Crónica de la procesión de regreso
Sevilla se desborda ante el poder y el imperio del Señor
El Dios de toda la ciudad volvió entre multitudes a su casa en San Lorenzo en una procesión que sirvió de epílogo de la misión y que trajo aires de Madrugada
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Iniciar sesiónPasarán los años y las generaciones. No habrá un sevillano que no recuerde el tiempo de gracia que ha regalado el Gran Poder a la ciudad. Cómo en los estertores de una pandemia dramática, el Señor fue un volcán que ha formado una fajana ... en la periferia, extendiendo la fe allí donde nadie más quiso pisar, salvo él. Ayer, tres semanas después de su partida, regresó a su casa , la de siempre, desde 1703, porque su presencia se ha quedado grabada a fuego en los Tres Barrios. La procesión de vuelta a la basílica fue un epílogo apoteósico cargado de momentos insólitos, pero con aires de Madrugada . Nada sustituye ya lo vivido en los traslados, donde el Señor se abajó para caminar entre los pobres de espíritu. Porque en las andas el Gran Poder era una figura humana alcanzable, un espejo donde los enfermos y los humildes se veían reflejados, al que tocaban y servían como cirineos. El Señor de ayer, en su paso, con la majestad incontestable de su túnica bordada regalada por los devotos, era el mismo Dios, inquebrantable, el que tiene el poder y el imperio , al que ni una música estridente, un pregón a destiempo o un grito impertinente le hace sombra. Ayer, el Gran Poder reconquistó su metrópoli con su zancada larga. Y al son, porque a la imagen que Juan de Mesa modeló hace 401 años le cabe todo, hasta el compás de Font de Anta o el de Escámez. El de una banda sinfónica o el de una de cornetas y tambores, pasando por una coral y un rosario de saetas.
Desde varias horas antes de que el Señor se pusiera en la calle, la Campana era un lugar inaccesible. Lo mismo ocurría en la Plaza Nueva. Cuando se asomó por la puerta del Nacimiento de la Catedral, la Avenida era ya una marea que alcanzaba la plaza de San Francisco, por donde ni siquiera pasó. Cuando asomó por el Arquillo del Ayuntamiento , comenzó a sonar ‘Macarena’ , la zambra de Emilio Cebrián que lo mismo hace andar a la Virgen de la Esperanza que al Señor de Sevilla. Cruzaba el andén ante una Plaza Nueva enmudecida, con ecos de jipíos y sollozos entre el público. Hasta que la Municipal se arrancó con ‘Soleá dame la mano’ mientras el Señor se volvía al pueblo. Siempre al son, en un momento para la historia de Sevilla, como lo fue el de 2016 o el que escribieron las crónicas de 1965.
En la Campana , mientras, la bulla llegaba hasta la misma calle Cuna. Por San Eloy se perdía hasta dentro y, en Sierpes, había gente hasta más allá de la confitería. Allí, nadie veía nada. Pero escuchó. La Centuria dio un concierto desde antes de que apareciese el Señor. ‘Soledad de San Pablo’ fue la primera. Con ‘Señor de Sevilla’ enfiló la recta de O’Donnell hasta el lugar donde en cada Madrugada se encuentra el palquillo. Allí, la banda siguió sus interpretaciones y el paso cogió compás hasta arrancar tras una palillera en el momento fuerte de una marcha de nueva factura. La Campana se cayó. Nunca antes la ciudad le brindó un aplauso de esa magnitud al Gran Poder, acostumbrado a los silencios y los racheos. Pero el Señor todo lo puede.
Por el Duque todo cambió. Todo se volvió como siempre, una Madrugada en noviembre. Enfiló la calle que lleva su nombre desde el principio hasta el final. El arzobispo Saiz Meneses lo acompañó desde el mismo altar del Jubileo al presbiterio de la basílica. Junto a él, monseñor Juan José Asenjo , quien aprobó la misión que la hermandad había propuesto para celebrar el cuarto centenario de la hechura del Señor, y que se retiró justo cuando la noche tomó ese aire de Viernes Santo.
Las multitudes se aplacaron. Ya en Jesús del Gran Poder , todo se volvió más cómodo. El paso anduvo con el compás de siempre, poderoso, y se paraba en los cruces o en los balcones donde cantaban saetas.
El Señor llegó a su territorio habitual, el barrio que vio crecer la devoción a la imagen barroca a eso de las diez de la noche. El epílogo de la misión fue un homenaje a San Lorenzo . Al final de su interminable calle, en paralelo ya a la Alameda, giró hacia Becas y visitó a los curas ancianos que habitan la Casa Sacerdotal . De allí a Lumbreras , para alcanzar Santa Clara . Un padrenuestro, una saeta de Angelita Yruela y un piano que puso la melodía de ‘La Madrugá’ cuando el paso llegaba al palacio de los Marqueses de Santa Coloma. «Hay que andar, no pararse», era la frase más repetida en la delantera. Porque el Gran Poder tenía prisa por llegar a casa antes de la medianoche. Al final de Santa Clara, las monjas del convento de Santa Ana se asomaron discretas a las cubiertas del cenobio con unas pequeñas velas para rezarle en silencio al Señor, que emprendió el camino hacia el Buen Fin .
Allí, el crucificado había salido al compás en un altar exquisito, para que ambas imágenes del XVII se miraran frente a frente mientras una coral remató la elegancia del recibimiento de la hermandad vecina.
Pasaba San Antonio de Padua y la aforada calle de Marqués de la Mina, continuaba por Alcoy en una sierpes insólita para el Gran Poder en San Lorenzo, cuya plaza lo recibió completamente a oscuras y abarrotada. El reloj de la torre marcaba las doce y media cuando el Señor se volvió para mirar al pueblo. Se enmarcó bajo el dintel donde aparece el nombre de Jesús del Gran Poder. Y se cerraron las puertas. La ciudad despidió en silencio al Señor , que volvió a casa 21 días después, tras haber cambiado el mapa de su imperio, que ahora es más grande.
Ayer, cuando llegaba al entorno de San Lorenzo, se le apagó la vida a la mujer a la que fue a visitar a su casa cuando emprendió el camino a los Tres Barrios. Aquella señora se asomó a su balcón, cuando el Gran Poder cruzó a la parte extramuros, a lanzarle besos. Acompañada por su familia, le dijo al Señor: «Gracias por vistarme» . El Dios de la ciudad le ofreció la unción de enfermos sin que nadie lo supiera y ayer, justo cuando regresó a casa, se la llevó consigo. Así es el Gran Poder .
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