Dos años sin Feria de Abril de Sevilla: los feriantes entonan las sevillanas del adiós

En el municipio del Palmar de Troya, el 90 por ciento de los vecinos vive de estas fiestas. Muchos ya piensan en emigrar para reciclarse y encontrar nuevos trabajos

Manifestación de feriantes en Sevilla para protestar por el daño económico que las restricciones sanitarias han provocado a su sector J. M. Serrano

Alberto García Reyes

Los nómadas del siglo XXI llevan un año parados. Los feriantes son apátridas, de todas partes y de ninguna, gente de las caravanas, como aquellos cíngaros que estereotipó el viajero romántico George Borrow cuando conoció al gitano británico Ambrose Smith , que le ... enseñó a vivir de feria en feria. Jorgito el Inglés , que fue el nombre que le pusieron los calés a este aventurero del siglo XIX, quedó deslumbrado por el espíritu libre de los vendedores ambulantes de la diversión, bohemios, quiromantes, posaderos, pisauvas, tratantes de ganado, mercaderes de vicios, buñoleras, corredores que nunca firmaban sin vino… Él escribió la biblia de la Feria, el catón de esa forma de vivir sin reloj durante unos días al año que es la esencia de España.

Borrow retrató a todos los feriantes como goliardos y trotamundos, pero siempre muy afanados en su negocio de quita y pon. En definitiva, como hijos de la fatiga. Aquellas ferias eran desordenadas, noctívagas, ensayos de clandestinidad . Pero evolucionaron durante el siglo XX a escenarios para la ostentación. Pasaron de ser tinglados de poca monta para la compraventa del ganado y las escorrentías de mosto de pellejo a convertirse en exquisitos teatros para el paseo de caballos. Sin embargo, la pandemia ha devuelto a los feriantes a aquel tiempo de improvisación y carestía.

La principal Feria del país, la de Sevilla, tendría que estar celebrándose estos días. Sobre la explanada que la capital andaluza reserva para montar su ciudad fugaz, que tiene un cielo de farolillos y más de mil casetas a las que los sevillanos se mudan durante una semana, hay hoy cientos de coches aparcados. El Ayuntamiento ha puesto las tradicionales luces del real en el Centro , junto a la Giralda, para aliviar la nostalgia de quienes han tenido que dejar sus trajes de flamenca y sus chaquetas claras en los altillos. Pero no es la tradición la que más está sufriendo por esta suspensión. Es cierto que nunca antes había estado la Feria de Abril dos años dormida en el baúl. Desde que la Reina Isabel II otorgó el permiso en 1847 para recuperar la feria de ganado que había fundado Alfonso X en Sevilla en el siglo XIII, nunca se había parado la noria dos años seguidos. Ni la Guerra Civil ni la epidemia de la gripe española causaron tanto daño a una fiesta que mueve actualmente sólo en Sevilla 900 millones de euros.

Los dueños de las atracciones han podido amortiguar su ruina porque se les ha permitido montar un parque de atracciones similar al de todos los años cumpliendo unas rigurosas normas sanitarias. Pero los bodegueros, los caseteros, las costureras, los músicos, los proveedores alimentarios, los turroneros, los del algodón dulce, los camareros, los cocineros, los transportistas, los cocheros de caballos y los mercachifles de toda laya han viajado dos siglos atrás en apenas un año. Son como los ‘zincali’ de los que hablaba Borrow. Gente que ve pasar los días sin ningún afán.

Un operario pone las luces de la Feria en el centro de Sevilla, para aliviar la nostalgia de los sevillanos que se quedan otro año sin disfrutar las fiestas Raúl Doblado

Clanes de generaciones

Un camarero de feria, por ejemplo, ingresa en la temporada ferial, desde abril a septiembre, unos 25.000 euros . Teniendo en cuenta que son oficios que se hacen de forma familiar, en una casa pueden entrar mínimo 50.000 euros al año si trabaja sólo el matrimonio. Si también lo hacen los hijos, la cifra puede duplicarse. Pero todos son empleados autónomos estacionales. No estaban dados de alta cuando llegó el Covid, por lo que no pueden acogerse a las ayudas públicas. En los trece meses que llevamos de pandemia han pasado de vivir cómodamente a hacerlo bajo el umbral de la pobreza. Sobre todo porque estos trabajadores forman parte de clanes de varias generaciones que no tienen otra alternativa laboral. Hay un caso extremo en la provincia de Sevilla. El Palmar de Troya , un pueblo de apenas 2.500 habitantes conocido sobre todo por la secta palmariana, vive casi en exclusiva de las ferias. Ahora, además, está confinado porque la tasa de contagios se ha disparado en sus calles. «Nos ha mirado un tuerto», suspira Carmen Ruiz, una de las más afectadas por este drama.

El caso del Palmar de Troya

El Palmar es un lugar a medio camino entre tres historias : la Sevilla que dio la vuelta al mundo, la trimilenaria Cádiz y el Tajo de Ronda. Un inmenso tapete verde la rodea en esta época y los días claros se divisan los toros de Utrera, cuna del ganado bravo, en la libertad de la llanura. Sólo la cúpula de la catedral palmariana, erguida sobre el lugar de las supuestas apariciones de la Virgen que dieron lugar al delirio de Clemente Domínguez , rompe la planicie. Fuera de allí, el nombre del pueblo sólo se conoce por los desvaríos de los carmelitas de la Santa Faz, pero los nativos sólo han visto a esa gente por la tele.

La verdadera realidad del municipio nada tiene que ver con los palmarianos. Allí sólo se habla de las peonadas y de las ferias . Todos son temporeros, bien de la aceituna, bien del cachondeo. En la Venta Domínguez, al pie de la travesía, hay un par de camionetas y tres coches. Los parroquianos no parecen tener prisa. No tienen nada que hacer. «No nos salen ni chapuces», se resigna Manuel Gómez , que lleva toda la vida trabajando como camarero en las casetas de más de veinte ferias de España junto con su mujer y sus hijos. No ha podido acceder a las ayudas públicas porque en el momento en el que se decretó el estado de alarma no se había dado aún de alta como autónomo. No tiene papeles. Ahora sólo tiene problemas. «Llevo toda la vida en esto y nunca habíamos estado tan mal». Al fondo del bar, un señor que tira la piedra y esconde la mano exclama justo al enfilar la puerta: «Luego se extrañan de que la gente se meta a plantar marihuana». Ha habido varias redadas en los últimos meses. No hace falta ser muy avispado para detectar que muchos han optado por esa salida. Huele. El alcalde, Juan Carlos González , lo sabe: «Hay gente que se dedica a eso, pero la mayoría del pueblo está aguantando el tirón aunque la situación es muy preocupante». En la Plaza de la Concordia hay varios parados sentados en los bancos. Todos los días al sol. «Más o menos tenemos controlados todos los problemas económicos de la gente aquí porque sólo hay una gestoría y lleva los papeles de todo el mundo», revela el alcalde, que no duda cuando se le pregunta qué porcentaje de la población vive de las ferias: «Directa o indirectamente, todo el mundo». La Diputación de Sevilla acaba de librar unas ayudas de 1.200 euros mensuales para cada familia que acredite dedicarse a la temporada ferial, pero no todos pueden demostrarlo. Nadie lo confiesa, pero pasa algo parecido a lo de la marihuana. Huele a economía sumergida. David Martín González , presidente de la Asociación Andaluza de Empresarios de Hostelería de Feria, vive en El Coronil, un pueblo cercano. Actualmente trata de salir adelante poniendo desayunos en un bar: «Llevamos más de 19 meses sin trabajar, nos vamos a pique». Hay mucha gente que depende de la trashumancia ferial. En la ferretería Consolación se ha desplomado la facturación. Los vecinos del Palmar que se dedican a montar casetas suelen comprar allí todo el material. «Estamos comiendo tornillos», bromea un viejo cliente. «Si este año no se puede hacer ninguna feria, tendremos que plantearnos irnos del pueblo para buscarnos la vida en otro tipo de trabajo», sentencia Andrés, que tiene 54 años y se dedica a cocinar en casetas desde los 16.

Dos mujeres desdoblan un mantoncillo en el mercadillo de moda flamenca de Sevilla. Las actividades económicas relacionadas con la Feria han sufrido un duro golpe, lo que hace temer por su supervivencia EP

Naufragio de bandas

También han naufragado los grupos de música, el típico ‘chimpún’, el de sevillanas, la orquesta de colorines, la cantante de las lentejuelas. Fernando Barroso tiene un conjunto de versiones para baile. «Normalmente hacemos unas 30 ferias al año y de eso vivimos, pero vamos a tener que poner en venta hasta los instrumentos». No es una broma. El empresario gaditano Ángel González habla en serio: «Algunos artistas han tenido que empeñar sus guitarras». David Gutiérrez es uno de los nombres más sonados del cante en ferias y fiestas privadas. Ha tenido que reciclarse: «Se ha caído todo y eso nos ha obligado a reinventarnos, de las ferias ya no se puede vivir». Lo mismo piensan los empresarios de la moda flamenca. La cordobesa Juana Martín se ha quedado con las colecciones de 2020 y 2021 en el taller: «Cuando se puedan celebrar de nuevo las ferias, tendremos que vender los trajes a saldo». En Cantillana, otro municipio de la Vega sevillana, hay toda una industria del mantoncillo que ha detenido toda su producción. Ayer mismo, miércoles de Feria, festivo local, sólo había en la capital andaluza 35 coches de caballos en la calle. Ni en los años de la peste equina se vivió algo parecido.

Como 'la Karaba'

El parón es insólito. Parece todo una emulación del chascarrillo de Juan Valera titulado ‘La Karaba’. Contaba el escritor cordobés que había en la Feria de Mairena del Alcor, la más antigua de cuantas existen, un cobertizo hecho con esteras viejas de esparto, «la puerta tapada con no muy limpia cortina, y sobre la puerta un rótulo que decía con letras muy gordas: La Karaba. Se ve por cuatro cuartos». La gente pensaba que iba a ver un animal traído de África o de alguna región remota, una criatura nunca vista antes por estos lares, por lo que todos los vecinos hacían cola para ver la atracción. Y al salir, ninguno desvelaba lo que había visto siguiendo el refrán ‘mal de muchos, consuelo de tontos’. «¿Qué diantre de Karaba es esta?», preguntó enojado un campesino. «¡Es una mula muy estropeada y muy vieja!», reveló en su cabreo. Y el dueño le contestó: «Pues por eso es la Karaba, porque araba y ya no ara ».

La Feria es como esa mula del calambur . Es pasado. «Cuando todo vuelva a la normalidad se va a ver un número para encontrar trabajadores porque casi todos están intentando rehacerse y si encuentran una salida no van a regresar a lo de antes», alerta el presidente de los feriantes andaluces con entonación de los Amigos de Gines en sus célebres ‘Sevillanas del adiós’, «no te vayas todavía, no te vayas, por favor»... Pero hay que leer a Borrow para tener tranquilidad. Las patuleas de quincalleros, adivinos de la palma de la mano, errantes, rifadores, pregoneros de tómbolas, vendedores de cocos, poetas de la garrapiñada y demás andarines del espectro ferial son cruciales para sostener el teatro de las vanidades de España. El Palmar de Troya hiberna mientras Sevilla ve pasar su primavera sin la música de Tejera sonando en el tendido de la Maestranza. El calendario de las fiestas ha abierto dos heridas: la de la costumbre, porque el rito nos arraiga, y la del bolsillo. «Yo me he vestido de flamenca aunque sea para dar un paseo porque si no, el traje se apulgará en el armario», defiende una sevillana que parece guiri a los pies de la Giralda. Tiene razón. El costumbrismo se atrofia, pero es peor el hambre. Para un nómada el hambre es no tener a dónde ir.

De vuelta a la ciudad nos cruzamos en la plaza del Salvador, bajo el alumbrado que ha impostado el Ayuntamiento como quien pone un apósito en un sitio distinto al de la llaga, a un grupo de amigos cantando sevillanas tras sus mascarillas. Se lo escribió Machado a Guiomar : «Se canta lo que se pierde».

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