La Madeja
Dos años sin primavera
Al analizar los riesgos de la pandemia sólo hablamos de dos: el contagio y la ruina. En Sevilla también es crucial salvarse de la locura
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Iniciar sesiónHay ciudades que son una fecha. Joaquín Caro Romero escribió que la vida es una semana. Y si el periodista Miguel Acal aseguraba cuando lo enviaron de delegado de Radio Nacional a Zamora que allí los autobuses y los trenes tenían que llevarse ... bien porque sólo había una estación, que era el invierno, en Sevilla sólo existe la primavera . Todo lo demás es envoltorio. La ciudad vive exclusivamente para esa semana —quien dice una, dice dos— en la que el poeta condensó toda su historia. La pandemia nos ha enseñado que la salud mental importa tanto como la pulmonar . Hay que cuidarse del virus porque puede provocar colapsos fisiológicos graves que nos lleven a la muerte. Lo datos de esta segunda ola en la provincia son ya desoladores. Pero en los debates sobre la incidencia del Covid sólo se manejan dos variables: evitar el contagio y evitar la ruina . Falta siempre una: evitar la amargura . Sevilla está especialmente constituida como un ente intangible que tiene una dimensión psicológica muy importante para la vida de su gente. Esta es una tierra en la que las costumbres son también un órgano vital . Y ese perfil antropológico se olvida con frecuencia al analizar la crisis que estamos atravesando. Podemos coger el virus, podemos arruinarnos y podemos volvernos locos. Las tres cosas.
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Los sevillanos hemos demostrado tener mucha fortaleza e integridad a la hora de asumir la suspensión de nuestra primavera . Hemos pasado este 2020 infausto sin ver caer el azahar, sin escuchar el llamador de un paso, sin estrenar lunares, sin colocar bien el cíngulo a nuestros hijos, sin atravesar, en definitiva, el jardín de las nostalgias que cada año nos cura de nuestras propias tinieblas. Aquí no ha habido insensatos tirándose a la calle para no perder las fiestas , como sí ha ocurrido en otros lugares de España desde los que nos señalan como la pandereta nacional. Más bien al contrario, hemos demostrado tener mucha conciencia y sentido común tratando de vivir nuestras tradiciones jugando a los pasos en los salones de las casas y montando casetas en los balcones. Y ahora se nos viene encima otra suspensión de la primavera, otro año sin semana. Nunca antes se había enfrentado la ciudad a un vacío tan grande. Siempre se había salvado alguna flor de nuestro paraíso. Es la primera vez que afrontamos una sequía sentimental de dos años. Y la ansiedad empieza a dar la cara. Ya hay debates sobre posibles alternativas cofradieras que son lógicos en estas circunstancias y que merecen respeto. Estos planteamientos hay que valorarlos siempre con templanza porque el contexto exige serenidad. La única forma de salvarnos es evitar a los talibanes , tanto a los que defienden que salgan los pasos como a los que quieren imponer la austeridad total en su vocación perpetua de guardianes de las esencias. Sevilla es una hoja del almanaque envuelta entre otras once . Tenemos que pensar cómo protegerla sin contagiarnos ni arruinarnos. Porque para un sevillano puro es igual de importante la primavera que respirar.
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