Misión del Gran Poder

Vísperas con la fe de los sencillos

El templo parroquial de la Blanca Paloma en los Pajaritos se convierte en destino obligado para una multitud de devotos y curiosos que dejan su vida al pasar ante el Gran Poder

Cola de personas para venerar la imagen del Gran Poder entronizado en el presbiterio de la Blanca Paloma Manu Gómez

El cronista agavilla ruegos y encomiendas en el vagón 117 del metro en dirección al Canódromo . Lo que recibe de vuelta en el teléfono es una cascada de peticiones de salud templada en la forja de una fe recia: «Pon a mi hijo ... a sus pies, pero no reces para que se cure; hazlo para que acepte lo que tiene y aprenda a convivir con su enfermedad»; «por todos los enfermos, para que dentro de su sufrimiento estén alegres »; «que nos quedemos con lo importante de las cosas y no en lo superfluo ». Caramba.

Con ese propósito se sienta a esperar cuando una chiquilla de no más de trece años que lleva la voz cantante de una pandillita de preadolescentes se acerca y le pide respetuosamente un cigarro. Caramba otra vez: desde cuándo no le pedían tabaco por la calle.

Una treintena de personas se arremolina fuera cuando el toque de campana señala la hora de apertura. Al entrar, reparten el recordatorio con la imagen oficial del Señor entronizado en sus andas en la parroquia de la Blanca Paloma. La cruz de guía, que ayer estaba a los pies, está hoy en el altar, escoltada por los ciriales. A los pies del ambón, el ramo de la Macarena . El resto, inundando de rojo el presbiterio. La iglesia está fresca y vacía. Huele a pueblo fiel, a fe desnuda . E invita a rezar vísperas con el primer versículo del magníficat, rotundo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» .

Galería.

Los fotógrafos aficionados aprovechan la tranquilidad para inmortalizar la escena cuando el grupo de impacientes que ha llegado antes de tiempo pasa por delante del Gran Poder y se sienta en los bancos. Están los tres ancianos en sillas de ruedas ; la pareja joven con los cascos en la mano que se va presurosa, como llegó, en la moto de gran cilindrada; las dos hermanas de negro que vinieron por la mañana pero se fueron del gentío que encontraron; el del chándal que hinca la rodilla en presencia de la talla...

El himno del oficio lo subraya: «De pie en la encrucijada del camino del hombre peregrino y de los pueblos, es el fuego de Dios el que los lleva como cristos vivientes a su encuentro».

Cristos vivientes

Aquí hay una colección de cristos vivientes , cada uno con su vida a cuesta que la va dejando al pasar sobre la peana del Señor: la que viene en moto y entra un momentito; el joven que toca el pie y sale corriendo , como arrepentido o apurado por su gesto; la que se santigua con la mano izquierda, tal vez porque no recuerda la última vez que lo hizo; el que no saca la mano del bolsillo en presencia de esa hechura portentosa; la que toca las andas; las dos amigas peinadas de peluquería con bolsos caros que se topan con el sagrario y hacen una genuflexión.

El salmo 125 pone palabras al estado de ánimo: «Hasta los gentiles decían: ' El Señor ha estado grande con ellos' . El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres».

Por la mañana, el trasiego ha sido enorme. Vinieron en peregrinación los chavales del Altair y los curas no pararon de confesar. Vino un frutero y ofreció cuatro cajas de plátanos para el viernes como otros han traído leche infantil, pañales... aquí no sobra nada. Ni nadie, por muy endeble que a la vista parezca su fe. Quién sabe lo que el Señor les dice en el corazón.

Todos pasan por delante

Está el que viste de chándal y le aguanta la mirada al leño de clavel carbonizado y se planta –¿desafiante, conmovido, estupefacto?– un rato; y el que se conforma con tocar las andas sin levantar la vista; el canijo con coleta que prepara el teléfono para hacerse la foto; la chiquilla de rosa a la que su padre corrige cuando hace con los dedos la señal de victoria; las tres amigas, dos de ellas hermanas, que vienen de Bellavista porque «aquí está el Señor» y que preguntan por algún sitio donde tomar café y al final se les echa encima la hora de misa y no lo toman; y los curas del arciprestazgo que vienen a ganar el jubileo mientras cantan la canción de las subidas: «¡Qué alegría cuando me dijeron: 'vamos a la casa del Señor'!».

No es cuestión de edades ni de actitudes, a todos alcanza como se pide en las intenciones: «Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres, haz que el Evangelio sea proclamado a toda la creación ».

Paisanaje variopinto

Aquí están la cría con uniforme de colegio concertado; un matrimonio mayor despacito; una familia que reza en voz alta el padrenuestro; un bético con dos muletas; el que entra con la gorra y no se la quita ; el matrimonio de los tatuajes al que bendicen una medalla; el que busca el encuadre imposible , venga a agacharse y a demorar la cola; el vecino prejubilado del cronista que se ha dejado caer por aquí; el acondroplásico con su madre, que casi no puede andar; la anciana a la que no le quedan dientes ni casi lágrimas; la del pelo rojo con un minivestido tan escueto que no se atreve a pasar y dispara la foto desde detrás de una columna; la madre con el dinosaurio inflable en la mano que le explica al niño lo que ve ; el pregonero inédito que se ha sentado en el banco ; las dos jóvenes con colas de caballo que traen ramos; el que reza con las manos a la espalda; la que se santigua, tira la foto y aguanta la mirada ; la que se arrodilla a rezar; el grupo familiar de Los Remedios al que la Virgen le recuerda a la de la iglesia de los Padres Blancos ; el que se persigna con un garabato y el que reza concentrado; la que comulga empujando el carrito de la compra... Todos.

La antífona de vísperas cierra la tarde: «A mí se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Crist o».

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