Reloj de arena
Luis Font Vallés: Los bombines de Gino
Gino era un tipo elegante, agalanado, de un exquisito aliño indumentario, con mucha empatía
En lo alto de la escenografía, con barbita, figura Gino Font, líder de la orquesta formada por Manolo Regato, Quini el batería, Eulogio Montero y Manuel Roncales
Por entonces, les hablo de la década de los sesenta, la de la minifalda, los Beatles y 007 al servicio de su majestad con Ursula Andress saliendo de las aguas tórridas del Caribe para derretir la pantalla; digo que por entonces cantar ... en español era una horterada, la copla un estorbo decadente que había que esconder en el cuarto oscuro de los complejos y los pelos largos y las camisas de flores toda una declaración de principios.
En ese contexto, a modo de puente entre lo que se iba y lo que venía, aparecieron lo que Antonio Pulpón llamó la orquestas-atracción, dándole alegría a los cuerpos timiditos de entonces en las parrillas de los hoteles, en los grandes cruceros atlánticos y en las ferias más principales.
A las de segunda categoría no era recomendable apuntarse. Finalmente, todas echaban las lonas con Paquito Chocolatero, desembocadura natural de un exceso de manzanilla y rebujito de confianzas poco deseables para músicos que se preciaran de serlo. Entre las orquestas-atracción que llenaron aquel puente entre el mundo de Machín y el de Smash , por ejemplo, figuran con letras de neón y carteles de la imprenta Álvarez cerca la calle Feria, uno aclamado como Los Bombines y liderado por el alicantino Gino Font. Gino en el registro civil figura como Luis Font Vallés, un Font sin amarguras, originario de una pedanía de Alcoy, dulce como el turrón de la tierra y con una voz que las volvía absolutamente locas.
Los Bombines, como aquel John Steed de Los Vengadores de la tele, se asomaban a los escenarios con una esmerada imagen marca de la casa: uniformes ad hoc, bombines y pulcra presencia. El bombín les daba ese toque de distinción y elegancia que, seguramente, Gino iba buscando para distinguir a su orquesta. Fueron los reyes de los cruceros, de los hoteles de la costa del Sol y de las salas de fiestas. En Sevilla se dieron a conocer en el Oasis de Currinchi, donde Gino Font se especializó en subir la temperatura ambiente cantando, con una voz de serenata en el balcón de Julieta en Verona, con baladas directas al corazón.
Aunque no faltaron temas universales de los niños de Liverpool, Gino Font encontraba su gusto y acomodo frente al micrófono cantando po r Nicola di Bari, Gino Paoli, Celentano y Jimmy Fontana . Italia en sus labios. Roma en el Coliseo de la Puerta Jerez. Venecia en la Plaza de España. Nápoles en la bahía placentera del Oasis. Si no apuntabas a peluso o a ye-yé, lo más normal es que, ya en la parrilla del hotel Cristina, ya en alguna sala de fiestas local, Gino Font te hubiera regalado una tierna velada con tu pareja.
De milagro no se convirtieron en delfines. Porque sus temporadas en la mar, tan prolongadas que no bajaban de los cinco o seis meses, los llevaban desde Génova a Montevideo o Buenos Aires, pasando por Río de Janeiro . Ni Magallanes le sacó a la primera circunnavegación tantos réditos como Gino Font. Y en aquellos cruceros del Cabo San Vicente y del Cabo San Roque de la compañía Ybarra, más que bombines parecían llevar coronas. Las coronas de los reyes de la noche.
Las coronas de los reyes de la fiesta. En uno de aquellos cruceros, que lo dejó en Montevideo, una chica de un pueblo italiano embarcada en Génova, se rindió ante el donjuán de Alcoy . Vivieron días a toda máquina y con el oleaje de la música en sus corazones . La chica, al parecer, viajaba hasta la capital uruguaya para casarse con el novio del pueblo que emigró allí. Con el barco en su destino, los miembros de Los Bombines, solían asomarse a la barandilla del barco para despedir a las amistades hechas en las noches de trabajo. Luis Moreno, batería de la orquesta, recuerda cómo vinieron a recoger a la chica dos coches negros con gorilas al uso y, prudente, le dijo a Gino: «vámonos para los camarotes. Creo que abajo estaremos mejor…».
En realidad nunca estuvieron mal. Al revés, trabajaban todo el año, porque finalizada la temporada de cruceros, empezaba la de hoteles y ferias de guarda r. También alguna que otra puesta de largo en la Casa de Pilatos, como aquella vez donde tocaron para dos radiantes bellezas americanas: Jackie Kennedy y Grace Kelly. En el Oasis vieron de todo. D
esde las famosas «shock patrol» de la base americana de Morón llevarse sin contemplaciones a los soldados con mala bebida hasta aquella noche, con Raphael en la cresta de la ola, que no se quiso perder el gobernador civil acompañado de su esposa. Currinchi dio orden de que las chicas se tomaran algunas horas de descanso…hasta que Los Bombines de Gino Font volvieran a poner las cosas en su sitio y hacer realidad lo que horas antes había cantado Raphael: «Qué pasará, qué misterio habrá/ puede ser mi gran noche…».
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