La madeja
Medallas a gogó
El exceso de condecoraciones las devalúa y resta méritos a los premiados. Las distinciones se han convertido en un cambalache político
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Iniciar sesiónTodos los años no puede haber treinta sevillanos que merezcan el máximo reconocimiento institucional de la ciudad. Si los hay, no se entiende que Sevilla siga hundida en las estadísticas del paro porque con tantas personalidades egregias lo lógico es que fuésemos la ciudad más ... rica de Europa. Al alcalde se le ha ido la mano con el reparto de medallas. Bien está el nombramiento de Alfonso Guerra como Hijo Predilecto porque por encima de colores hablamos de alguien que fue vicepresidente del Gobierno de España. Mucho mejor está el del arzobispo Juan José Asenjo como Hijo Adoptivo porque su obra al frente de la Archidiócesis está siendo descomunal y se conocerá en su verdadera dimensión cuando pase el tiempo. Pero también hay bastantes excesos en el listado. Por supuesto que hay medallas merecidísimas , como la del empresario José Moya Sanabria o la del doctor Jaime Rodríguez Sacristán , entre otros. No se trata de menospreciar a nadie. Pero el reparto masivo de distinciones las devalúa. No tiene ningún sentido que se le otorgue la medalla a cualquier institución que cumple una edad redonda, sobre todo porque ni siquiera hay un criterio uniforme. ¿Por qué unas hermandades consiguen el reconocimiento a los 350 años de su fundación y otras lo logran con sólo cien años de vida? ¿Por qué hay colegios que la reciben al cumplir 150 años y otros a los 50? Si cada institución civil sevillana tiene que recibir una medalla cuando llegue a una edad más o menos redonda , ¿por qué no se fija como criterio objetivo que todo ciudadano nacido en Sevilla que cumpla 75 años reciba de manera inmediata la condecoración, sean cuales sean sus méritos?
El problema es que el reparto de medallas se ha convertido en un cambalache político . Los partidos de la oposición aprueban las propuestas del gobierno municipal, que tendría que ser el único competente para tomar esta decisión, a cambio de colar varias propuestas suyas ya pactadas con anterioridad con asociaciones o movimientos vecinales. Las medallas las decide la Corporación al completo y, por lo tanto, se usan con criterios electoralistas. En los tiempos de Monteseirín ya vimos cómo Antonio Rodrigo Torrijos, ateo y firme defensor de la aconfesionalidad, le daba la medalla a una hermandad rociera asentada en un barrio de su cuerda política . En las sesiones donde se pactan las condecoraciones hay un mercadeo lamentable de propuestas que siempre acaba desembocando en una lista interminable de galardonados. Se otorgan las medallas a discreción. No hay un límite, que por ahí habría que empezar. Y como todo está determinado la mayoría de la veces por las peticiones que llegan del exterior con varias decenas de firmas y no siempre por los méritos de los elegidos , se acaban produciendo agravios incomprensibles. Por eso lo verdaderamente meritorio ahora es lo que hacía el bailaor Farruco cuando en los sesenta todos los flamencos ganaban premios nacionales. Él puso en su tarjeta «Antonio Montoya Flores. Bailaor. Sin premio nacional». Así se distinguía de la mayoría. Porque a este paso, lo difícil va a ser no tener la medalla de Sevilla.
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