PATRIMONIO HISTÓRICO
Los restos de Colón en Sevilla, zarandeados por la historia
La creciente animadversión hacia el descubridor de América resulta tan azarosa como la peripecia de sus restos mortales: seis enterramientos en cuatro ciudades de tres países actuales
Javier Rubio
Cristóbal Colón apareció en 1485 por Sevilla, donde tenemos constancia de que otorgó un primer testamento en 1498. Se supone que pasó aquí temporadas y que se hospedó varias veces en el monasterio de Santa María de las Cuevas . Pero desde hace más ... de un siglo, la ciudad le proporciona hospedaje perpetuo . A sus restos, claro está. La osamenta remontó el río que nunca surcó el Almirante de la Mar Océana hasta quedar depositados el 19 de enero de 1899 en el túmulo situado en la Catedral después de dar muchos tumbos por el ancho mundo, el viejo y el nuevo cuyo descubrimiento propició el marino genovés.
En la misma ciudad que nombró el paseo principal con su nombre, que levantó un hito a su memoria junto a la muralla del Alcázar y que le erigió un monumento regalado de procedencia más sospechosa que su indiscutible falta de valor artístico y que dio cobijo a sus restos mortales. Sí, la historia de Sevilla y Colón es una relación más que notable, anudada, sin embargo, por su hijo Hernando , el de la biblioteca única en su época que legó al Cabildo Catedral.
Hernando Colón fue, en realidad, el forjador de la imagen con que Cristóbal Colón ha pasado a la posteridad. En su libro «Memorial de los libros naufragados» , el historiador británico Edward Wilson-Lee recrea esta invención del relato de lo que comúnmente llamamos descubrimiento de América y que, en los años previos a la conmemoración de la gesta de 1492, pasó a denominarse oficialmente «encuentro entre dos mundos» .
De sus páginas, sabiamente inspiradas en la Biblioteca Colombina , se deduce que el calificativo que mejor le cuadraba a Colón no era el de racista como ahora nos lo quieren presentar a pesar de entender como lo más natural la esclavitud de los indios . Wilson-Lee atribuye a Hernando Colón lo que hoy llamaríamos "blanqueamiento" de los aspectos más truculentos: "Su padre ya había profanado su sueño de un Nuevo Mundo Edénico poniendo en marcha un comercio de esclavos indios arahuacos , pese a que la incapacidad de los arahuacos para realizar trabajos físicos en las minas del Nuevo Mundo pronto desdencadenó otro comercio, en los puertos mediterráneos, con los esclavos negros que habían sido transportados desde el norte y el oeste de África, una práctica que había continuado ininterrumpidamente desde la Antigüedad".
Ni siquiera el de supremacista . Colón era en realidad un providencialista, alguien que se consideraba ungido por la gracia de Dios para tomar posesión del orbe y cuanto lo llena y que él, en justa correspondencia con las capitulaciones otorgadas en Santa Fe , permitía poner bajo la jurisdicción de la Corona de Castilla. Lo que hoy tomaríamos por un iluminado.
En su cuarto y último viaje , en el que se hace acompañar del joven Hernando como paje, Colón viajaba a bordo de la nao capitana con el «Libro de las profecías» , un milenarista recuento de los indicios que la Biblia escondía sobre su obra descubridora. Para ello le fue de mucha ayuda el monje Gaspar Gorricio, enclaustrado en la cartuja de Santa María de las Cuevas , al otro lado del río Guadalquivir.
El monasterio cartujo tuvo sitio tan destacado en la biografía de Cristóbal Colón. Fue allí, tras los muros del cenobio covitano donde el almirante tenía depositado su archivo: un arca de hierro y otra de nogal con relación de documentos y otorgamientos claves en su biografía aventurera. La historiadora Consuelo Varela tiene reseñadas trece cartas cruzadas entre Colón y el cartujo Gorricio a partir de 1498, a punto de iniciar su tercer viaje explorador.
No sólo sus secretos reposaron durante lustros en la celda del monje, sino también sus restos mortales a los tres años de su fallecimiento en Valladolid. Así lo cuenta Baltasar Cuartero y Huerta: «Habiendo fallecido el almirante en Valladolid el día 20 de mayo de 1506 , su cadáver fue inhumado en dicha ciudad , desde la cual fue trasladado y entregado por su pariente o criado Juan Antonio Colón a la comunidad de la cartuja de las Cuevas en 11 de abril de 1509 , siendo prior el V.P.D. Diego de Luján ».
El historiador decimonónico Manuel Colmeiro lo dejó dicho de forma harto elocuente: «Nació Cristóbal Colón con el sino de llevar una vida errante, llena de azares y peligros, y no gozar ni en el sepulcro de quietud y reposo . Cuatro viajes redondos hizo al Nuevo Mundo por él descubierto, y tres veces fueron sus huesos removidos y trasladados de una a otra morada».
En efecto, a esa primera fosa en el convento de San Francisco de Valladolid siguió la de la Cartuja, en la capilla de Santa Ana , en el lado de la epístola a los pies de la iglesia conventual, mandada edificar por la familia Colón en 1507 y dotada su capellanía con una renta de veinte arrobas de azúcar. Ni treinta años reposaron allí los restos, aunque no se sabe con certeza cuándo se exhumó la osamenta de Cristóbal Colón.
Se supone que el quinto y último viaje al Nuevo Mundo lo hizo el descubridor de América en la flota con que Hernando de Soto se aprestaba a la conquista del territorio peninsular conocido como la Florida en 1538 , donde viajaba la virreina María de Toledo, nuera del Almirante Viejo y viuda de su hijo Diego, pero contratiempos, dilaciones, idas y venidas y recursos al emperador Carlos no lo dejaron descansar en paz en la Catedral de Santo Domingo -la ciudad que había fundado homenajeando el nombre de su padre- en la isla de La Española .
Por tres veces tuvo que ordenar el emperador que se cumpliera la sepultura de Colón en el presbiterio, a lo que se venía negando el arzobispo de Santo Domingo, Alonso de Fuenmayor . Hasta 1541 no consta su enterramiento, «a una mano ya la otra de la peana del altar de la capilla mayor , los del primero al lado del Evangelio y los del segundo al lado de la Epístola«, luego que Luis Colón , descendiente del marino genovés, tomara posesión como gobernador de la isla. Se desconoce donde depositaron los restos entre 1538 en que llegó hasta que se les dio entierro en el presbiterio.
Tampoco esa fue la sepultura definitiva del insigne almirante ni de su descendencia más directa. En 1795, ante la inminencia de la entrega a Francia de la mitad de la isla que ocupa hoy el estado de Haití, los restos mortales se desenterraron en presencia del arzobispo Fernando Portillo y Torres, autoridades civiles y el almirante de la Armada Gabriel de Aristizábal.
En presencia de todos los asistentes practicaron una abertura en «una bóveda, que estaba sobre el presbiterio, al lado del Evangelio, entre la pared principal y peana del altar mayor». De ella sacarron «unas planchas, como de tercia de largo, de plomo, indicando de haber habido caja de dicho metal, y pedazos de huesos de canillas y otras varias partes de algún difunto , que se recogieron en una salvilla, y toda la tierra que con ellos había». Lo recogieron todo en una caja de plomo dentro de otra de madera con galones dorados que embarcaron el 21 de diciembre de 1795 en el bergantín «Descubridor» para pasar posteriormente al navío «San Lorenzo» que tocó puerto en La Habana el 5 de enero del año siguiente, 1796.
El entierro solemne en la Catedral de la capital cubana se verificó el 19 de enero de 1796 . El arzobispo, Felipe José Trespalacios, se hizo cargo de la llave que abría la urna con los despojos del primer almirante. En 1822 se echó mano de la clave para actualizar los restos según el contexto de la época: los gobernantes del Trienio Liberal dispusieron que se enterrara con la huesa un ejemplar de la Constitución de Cádiz, varias medallas y tres guías de la ciudad de La Habana. Restablecido Fernando VII en su poder absoluto , el felón dispuso retirar la Pepa, las medallas y las guías de la caja mortuoria de Colón, así como modificar el epitafio sobre el mármol, según documenta la historiadora sevillana Lourdes Díaz-Trechuelo : del liberal «¡Oh restos e imagen del gran Colón / mil siglos durad unidos en la urna / al Código santo de nuestra nación !» se pasó al absolutista « y en la remembranza de nuestra nación ». La instrumentación política del descubridor se hizo más que evidente.
No es la única -ni la última, como se aprecia estos días- apropiación de la memoria del almirante en beneficio de las ideas políticas de turno. El Archivo Vaticano de la Congregación para la causa de los Santos guarda una carta, transcrita por Consuelo Varela en su biografía del marino, de Isabel II al Papa Pío IX postulando la beatificación del descubridor del continente americano. Dignidades eclesiásticas como los obispos de Barcelona o Burdeos apoyaron la causa de un hombre tomado como « modelo de fe, de piedad y de todas las virtudes cristianas ».
Al vaivén de las circunstancias políticas cambiantes por épocas, el Gobierno español repatrió los restos de Colón cuando la independencia cubana parecía inminente. ¿Dónde se enterrarían? Granada y Huelva se ofrecieron , pero el duque de Veragua como descendiente del marino genovés se decantó por Sevilla , en cuya catedral recibieron cristiana sepultura por, al menos, quinta vez, de manera provisional en el panteón de los arzobispos hispalenses, el 19 de enero de 1899 .
Para su inhumación definitiva (al menos, por el momento, durante más de un siglo) hubo que esperar a que se trajera de La Habana el túmulo del escultor Arturo Mélida que se había mandado a la capital cubana. Finalmente, el 17 de noviembre de 1902, la urna original exhumada en Santo Domingo, con la inscripción «Aquí yacen los huesos de don Cristóbal Colón, primer almirante y descubridor del Nuevo Mundo. R.I.P.A.» fue introducida en el monumento.
No hay duda de que son los restos originarios de Colón. Un análisis del ADN mitocondrial determinó en 2006 que se trataba de osamenta compatible con los restos de su hermano Diego y su hijo Hernando Colón . El autor del relato que presentó al Almirante Viejo como epítome de las virtudes del navegante explorador rindió su último servicio acreditando su ligazón filial.
Está por ver si el imaginario colectivo se deshace de tal imagen con parecido furor al que muestran quienes echan abajo las estatuas bajo el pretexto de su comportamiento con la población nativa de América. Sólo el tiempo -que ha zarandeado su osamenta- lo dirá .
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete