La guerra de las tabernas

Los políticos se equivocan mucho, pero nuestro deporte nacional es buscarles el fallo. Si cortan a las seis, mal. Si dejan abrir dos horas más por la noche, peor . Así es muy difícil encontrarse. Porque el vellocino de oro no existe. Los hosteleros tienen que entender que la situación es muy compleja y, por supuesto, criticar las decisiones del presidente de la Junta cuando no les satisfagan. Pero de ahí a decir que las tendrán en cuenta para las próximas elecciones hay un trecho. Y cuando se pierde el sentido de la medida, se pierde la razón.

El grito de la hostelería contra las medidas de los gobiernos en la pandemia es generalizado y justo, pero no tiene por qué convertirse en el único. Hay otros sectores que lo están pasando igual o peor y no pasan ninguna línea roja en sus reclamaciones. Los gimnasios están a la cuarta pregunta, los toreros de plata las están pasando canutas, los hoteleros están vacíos, los comerciantes han tenido que renegociar los alquileres para sobrevivir, los feriantes están listos de papeles ... Esto es un palo para mucha gente que también tiene derecho a hacer caceroladas. Y los políticos no pueden tener la solución para todos a la vez.

Es lógico que la desesperación lleve a protestas desabridas y que se digan palabras gruesas, pero a los representantes sectoriales también hay que exigirles una mínima ejemplaridad. Las nuevas medidas de la Junta son un galimatías , no resuelven los problemas de los bares, están pensadas por alguien que no sabe lo que es tener empleados en un Erte, impiden la posible recuperación que se preveía para las navidades, coartan la libertad de quienes actúan de forma sensata, criminalizan a los taberneros a pesar de que los datos desmienten que haya contagios masivos... Todo eso es verdad. Pero hay que denunciarlo sin chantajes . Cuando se pierden las formas, toda la lucha se desvanece. A ver si me explico: la hostelería sevillana es exquisita y profesional, la mejor de España, no una reunión de bullangueros.

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