«Reina de los celestiales prados»

Creí Señora mi pecho

de la cadencia olvidado.

Mas quedé para Ti flores

en los jardines y prados,

y en arriates de sueño,

y en los surcos del milagro,

y en las plazas escondidas,

y en los desiertos collados,

y en las riberas umbrías,

y ... por los huertos cerrados.

Busqué flores para Ti,

que es tenerlas en la mano,

porque al evocar tu nombre toda la luz se hacer nardo,

y de jazmín se hace el aire,

y toda sangre amaranto,

y violeta los recuerdos,

y fina azucena el tacto,

y gardenia la mirada,

y margarita los labios,

y clavel el corazón,

y las espinas geranios.

Busqué flores para Ti,

que es tenerlas en la mano,

porque el ángel del dolor

las hace surgir del cardo,

y de la piedra desnuda,

y de la arista del canto,

y de la pena escondida,

y del fondo del quebranto,

y de la frente cansada,

y del hundido costado,

y del pecho sin latido,

y del lamento quebrado.

Busqué flores para Ti,

triste y desesperanzado,

porque el jardín de mi voz, Señora, estaba agotado.

Pero me postré a tus plantas,

y con los ojos clavados

en la gloria de Tus Ojos

de lágrimas arrasados,

sentí cómo se llenaba

de flores mi rosal blanco,

y grité como el que encuentra lo inútilmente buscado,

y canté como el que canta

por el goce desbordado,

y de oración y alabanza

yo compuse un nuevo ramo,

para Ti, que eres la Reina

de los celestiales prados,

de los eternos jardines,

de los arriates altos,

de las riberas del cielo,

y de los surcos dorados.

Para Ti que eres la Reina

del puro amor entregado,

de los caminos sin sombra,

y de ese Valle sagrado

que los ángeles vigilan

al resplandor de tu llanto.

Y ante tu altar, Virgen mía,

yo me quedé musitando:

¡ay! quién pudiera, Señora,

ser flor de ese humilde ramo.

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