de otra forma. Parece que este tramo estará listo pronto», añade. Como Trinidad Álvarez , que trabajó años en el barrio y sigue viniendo a comprar la fruta a «Los Mellizos», en la calle Ángeles. «El barrio está de pena. De muerte», dice. «La movilidad no existe y esto se soluciona en cuanto vuelva la movilidad. Pero ahora mismo los negocios están muertos, dicen los hermanos Manuel y José David Silva . «Los bares y los hoteles son el cien por cien y nosotros dependemos de eso», añaden. Concepción Espinosa de los Monteros es ya casi la única tienda de alimentación del barrio, y dice que «la situación está fatal, muy mal. Soy una superviviente y voy a sobrevivir por ganas y porque esto no va a poder conmigo», añade la responsable de «La tienda de Conchita».
José Antonio Rodríguez Navarro abrió hace unos días la taberna La Fresquita. «Indistintamente de la obra, es que los vecinos no se pueden dar los buenos días porque nadie coincide. Mientras se tenga fe se tiene vida», dice el que nació un Jueves Santo y que nos despide con ese otro antifaz que ha dejado la pandemia: una mascarilla verde esperanza con el escudo de su hermandad, cuya titular preside este rincón inaugurado hace 28 años. «Que la gente se venga arriba y se agarre a la Esperanza. Que teniendo la fe, la salud y la esperanza salimos de ésta, porque, como dice mi padre, camarero del Señor de la Sentencia, “ Siempre que ha llovío ha escampío ”, y eso seguramente llegará».
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