Reloj de Arena

Juan Ignacio Alpresa: Siete muertecitos encima

No es artista sólo por lo que mamó en su casa escuchando a Chavela Vargas y a toda la serie de «La Voz de su amo» sino también por su primera novia

Félix Machuca

Aparentemente todo es de color. De un color afable, bonito, radiante y divertido . Pero la profesión de artista es de alto riesgo. No conozco a ninguno de los tratados que no los haya rozado el peligro. Juan Ignacio Alpresa , junto con ... sus hermanos, lo saben bien. También lo supo el Gordo Azpiazu . O Rafita González Serna . Y tantos y tantos como se han subido a un escenario y luego se enteraron de que el empresario que los contrataba estaba en búsqueda y captura . Juan Ignacio Alpresa está recién llegado de unas galas en México . Allí gusta mucho su estilo. Para su seguridad, en un país tan hermoso como fácil de gatillo, le colocaron a un chico afable, simpatiquísimo, para que les guardara las espaldas, como hizo Kevin Costner con Whitney Houston en aquella famosa película. Pero esto no era ninguna película. Fue puro realismo mexicano. Juan fijó sus ojos en la artillería del cuate y le preguntó: ¿Has utilizado alguna vez el cacharro? Y el güey, así como cantinfleándole el acento, le respondió sin drama alguno: «Bueno, tengo siete muertecitos encima… »

A esta profesión de alto riesgo y buenos dividendos llegaron los Alpresa de la mano de papá . Eso es lo que me cuenta Juan. De chinorri llegaba a casa del colegio y se encontraba con el Beni , con La Esmeralda y, en cierta ocasión, con un gitano muy prieto, de nombre Joaquín de Parada , guitarrista de los Romeros de la Puebla . Con el bueno de Joaquín aprendió a tocar la guitarra, aquellas sevillanas de los Hermanos Reyes que están en la gloria de los microsurcos. La afición de su padre por el cante y las noches de duendes y magia, llevaron a los hermanos a acompañarlo al Semáforo de Antonio Ferrera y al Martinete de Pepito Donaire . Tampoco les pusieron falta por inasistencia en el Camborio. Ahí están las raíces que sujetan el árbol artístico de Juan y de sus hermanos. Raíces que los hicieron crecer recios en el trabajo como el olivo y flexibles ante las situaciones extremas como el bambú. Juan ganó mucho dinero en Galicia .

Concretamente en La Coruña . El empresario contrató a los Alpresa para que animaran por sevillanas y rumbas el ambiente de una venta llamada «El Rocío» , justo en la carretera de Arteixo . Y cuando se dieron cuenta aquello parecía la serie « Fariña » porque iban todos los narcos estelares de la temporada: Sito Miñancos, Bustelo, el clan de los Charlines… Las sevillanas estaban de moda. Y la gente llegaban bailándolas hasta los lavabos donde cada cual hacía lo que les salía y entrara por las narices…

Juan Ignacio no es artista solo por lo que mamó en su casa escuchando a Chavela Vargas y a toda la serie discográfica de « La Voz de su amo ». También tuvo mucha culpa su primera novia. Un domingo la castigaron en casa sin salir. Y Juan se fue con su hermano José Mari a tocar a La baranda, a pasar la tarde y no aburrirse sin el arrimo de la novieta. Allí entró en contacto con el Coro de Triana , con Rafa González Serna , con el de Sevilla y, posteriormente, ya con las redes echadas, con el coro de la Macarena. En La Crepería de Tomás Azpiazu cinceló su fama y trabajó con José Manuel Soto por un par de años en Marbella. Montó su local, Color Moreno , en honor de Curro y Antonio, para dejarse tragar por los remolinos de una ecuación tan peligrosa como la fórmula de fusión atómica: noche+arte+juerga igual a catástrofe. Juan estuvo muchos años secuestrado por el lado oscuro de una vida sin voluntad, a bordo de un barco rumbo a Venus, como cantaba Mecano. Cuando escapó de un zulo tan cruel se dedicó a que otros salieran de la autodestrucción, pasó por Alalá en las Tres Mil , donde lo llaman tito con cariño y hoy, en Huelva, tiene su fundación, La Tarara , para iluminar los caminos oscuros de los que no ven venir los caballos desbocados ni los peligros de la blanca señora.

Ha recorrido América tanto como los que fueron a buscar Eldorado. Y en Venezuela actuó para un empresario que le ocultó que estaba en la lista de la DEA . En Santo Domingo fue testigo de un fin de año tumultuoso en una ensenada de yates de multimillonarios , dos de los cuales entraron en bronca directa y hubo que salir nadando para no empezar con un revés el año. En Portugal estuvo dos años cantando para dos contratistas distintos. A uno lo mandaron al mármol en un ajuste de cuentas. Al otro lo secuestraron sus propios trabajadores. Juan quiso abrir una discoteca en Galicia , con un socio celta que tenía toda la pinta de Dum Dum Pacheco . Le cogieron el traspaso al propietario que no quería cerrar el acuerdo porque no le gustaba el socio gallego. Lo convencieron para que se arreglara, se cortara el pelo, visitara la ducha y, finalmente, consiguieron abrir el local. Pero al gallego se le cambiaron los cables y montó a los dos hermanos en un 124 y tiró monte arriba. Con muy malas ideas y un pistolón en la guantera . Se salió de aquel embrollo rezándole mucho a Santiago y convenciendo al gallego de que estaba más presentable pelado y lavado.

La vida de Juan da para un libro . Y una película si me apuran. Él acaba de terminar uno titulado « Platero y sus amigos », con prólogo de Carlos Herrera y que presentará en la c asa natal de Juan Ramón en Moguer . Donde estoy seguro de que no se encontrará con ningún chavo que le diga que tiene siete muertecitos encima. El riesgo también necesita descanso…

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