Reloj de arena

Kevin Clifton Ted McMinn: las cruces de Manolín

El barrio de Santa Cruz, donde vivió a la vera de los jamones de Casa Román, se convirtió en su zona de confort

McMinn en un derbi Betis-Sevilla Archivo

Braveheart no hubiera tenido un escudero más valiente, sincero y leal que este pelotero que entendió el futbol como una guerra, como una batalla entre invasores e invadidos. Cuando se vestía de protestante con la camisola de los Rangers era la estampa más ... aproximada a un ancestral guerrero picto, aquellos que se pintaban el cuerpo de azul con un pigmento de los pantanos de las Higland para luchar contra los romanos. Cuando a McMinn lo trajo para el Sevilla, allá por el 87, un paisano suyo que entrenaba a los de Nervión, Jock Wallace , sabía lo que se traía para el fútbol español. Quizás el que no supiera bien a dónde venía era el propio Kevin Clifton , sin pajolera idea del idioma, ajeno a la guasa local, sin más dobleces en su transparente carácter que los que les daba a las medias de futbolista y con un valor y arrojo propio de los guerreros que pelearon con Braveheart. Lo empezó a saber cuando la gente lo bautizó como Manolín, traducción libérrima de McMinn al lenguaje de Serva la Bari, una forma como otra cualquiera de hacerlo nuestro, de sevillanizar al que de tan lejos vino.

Manolín entró en Sevilla con el pie izquierdo. Un rosario de lesiones le apartaron de lo que pudo ser su mejor pista de lanzamiento para vestir la camiseta nacional , colores a los que amaba con infinita pasión. Hasta el punto de que, en los desplazamientos en autocar del equipo sevillista, le ponían música nacional escocesa y Manolín lloraba. Era oír una gaita y quebrársele el corazón. Se adelantaba así a lo que cantaría, algunos años después, Gloria Estefan : «La tierra te duele, la tierra te da / en medio del alma, cuando tú no estás». Lo que pasa es que Manolín los tenía bien puestos y estaba sobrado de recursos para pelear contra la morriña y contra los que intentaban pararlo en el campo. Recuerda Domingo Pérez , fisio del Sevilla y uno de los pocos que por entonces se manejaban con cierta soltura en inglés, que Ted McMinn solía parar el autobús tras los partidos de pretemporada , invitando en la primera venta que veía a todo el equipo a cerveza. Algo, por otra parte, muy común en el futbol británico, donde tras un partido, el equipo local invita al visitante a compartir pintas y a colaborar en las tareas de recoger el vestuario. McMinn, pues, invitaba a Cruzcampo como una forma de socializar con los compañeros , además de que le gustara la cerveza más que a Gambrinus, todo un tipo. Había jugadores del filial que, por cortedad o por convicción, rechazaban la barrilada y pedían una Cocacola. Manolín los miraba, sonreía y les decía: ¡¡Fucking, señorita…!!

El barrio de Santa Cruz , donde vivió a la vera de los jamones de Casa Román, se convirtió en su zona de confort . No necesitaba salir de él para sentirse querido, integrado, reconocido y solicitado. En una entrevista que le hizo para ABC Juan Manuel Ávila reconoce su dependencia del barrio. Allí se sintió sevillano y comprendió la sevillanía de una de nuestras fiestas mayores, la Semana Santa . Lo llevaron a un balcón de Mateos Gago y escuchó cantar una saeta. Manolín no era católico. Pero se sintió sobrecogido al ver Santa Cruz en su severo recogimiento de Martes Santo. Manolín vino a Sevilla a descubrir cruces. La de la fábrica de cervezas fue una de ellas. Le fue tan familiar que Eduardo Arenas me cuenta que a los tipos que le caía bien los llamaba por su nombre y de apellido te colocaba el Cruzcampo. Y en la citada entrevista de Juan Manuel Ávila, le cuenta que le gustan los toros y que hay un torero especial para él: José Antonio Cruzcampo… ¿Cruzcampo?, respondió aturdido Ávila. Hasta que se deshizo el equívoco y se supo que se refería a José Antonio Campuzano… Cargó la cruz del idioma y la guasa que conllevaba ese atraso con compañeros como Ruda , Moisés , Francisco , Antonio Álvarez , Rafa Paz . Domingo Pérez no descarta que, Manolín, confundido por el bromerío cuartelero de algunos de los mentados, se dirigiera a los servicios médicos para revisarse diciendo: «Me duele la polla…» Aún se están riendo los de la guasa.

Pero el destino de Manolín no era risueño. Tenía muchas cruces clavadas en el monte de su memoria . Desde la familia desestructurada en la que nació, hasta la fragilidad de su rodilla de cristal. Más que linimento su rodilla pedía Cristasol. Domingo Pérez recuerda la casta, coraje, voluntad y determinación de McMinn en Cádiz, donde recibió berza para dos carnavales seguidos, jugando con un trozo de la carne que revestía su rodilla colgando. No aceptó la sustitución. Acababa los entrenamientos enfoscados en hielo y rojo como el Kremlin de Jrushchov . Los autopases que firmaba eran choque de trenes. No desbordaba al defensa, lo arrollaba. Su verdad, su sinceridad, su militancia, su valor para meter la pierna en mitad de una pelea de perros, lo valoró la afición que lo elevó al púlpito de sus preferencias. Estuvo poco tiempo en Sevilla. Pero Nervión lo quiso como si lo hubiera visto crecer . Llegó a jugar en el Derby County , el Birmingham y en equipos menores de Australia. Una infección de quirófano obligó a que le amputaran una pierna. Tres divorcios lo dejaron en una incómoda austeridad y hoy vive, haciendo de la derrota una victoria, como un bravo guerrero de Braveheart, peleando por sacar de la calle a los más necesitados. Y quizás acordándose de vez en vez del barrio de Santa Cruz y su Cruzcampo. Manolín for ever…

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