Misión del Gran Poder en Sevilla

El camino más largo para herirnos

El Gran Poder ha pisado los cristales rotos de Sevilla pasando por la verdadera vía dolorosa de la ciudad

Todos los vídeos del traslado del Gran Poder a la parroquia de la Candelaria

Las mejores imágenes de la Misión de la hermandad del Gran Poder

El Gran Poder por la calle Gavilán durante el recorrido que le llevaría hasta la parroquia de la Candelaria Raúl Doblado

Alberto García Reyes

El Señor de Sevilla ha pisado Jerusalén. La auténtica vía dolorosa. Y ha roto el rito y la regla de Montesinos. Silencioso y sin hablar con nadie, el nazareno escogerá... Entre la Blanca Paloma y La Candelaria hay un naranjazo, pero el Gran Poder ... no coge atajos para eludir a los débiles . Pasa por la puerta de cada herido y también por la de cada desviado del camino. Anda por delante de las catanas, de la droga, del peligro. Para convertir. El silencio de las diez sólo se rompía con el pío de los pájaros, que tienen allí sus calles y sus jaulas, y por el de las campanas. Y al arriarse el Señor para hundirse hasta la cintura en el dintel del templo, la ventana del primero derecha lo resumió todo. Una mujer cautiva en el barrio de los dolores se aferraba tras las rejas a su rosario con una imagen del Sagrado Corazón. Lloraba callada. Mañana ya no estará Dios frente a su casa. El Gran Poder se perdió entre los bloques en una estampa de realismo mágico. Tatuajes, desconchones, los niños en pijama en los balcones con las legañas aún puestas en su sitio, las dentaduras rotas, un enjambre de antenas mohosas... Ibrahim, un marfileño que vive en el barrio desde hace un lustro, llevaba el cirio de las tinieblas en el cortejo. Él es más cisquero que el Señor. Y tiene una vida de cruces. Por eso lo ama: «Él me hace llorar y al mismo tiempo me da alegría, con Él siempre quedo en paz» . Alí asentía. Su mujer iba vestida con las ropas de su pueblo. Pañuelo en la cabeza. Seda de colores para la pena negra.

Juan Flores

El Gran Poder es de todos. Y en la ciudad donde nadie quiere mirarse las miserias, Él las ampara. Las acoge. Las alivia. Tira por el camino más largo, el más tortuoso. En la esquina de la calle Mirlo , una señora en su silla de ruedas le preguntó: «Dios mío, ¿volveré a verte otra vez?» . Un poco más adelante, en la calle Gavilán, había una cabeza en cada ventana. «Es pa comérselo de guapo», susurró una joven embarazada desde un alféizar roto. De repente lo mirabas de abajo a arriba impreso sobre el turquesa de la mañana y se acababa el mundo que lo rodeaba. Desaparecían las penurias. El estallido de luz cegaba la ruina . Y donde al llegar Él había un desconchón, al pasar todo parecía recién encalado. Las plazoletas del 60 por ciento de paro mostraban el porcentaje más desolador, el del vacío interior. Y entonces zigzagueaba el Nazareno como la serpiente de su corona por los huesos de Sevilla. En Los Pajaritos sólo queda el esqueleto. Los gusanos nos lo hemos comido todo allí. Pero en Santa Aurelia hay carne. Para el tuétano y para el adorno está el Gran Poder. No elige. En la Plaza del Búho abrieron el portal de par en par para una mujer encamada que gritaba sin vocalizar. Chillaba sin palabras. En la residencia de Santa Aurelia lo esperaba otra que ayer cumplió cien años. Para el sufrimiento y para la esperanza está el Gran Poder. Para la lluvia de sol y para la noche. Silencioso y sin hablar con nadie...

Nunca solo. A su alrededor oscilaban los vecinos vestidos de domingo, los forasteros de los barrios aledaños, los guiris del centro, los que iban a acompañarlo de mármol a mármol, los del salto en un momentito con el casco en el codo, los musulmanes de la mezquita , los congoleños, los sudamericanos, los que nacieron en un corral de Triana, los enganchados, los deportistas mañaneros, los que llevan las bolsas de Cáritas , los que las reciben, los curas, los ateos, los abrigos, los abanicos, los vivos en los balcones, los retratos de los muertos en las ventanas, los globos, las estampitas, los cafés, los aguardientes, los naranjos, los plátanos de sombra, las torres de ladrillo visto, las casitas sin enfoscar, los del antifaz del Covid, los de la cara descubierta, los niños en bata, los enchaquetados, los del carrito, los de los brazos dormidos, Juan Carlos Cabrera , José Luis Sanz , las coplas en la parroquia de San Lucas, los violines, Manuel Lombo vistiendo a su hermano Miguel en la sacristía, el padrenuestro multitudinario en un ensanche gris, el que vende almanaques, los coches multados, la grúa, los móviles arriba, las lágrimas abajo, los que esperan el relevo mara meterse en las andas, los que esperan la mirada furtiva con Él, los novios acaramelados, los matrimonios de ancianos que se aprietan la mano... Y el Gran Poder silencioso y sin hablar con nadie...

El Gran Poder, frente a la Virgen de la Caridad en San Lucas, en el barrio de Santa Aurelia Juan Flores

Manola Jiménez, niña de San Nicolás y mujer de la calle Feria, sopló cien velas a su paso. «Qué le voy a pedir, si ya me lo ha dado todo» . Esa es la misión del Señor en la jaula de los pájaros sin alas, redistribuir la mayor riqueza del mundo: el amor. Hacer volar. Unos le pidieron y otros le dieron las gracias. Todos en una mudez que se enfrentaba al grito de luz del mediodía, antorcha que dejaba al descubierto la sangre del lugar, el trapicheo, el bar con fritanga tan antigua como la gubia de Juan de Mesa, la tiendecilla sin papeles, la manera de hablar. El tuteo reverencial. «Te vas a romper de bonito», «échame una mano, miarma», «menos mal que has venío tú porque aquí no viene ni el Tato» , «bendita sea tu estampa», «te como la cara», «¿pa dónde tiro?, dímelo tú», «es mu negro, ¿no?»... Los más desvalidos eran sus mejores cirineos, los que más peso le quitaban de encima. Porque esa vía dolorosa está plagada de simones. Aquello es el camino del calvario : los locutorios para extranjeros, los perros gigantes en pisos minúsculos, los techos bajos, las fugas en los bajantes, la plata en los alcorques, la mugre en las aceras... Y Dios descalzo sobre los cristales rotos del barrio. Cantaban en la cava antiguamente una soleá que ayer sonaba en la memoria: «Se jundió la Babilonia / porque le faltó el cimiento, / nuestro querer no se acaba / aunque falte el firmamento». En esa Babilonia de lenguas y razas, de creencias y culturas, se han hundido los cimientos, pero el amor al Gran Poder no tiene límites. Al llegar a la Candelaria , su fonda para toda esta semana, tan cerca de la Blanca Paloma y tan lejos del mundo, el Señor parecía mirar de reojo a los pisos. Silencioso y sin hablar con nadie...

En el templo aún retumbaba a las tres y media, con Sevilla dentro, el eco de las voces de San Lucas cantando la letra de las coplas: «Con esa cruz al hombro / lleno de pesares y amarguras / anda descalzo y solo / y en su cara muestra la fatiga». El viento de Jerusalén soplaba en la ciudad de los afligidos. «Ese hombre que camina, llenos de llagas los pies, ese Hombre es Jesús del Gran Poder». Y silencioso y sin hablar con nadie, el Nazareno escogió el camino más largo para herirnos .

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