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La Madeja

Dos años sin primavera

Al analizar los riesgos de la pandemia sólo hablamos de dos: el contagio y la ruina. En Sevilla también es crucial salvarse de la locura

El azahar brotando en un naranjo junto a la Giralda J.M. Serrano
Alberto García Reyes

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Hay ciudades que son una fecha. Joaquín Caro Romero escribió que la vida es una semana. Y si el periodista Miguel Acal aseguraba cuando lo enviaron de delegado de Radio Nacional a Zamora que allí los autobuses y los trenes tenían que llevarse ... bien porque sólo había una estación, que era el invierno, en Sevilla sólo existe la primavera . Todo lo demás es envoltorio. La ciudad vive exclusivamente para esa semana —quien dice una, dice dos— en la que el poeta condensó toda su historia. La pandemia nos ha enseñado que la salud mental importa tanto como la pulmonar . Hay que cuidarse del virus porque puede provocar colapsos fisiológicos graves que nos lleven a la muerte. Lo datos de esta segunda ola en la provincia son ya desoladores. Pero en los debates sobre la incidencia del Covid sólo se manejan dos variables: evitar el contagio y evitar la ruina . Falta siempre una: evitar la amargura . Sevilla está especialmente constituida como un ente intangible que tiene una dimensión psicológica muy importante para la vida de su gente. Esta es una tierra en la que las costumbres son también un órgano vital . Y ese perfil antropológico se olvida con frecuencia al analizar la crisis que estamos atravesando. Podemos coger el virus, podemos arruinarnos y podemos volvernos locos. Las tres cosas.

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