Reloj de arena
Celso Pareja-Obregón: el hecho diferencial
Aspiró a hacerle sombra a Fulcanelli y quiso descifrar el misterio oculto de los sabios alquimistas con un Cheminova 3 y un laboratorio en su casa
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Iniciar sesiónEs el negro en una clase de blancos, el rubio en un clan de morenos, el gen discordante en una familia de artistas. Es, en definitiva, el hecho diferencial o la oveja negra de los Pareja-Obregón , según confesión propia para definir sus ... estados carenciales de virtuosismo artístico. Es objetor del compás, que se lo deja entero a los arquitectos del ritmo. Es ajeno a los trastes, quizás porque todas las trastadas las grabó en la música inolvidable de su juventud. Y cuando la ocasión lo empuja y tiene que cantar, se convierte en un animalista, gran benefactor de gallos y kikirikies de una garganta para alpiste. Una vez se miró al espejo para buscarse a sí mismo. Y halló un retrato tan puro, sincero y realista que hoy le vale para definirse en su blog: «Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado alquimista. Probable metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de martinete». Esa imagen que le devuelve el espejo es Celso Pareja-Obregón . El hecho diferencial de una familia de toreros, camperos, cazadores, compositores, bohemios y personajes extraordinarios que reducen ‘Cien años de Soledad’ a una guía de Ikea. En su mesilla de noche descansa la inteligencia de Erasmo , Sean Carroll , Stephen Hawking y Miguel Servet . Y a ellos le pregunta lo que siempre nos solemos preguntar los que intentamos explicarnos lo inexplicable. Alguna vez hasta le responden para aclararle que después de todo está la nada más absoluta. Que somos un complejo edificio de agua, minerales y gases. Pero Celso no acepta esa conclusión nihilista del universo y la existencia. Porque está convencido de que tras el definitivo apagón hay una luz que le da sentido a nuestra confusión.
Sería indecente llegar a la conclusión de que Celso, por no estar tocado por el dedo del cielo de los artistas, fuera insensible e inconmovible. Los que lo conocen bien lo han visto llorar por un fandango bien tirado, por una pieza de jazz de cubista sonoridad y por un blues ennegrecido por el algodón sudoroso del Misisipi. A su forma es un artista. Hay que serlo para, sin haber terminado medicina, siendo un chaval de cuarto curso de carrera, asistiera a los amigos de su padre en los pasillos del Tiro de Pichón, donde el niño que iba para médico tomaba tensiones y aconsejaba a los pacientes que tuvieran más ojo con el azúcar que con la mirilla de la escopeta. Pero antes de ser médico y estrenarse con un parto apoteósico en un Chrysler 150 de Bollullos Par del Condado, Celso aspiró a hacerle sombra a Fulcanelli , el enigmático personaje que encontró en las catedrales medievales el compendio de los conocimientos alquimistas. En plena adolescencia quiso descifrar el misterio oculto de aquellos sabios con un Cheminova 3 y un laboratorio en su casa. Nunca llegó a transmutar nada. Pero sí a carbonizar visillos y darles a las llaves de su padre una capa de sulfato de cobre que las hicieron inconfundible. Su hito como alquimista lo alcanzó con un bote de Redoxon alimentado con pólvora propia y con la de un par de cartuchos de su padre , campeón de España en no sé que modalidad de tiro. Le puso mecha al bote, se lo llevó a las escombreras de la Huerta del Rey y estaba convencido de que aquel día sería grande y sus colegas le darían el Nobel. Prendieron el cohete y Nervión resonó como cuando explota con una de sus copas de plata. Su madre, con muy buen criterio, le cerró para siempre el laboratorio, tan peligroso como el meteorito que amenaza la tierra, según la Nasa.
Su generación fue la heredera de aquellas noches de bohemia y revelación de los Paquito Fiesta , Siete Revueltas , El Traga y cía. Una Sevilla que se despedía y otra que llegaba teniendo como referentes vitales a personajes de un elenco irrecuperable. Celso no fue ajeno a aquella estela de talento, personalidad y sello local. En una ocasión, con El Potra recién intervenido de algún problema gástrico, recuperándose en la UCI de la clínica Santa Isabel, fue a verlo con su bata de médico. El Potra estaba intubado y no podía hablar. Pero al verlo y leer en la tarjeta identificatoria su nombre, don Miguel Criado Barragán entornó los ojos, le cambió la cara y sacó fuerzas de donde pudo para incorporarse en la cama, haciendo señales de que no quería verlo, que se fuera de allí. Celso intentó explicarle que estaba allí para retirarle el tubo y respirara mejor y poder pasarlo a planta. Cero pelotero. El Potra seguía diciéndole que se marchara de la UCI, que no quería verlo, manotazos para arriba, manotazos para abajo, fuera de la UCI. Decidió dejar correr el tiempo y que se tranquilizara. Celso se asomó a la sala de espera para encontrarse con Álvaro Domecq, Diodoro Canorea y algún taurino amigo del Potra que habían ido a verlo. Le preguntaron por él y Celso se sorprendió porque no sabía que El Potra estaba en la UCI. No lo reconoció. Pero El Potra sí. Luego cayó en la cuenta y se hartó de reír. Lo conocía desde pequeño pero El Potra al verlo con la bata creyó que iba a gastarle una broma. A broma tuvo que tirarse un amigo suyo, al comienzo de su carrera, que lo invitara a ejercer en El Rompido a finales de los años setenta. Le prometió un destino cómodo, agradable para un verano sin sobresaltos. El amigo se fue encantado para El Rompido y, en los dos primeros días, tuvo que certificar dos defunciones. Uno por exceso de estupefacientes y el otro por un infarto. Es posible que aún lo quiera matar. Celso llegó a la medicina por su madre , tras la muerte de una hermanita que lo impactó. «Hazte médico para que no pasen estas cosas», le dijo. Y Celso lo hizo. Hoy vive intensamente la vida y los recuerdos, rodeado de dos hijos, cuatro nietos y la certeza de que la piedra filosofal de los alquimistas está en la serena plenitud de una puesta de sol en la otra banda de la ría del Rompido…
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