Reloj de arena

Manuel Loreto Bejarano: el gitano más elegante de la Centuria

Nunca cantó ni bailó bien. Pero como dijo el New York Time de la Faraona, no había que perdérselo. A sus saetas le sobraban pureza, cadencia vieja de balcones antiguos

Manolete, al centro, escoltado por sus hijos. A su derecha, el primogénito, Manuel. Y a la izquierda, Rafael Archivo familiar

Un primo suyo, Bosco Gallardo , me dijo alguna vez que si en una coctelera cupieran el barrio de San Miguel de Jerez y la Macarena saldría un Loreto. Pero se equivocó en la medida. Porque, en realidad, salieron tres. Miguel , ... Felipe y Manolete . Dos de ellos están nuevamente juntos, en las tabernas del cielo, donde los envidia Julio César al verlos de jarana con la gente de los Canasteros de Manolo Caracol, cantando por bulerías y con las cantimploras llenas de fino. Hace poco, el divino calvo se fue para Manolete para preguntarle si le parece serio lo de la Centuria macarena, donde integró la llamada fila del arte, con compañeros como El Mono (Manuel Muñoz Mayoral) y Angelito el Pescaero (Ángel Delgado), el triunvirato que escoltaba al Pájaro. El Pájaro en latín de Roma se escribe Senatus. En turdetano de la calle Parras se escribe Pájaro. Manolete miró a Julio Cesar y le dio la repuesta conveniente: «Lo que no es serio es que un gachó como tú se hiciera la toga en Izquierdo Benito…»

Los dos Loretos están en el cielo y recuerdan lo que se contaban en las tertulias del bareto de Miguel, dándole al bistec como una manera de pasar la eternidad. Que es lo más parecido a un autobús que nunca llega. Y así Miguel rememora cómo Manolete fue el más gachó de todos ellos , porque trabajaba más temprano que nadie para sacar los ochos puestos de pescao de la Feria para adelante; o cómo lo llevaban en coche con chófer a la playa del Puerto cuando era un chavalote; o el encarne que le cogió Caracol para que fuera futbolista en su equipo de los Canasteros, con camisetas de lunares, y la flamencura más potente del tablao en el equipo: cantaores, tocaores, palmeros…; o cómo papá, Manuel Loreto Gallardo , cuando llegaba Nochebuena y le entraba el gorrión por no poder estar en Jerez, la casa de la calle Macarena se quedaba suspendida por la melancolía y el pellizco, hasta que llamaba Caracol para cantarle por teléfono desde Madrid a su compadre, que era la mejor manera de entender que todo estaba en orden y que la fiesta comenzaba con todas las bendiciones.

Qué de cosas se cuentan Miguel y Manolete. Sobre todo, cuando se acuerdan de la gente de abajo. Aún le gastan bromas a propósito del día que quiso ser costalero. Se probó con la Virgen del Rosario . Aguantó una chicotá. Cuando arriaron el paso, Manolete cogió el costal, se la entregó al capataz y le dijo: «Ahí te lo dejo para otro que le guste levantar pesas…» Y es que de aquella coctelera que agitamos al principio del texto, donde se mezclaron los duendes de dos barrios legendarios, salió la menta más pura y la canela más dulce, que tanto paladar dejaron en la garganta de Manolete. Nunca cantó ni bailó bien . Pero como dijo el New York Time de la Faraona , no había que perdérselo. A sus saetas le sobraban pureza, cadencia vieja de balcones antiguos. Fran López de Paz le dijo una vez que tenía voz de disco de pizarra. Y lo bordó. En realidad, los Loretos tenían detrás una genealogía de cante con jondura, un blasón de voces de altísima alcurnia: su abuela materna, Dolores, era pariente de Agujeta . Y por parte paterna le llegó la transfusión de sangre pura de Manuel Torre y el Niño Gloria . Si no llega a cantar habría que haberlo metido en la cárcel…

Cuando El Melli dijo hasta aquí llegó la riá de la Roma del lingotazo y la boca torcida por el coñá de la malla, temiendo que algunas conductas acabaran con un legionario dando un mitin en la Resolana, se empeñó en reformar costumbres y hábitos. Tuvo una gran idea. Y echó mano de los hijos adolescentes de los placeros del mercado la Feria y la Encarnación para suplir a los veteranos. Un relevo generacional impuesto por la busca de la sobriedad. Aquellos veteranos eran capaces de beberse un Amazonas de Jumilla. Manolete entró con catorce años en la centuria y se llevó cuarenta con las latas más bonitas que vio Roma en más de un milenio de existencia. En cierta ocasión, tras la estación penitencial, entregó en el cuarto de los armaos un saco donde debería ir el uniforme y el gladio. Pero metió una enciclopedia del Mundial de fútbol de España, que pesaba exactamente lo mismo. Su hijo le preguntó por qué hacía aquello. Y Manolete le hizo un guiño para que se callara. Al año siguiente lucía la coraza más elegante y bonita desde que Trajano dejó la suya en Selinunte. Un orfebre le grabó un águila y la embelleció para que brillara en la noche como la plata turdetana de la mina macarena. Empresario de éxito, elegancia pinturera, dandi calorrón, intentó convencer a Miguel y a otros macarenos de que al Sentencia había que quitarle las cuerdas de sus manos en verano para que le fueran llevaderos los rigores del agosto hispalense mientras ellos estaban muy fresquitos en Chipiona. La muerte de su hijita Soraya lo desarmó por un tiempo . Pero convenció al Rey Mago de 1980, el ginecólogo García Otero , para que tras la cabalgata no le faltara su regalo a la niña de su alma. El cuñado de Juana Reina le llevó flores a su mausoleo haciendo el regalo más dulce de la noche. Ha sido el gitano más elegante de Roma, el mejor peinado de la Centuria y el que bordó lo que no sabía hacer: bailar y cantar. Pero el costero a costero lo ejecutaba de película de la Metro. Me queda por contarle el debate entre él y Miguel tras pasar por un banquete ofrecido por un insolvente donde le descontaron la parte del marisco y pescado del menú, ya que Manolete era proveedor del Hotel donde se daba el ágape. Miguel decía que eso tenía mucho 'ange'; Manolete decía que eso no tenía ningún 'ange'. Es posible que aún sigan debatiéndolo en la gloria, mientras Julio César trata de comprender lo de su toga e Izquierdo Benito

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