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Cierre perimetral

Sevilla, jaula de oro

Hay que tomarse este encierro como una oportunidad para conocer mejor la ciudad porque sólo se ama de verdad lo que se conoce

Control de la Policía para impedir entradas y salidas de la ciudad Manuel Gómez
Alberto García Reyes

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Al pasar por el control —«Alto, Policía»— se mezcla la congoja de una lejana sensación bélica, de película de espías nazis, con la sensación de que todo esto es una fuente de inspiración literaria. En cuanto logro cruzar el cerco zigzaguendo entre abrojos y fusiles ... de asalto, la soledad me lleva a Machado. «¡Oh, maravilla, / Sevilla sin sevillanos, / la gran Sevilla» . Pero esta nueva escena desmiente al poeta. Le da la vuelta a su aforismo. Esta maravilla triste es la ciudad sin forasteros . El regreso a los años previos al Seiscientos en los que había corridas de toros en agosto en la Maestranza porque nadie podía ir a ningún sitio fuera de estos muros. Ir a un pueblo es como pasar al otro bando . Desertar. Anoche me puse «La Vaquilla» para entender mejor a Landa y Sacristán en su epopeya y para confirmar que las distancias son tan relativas como el tiempo. Lo que siempre está cerca, hoy está más lejos que nunca. La única unidad de medida exacta es la libertad . Ella es la que nos permite valorar con precisión todo lo que tenemos porque nada alcanza su auténtica valía hasta que no se pierde. Por eso Sevilla es desde ayer una jaula de oro . Nuestra cuna y nuestra cárcel. Un matrimonio indisoluble. Ni podemos dejarla ni ella puede dejarnos. Y si es cierto que se ama lo que se conoce, ahora tenemos una ocasión obligatoria para ampliar ese amor, para aprovechar este encierro tras las viejas murallas de la ciudad y adentrarnos en sus secretos, pasearla, escribirla con los pies, llevar a nuestros hijos de la mano varios siglos atrás y presentarles a Murillo, Velázquez y Zurbarán , subirlos a la nao de Magallanes y Elcano, detenerlos en el salón de bodas de Carlos V e Isabel de Portugal, mostrarles el techo suntuoso bajo el que dormían los Reyes Católicos, subirlos al cielo de la Giganta, jugar al escondite en los naranjos del patio , correr tras las palomas en San Lorenzo, mirarse en los espejitos de San Luis, dibujar sombras en el Arco de la Macarena, trastear por las verdinas romanas de Mármoles... A veces se aprende a volar mejor en una jaula porque luego se le da más valor a la libertad. Pero este sol del otoño tira barrotes de oro sobre las plazas con una virulencia extrema. Creo que es la primera vez que la luz de Sevilla me sabe a tristeza. Tiene un tono rojizo mate, como de sueño coagulado.

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