Reloj de arena

Manuel Pérez Fernández: Elogio del agua milagrosa

En aquel tiempo, la palabra estructura no existía, por mucho que la buscaras en los diccionarios del mundo del fútbol

Manuel Pérez Fernández Archivo familiar

Félix Machuca

Estaba por llegar, por inventar, por tener significante y significado. Todo era en el universo balompédico muy doméstico, muy casero, muy voluntarioso. Quizás fiel reflejo del subdesarrollo de una sociedad que no soltaba amarras para alcanzar la modernidad. En aquel tiempo, el Sánchez Pizjuán ... , eran las ruinas de Itálica, en genial síntesis definitoria de don José Antonio Blázquez . Un poema doliente sobre cemento y muñones de hierros al descubierto, fiel metáfora de que casi todo estaba por hacer. Manuel Pérez Fernández fue durante muchos años el masajista del Sevilla Fútbol Club .

Su padre había sido futbolista del primer equipo en el arranque del siglo pasado y su señora, jefa de la lavandería del club. Es posible que algunas fotos antiguas del campo Reina Victoria donde aparece al sol la colada de camisetas y calzonas del equipo, estuvieran blanqueadas por el amor y el sentimiento de la madre de Manuel Pérez Fernández.

Manolito Pérez se estrenó como masajista en el viejo Nervión y ejerció su actividad de hombre para todo en el Sánchez Pizjuán. Era masajista autodidacta. Además de conserje de un club sin zona noble ni oficinas en el estadio, utillero y celador de futbolistas, a los que indicaba los horarios de comida y descanso que dictaminara el entrenador.

En el fútbol moderno, hubiera sido el futbolista total , capaz de defender como un central, organizar como el brujo que lleva la manija y de meter goles como el Pichichi del equipo. Manolo, que fue chaparrito y gozó de curva de la felicidad en su cintura, derrochó buen carácter y empatía con los jugadores que, cariñosamente, le llamaban el Botijo. En una ocasión, un resultado adverso que eliminó al Sevilla de la Copa, puso a prueba su bondad natural. Sentía tanto los colores y el escudo que le tiró la botella del agua milagrosa a un jugador canario que hizo el peor partido de su vida y perdiendo el pase de Copa. Fue un privilegiado. Porque hizo posible el sueño de cualquier sevillista: vivir en el estadio. La casa de Manolito Pérez estaba siempre abierta. Los primeros meses de Biri Biri en Sevilla los pasó en su casa hasta que consiguió residencia en la Gran Plaza. El de Gambia siempre se refería a él como su padre blanco.

Después de los entrenamientos muchos se paraban a tomar café o a charlar con su masajista. El mismo que en los partidos fuera de casa se las maravillaba para poner a punto la masa muscular de los dieciséis jugadores que integraba la expedición. Él solo. Con sus manos y su alma. Una solución de aceite con alcohol ponía a los jugadores a tono, recuerda Pablo Blanco . Eran otros tiempos y también otras formas. Más domésticas, más familiares, más puras quizás…

De puro habano se puso hasta la corcha en el Parador de Carmona , donde se concentró el equipo durante un tiempo. Se tomaba un café con Miguel Múñoz y lo invitó a fumarse un veguero. Se formó una humarea tan grande que Manolito le dijo al míster: ¡¡ esto es una borrasca, joé…!! Para su fortuna se salvó por la campana de aquel huracán de dolor y pesar desatado tras la muerte en el campo de Pedro Berruezo en Pasarón. Su hijo Domingo recuerda haberle oído que no sabía cómo podría haberlo encajado viviéndolo in situ. En cambio, sí fue testigo directo de la fractura brutal que Enrique Montero sufrió en el Carranza en aquel partido contra el Palmeira. Sentenciaba que de habérsela producido años atrás, no solo no se hubiera vuelto a vestir de futbolista, sino que le habrían quedado secuelas para su vida civil. El traumatólogo Antonio Ojeda , que tantos huesos ha colocado en su sitio a los jugadores blancos, rememora la tarde calurosísima en el Pizjuán en la que un jugador se cayó al foso, tras una carrera sin freno posible. Saltaron a auxiliarlo Manolito Pérez y Antonio Gómez , el otro masajista. Esprintaron de tal forma que parecía que estaban corriendo los cien metros lisos contra Carl Lewis . Apretaba tanto el lorenzo que Manolito se paró en seco y se bebió entera la botella del agua milagrosa. Estaba fritito. Muy toreras fueron sus salidas del campo por Gol Norte tras atender a algún jugador caído, que aplaudía a su masajista como si fuera Campanal o Valero. O el mismísimo Paco Camino .

En Bilbao, encontró el camino de la voltereta con el utillero de los leones, amigos de profesión. El viaje fue accidentado. El avión no pudo aterrizar en Bilbao y regresaron a Madrid. Al día siguiente salieron en autocar para la catedral del bocho. Manolito colocó las camisetas y las calzonas del equipo sobre los banquillos del vestuario, pero también atendió la bienvenida de su colega y se fueron a cortar orejas y rabos por la ruta del chacolí. El hombre que regó con agua milagrosa la palangana sevillona de los ayes de sus jugadores, se nos fue hace dos años, tras haber visto a su club salir del desierto y descubrir las estructuras. Esas mismas que hoy han convertido a su antigua casa en un estadio de corte europeo, rojo como la sangre sevillista y con el mármol más noble que el que lució dos mil años atrás el anfiteatro de las ruinas de Itálica…

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