El hermano Pablo: «Don Carlos Amigo Vallejo fue para mí un maestro más que un jefe»

«Hace veinte años las donaciones de órganos eran un campo de reflexión y ejercicio bastante desconocido para la Iglesia. Más que un tema tabú, era un tema reservado. No era apetecible hablar de donaciones» recuerda Pablo Noguera, que relata que «personas que trabajaban con ahínco sobre la sensibilización del tema hablaron con él y le ayudaron a tener conocimiento más preciso de este tema. A partir de ahí tomó conciencia de esa necesidad y de lo que podía hacer la Iglesia», cuenta.

El religioso recuerda que siendo arzobispo de Sevilla «escribió una pastoral, a partir de la cual los propios que trabajaban en la causa expresaron que todo cambió y que hubo un antes y un después. Quizás una voz autorizada como la suya pudo influir a mucha gente que estaba insegura o pensaba que el cuerpo era intocable. Fue un aldabonazo que les tocó el corazón y desde ahí muchas personas se sensibilizaron con esta causa tan noble y tan propia de la Iglesia».

Pablo Noguera recuerda que «no fue fácil porque tenemos una educación que nos limita o nos coarta mucho al respecto. En su pastoral dijo « no te lleves al cielo lo que hace falta aquí» y «no esperes a morir para manifestar tu voluntad de dar» y todo eso tocó sin duda alguna, el corazón de muchas personas. Don Carlos dijo una expresión muy bella a los fieles: «En el día último del juicio, cuando resucitemos, no te preocupes, cada vacío en el cuerpo que hayas dejado porque lo hayas donado a tu hermano, estará colmado de la generosidad de Dios»».

El religioso franciscano añade: «Recuerdo a Beatriz, una niña que fue portada de ABC cuya madre recibió un trasplante de hígado. Después de una situación clínica complicada logró salir adelante, pudo concebir y dar a luz a esa niña preciosa que don Carlos bautizó en la parroquia de San Roque. El doctor Pérez Bernal, abnegado profesional y entusiasta de la cultura de la vida, contagió entusiasmo a don Carlos, y después Susana Herrera , excepcional madre de donante que ha hecho de su experiencia bandera de conciencia. Ellos, como otros muchos, han alentado con vigor y sin descanso la cultura de la donación. Tenían un gran entusiasmo por esta causa y don Carlos se hizo entusiasta porque antes fue entusiasmado y eso le ayudó a formar parte. Como referente y « autoridad eclesial » hizo que muchas personas se sumaran a esta causa tan noble».

Más allá del tema de las donaciones, Pablo Noguera asegura que «don Carlos dejó una estela de paz y serenidad, propia de una persona que ha ido sembrando el bien. Se sentía querido por Sevilla y la despedida que le ha tributado Sevilla y tantos pueblos más ha sido la expresión de gratitud a tanto cariño». El religioso recuerda que «cuando llegaba a Sevilla de cualquiera de sus múltiples viajes expresaba la belleza de Sevilla, no solo por la luminosidad, por los magnos edificios, sino evidentemente por su gente». Y añade: « Como buen franciscano, confraternizaba con todos. No hacía distinción de personas. Cualquier persona era digna de atención. Para él, el necesitado era objeto de mayor atención pero atendía a todo el mundo. En su visita a la misión que la imagen de Nuestro Señor del Gran Poder hizo al Barrio de la Candelaria, en la celebración de la Eucaristía hizo una preciosa homilía. Fue una experiencia única, un momento espiritual intimo con el Señor y después de tanta pena por la pandemia, fue como una doble alegría».

El religioso afirma que «aunque su carácter era abierto y extrovertido, necesitaba del silencio para pensar y poder atender mejor a los demás. En ese silencio meditativo, oraba, pensaba, meditaba, y todo eso le ayudaba luego para su ejercicio como pastor y como persona . Le gustaba el encuentro con los demás». Para él «don Carlos fue una gran maestro, más que jefe. Ejercía la autoridad no solo desde una mesa de despacho sino también en medio de la gente, estando con la grey, conociendo sus necesidades».

Pablo Noguera asegura que aprendió de él « la pasión por Dios, manifestada en Jesucristo, y el amor a la Virgen María, nuestra Madre. Aprendí de él su capacidad de trabajo, a tiempo y destiempo, de un hombre entregado a la Iglesia con todo su corazón y toda su fuerza. No sé hasta qué punto era consciente de la admiración que despertaba pero sí era consciente de que tenía un servicio que hacer en la Iglesia. Y lo llevaba con mucha exigencia, servir a la encomendada».