La crónica de Sevilla en negro
¿Por qué mataron a la joven Rosario Oliver?
ABC inicia una serie que recorrerá la crónica negra de Sevilla, deteniéndose en aquellos episodios que conmocionaron más a la sociedad como el crimen de la ermita de Castilleja
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Iniciar sesiónLa ermita de Castilleja de la Cuesta guarda un secreto desde hace más de un siglo, el porqué de un crimen que conmocionó a la sociedad sevillana de hace más de cien años. Una joven fue salvajemente asesinada en la vivienda anexa que ... ocupaba entonces el santero y su familia. La víctima se llamaba Rosario Oliver y tenía sólo 15 años. La Justicia llegó a un culpable pero nunca se aclararon las motivaciones.
Bucear por la crónica negra del pasado obliga a enfrascarse en la lectura de los periódicos de la época y hay casos tan estremecedores que tienen la capacidad de acaparar la atención de la prensa tanto local como nacional. Ocurrió así en la segunda década del siglo pasado en Sevilla con el asesinato de la ermita de Castilleja. Tanto el Noticiero Sevillano, que fundara el periodista Peris Mencheta, como la revista editada en Madrid Mundo Gráfico, ocuparon muchas de sus páginas para informar de un asesinato que tardó en resolverse; lo que ayudó a que se dispararan los rumores y las teorías, alimentando el hambre informativo de los lectores.
El 27 de abril de 1913, una vecina encontró sin vida a Rosario Oliver en el suelo de la cocina de su casa. Había ido a llevarle el pan como hacía habitualmente y al abrir la puerta se la encontró tirada en el suelo sobre un gran charco de sangre. La autopsia revelaría después que había recibido tres puñaladas y también había sido golpeada con dureza. No habían abusado de ella.
El testimonio de una mendiga que acudía frecuentemente a la ermita fue la clave de la investigación que anduvo durante semanas con pocas pistas
Rosario vivía con su padre y sus hermanos. Pero por las mañanas se quedaba sola mientras el resto de la familia trabajaba fuera, como el cabeza de familia, que tenía un puesto en el Arco del Postigo. Las noticias que se fueron publicando las semanas siguientes abonaron las especulaciones porque iban señalando a sospechosos que supuestamente habían pasado por la ermita esa misma mañana. Los rumores llegaron a los pueblos más cercanos como Tomares, donde la Guardia Civil fue alertado de que había una persona que aseguraba conocer detalles de la familia de la joven asesinada. Nada certero. Sin embargo, cada día se publicaba algo del caso en los periódicos, aunque fuera una pequeña pieza para informar de que no se habían producido novedades.
Como sigue ocurriendo un siglo después, ante la falta de avances, la investigación echó manos de agentes de fuera, en este caso llegados desde Madrid, para que pudieran aportar una óptica distinta a las pesquisas. Fue entonces cuando las sospechas empezaron a centrarse en Pedro Ortiz de los Reyes, conocido como Perico el Ventero porque regentaba un establecimiento muy próximo a la ermita. Algunos testimonios recabados como el de su propia hija ponía en entredicho su coartada. El ventero había asegurado a los agentes que aquella mañana de abril había estado siempre acompañado. Pero no fue así.
En julio, la noticia saltaba al confirmarse el arresto de Perico el Ventero y de su hijastra, Josefa Adorna. La sorpresa era absoluta y la historia se adentraba en caminos más escabrosos. Una mendiga que visitaba frecuentemente la ermita le había contado a los agentes cómo Rosario se sentía intimidada por el ventero. Había descubierto que tenía como amante a su hijastra. Pero además sospechaba que podía estar implicado en asuntos muy turbios porque vio en cierta ocasión a Josefa limpiando lo que parecía sangre en el suelo de la venta. La joven le contó a la mendiga que Perico le había amenazado si decía algo. A ese testimonio se sumó el de dos testigos que vieron a Perico salir de la ermita aquella mañana, coincidiendo con el momento del crimen.
Una condena, dudas e indignación popular
Dos años después, en octubre de 1914, se celebró el juicio en la antigua sede de la Audiencia de la plaza de San Francisco, hoy sede de Cajasol. La escena que describen los periodistas recuerdan a juicios mediáticos de no hace tanto como el de Marta del Castillo. La Guardia Civil tuvo que controlar a la masa que esperaba a los acusados diariamente para increparles o tirarles piedras. El abogado defensor llegó a mostrar un anónimo que había recibido en su casa que decía textualmente: «Como salga libre Perico el Ventero, lo matamos». El resultado del juicio, cargado de presión, estaba en manos de un jurado popular.
Perico siempre se declaró inocente y su abogado, en el informe final, incidió en la falta de pruebas directas que desvirtuaran su inocencia. No había certeza de que los cuchillos intervenidos fueran el arma del crimen. Los forenses tampoco se pusieron de acuerdo en el origen de la sangre de varias prendas requisadas al acusado. El letrado puso en entredicho la declaración de la mendiga. ¿Por qué Rosario le había confesado esos temores sobre Perico pero nunca le dijo nada a su novio, como éste aseguró en el juicio?
El fiscal admitió que el inicio de la investigación había sido chapucero. No ahorró en críticas hacia el juez municipal o el comandante de puesto de Castilleja. «Nada de provecho hicieron». También reconoció que no se sabía el motivo del crimen. Pero a pesar de todas las dudas, mantuvo la petición de cadena perpetua para el acusado mientras que retiraba los cargos contra Josefa. El jurado condenaba el 20 de octubre de 1914 a Perico el ventero, a quien describieron los periodistas ininmutable cuando escuchó el veredicto de culpabilidad.
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