Reloj de arena
Agustín Navarro Arias: La voz de sí misma
Lo fue todo en la Voz del Guadalquivir, aquella radio de los sesenta dirigida por Benítez Salvatierra
Félix Machuca
En el esplendor de sus días, este locutor hecho según el canon de los radiofonistas de la época, era un dios de pelo ensortijado, poeta y actor, generoso y tieso, bohemio por naturaleza , declamador inalcanzable y un galán de los de rápida despedida ... con las ropas en sus manos saltando por la ventana de la alcoba ajena. Lo fue todo en la Voz del Guadalquivir, aquella radio de los sesenta dirigida por un falangista bragado, Manuel Benítez Salvatierra , rodeado de jóvenes rojos por todos sitios, a los que sobrellevaba en nombre del periodismo y de cierta bonhomía alumbrada por sus luceros ideológicos. El jefe cuando fichó a Navarro le dijo a Paco de la Cueva , uno de los mejores técnicos de la casa, que aquel tipo les daría días y tardes de gloria. Y fue así. Pusieron a Paco de la Cueva a disposición del galáctico y este, el mismo día en que se conocieron, le entregó un guion de un centímetro de grosor y le dijo: «nos jugamos mucho. No te equivoques que yo no me voy a equivocar». Y no se equivocó ni en una coma.
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Después los guiones decrecieron en su grosor. No los necesitaba. Un par de discos de las reinas de la copla de entonces, su memoria ram, la capacidad de enjaretar historias concatenadas al hilo de una sola frase y aquel pacto diabólico que mantenía con la magia del micro, bastaban. Bastaban para convertirse en la voz de sí mismo que sonaba con jerarquía desde la Voz del Guadalquivir de la calle Aponte . Y era su voz como la mistela, como la mermelada, como un mazapán navideño. Tan dulce y serena que por Navidad, sus seguidores, le enviaban a la radio pavos y mantecados. En una ocasión montó un concurso radiofónico para regalarle al niño que llamara y acertara la pregunta una bicicleta. El sueño de todo niño de la época. Llamaron muchos. Pero uno lo saludó diciéndole: «Hola papá, soy Agustinito. Y la respuesta es…». Con los reflejos de un bróker y con más salidas que el Corte Inglés, Navarro respondió: «Agustinito, te llamas como yo, qué alegría más grande que me consideres tu papá. Yo soy, en realidad, el padre de todos los niños de Sevilla en vísperas de Reyes y te has ganado la bicicleta…».
«Fue uno de los últimos locutores de clásica formación que tuvo Sevilla, capaz de enfrentarse al micrófono solo con el poder de la palabra»
«A un público tan selecto como el que abarrotaba las noches tórridas del Oasis se lo metió en el bolsillo leyéndoles un poema»
Era especialista en fugas. En salir airoso de situaciones muy comprometidas. Y no hablo solo de alcobas de amor. Hablo de tener a toda una sala de fiestas en contra y metérsela, a base de labia, en el bolsillo. Esa situación la vivió en el Oasis, donde se había alcanzado un acuerdo entre la radio y la dirección para que Navarro presentara los espectáculos y se grabaran para emitirlos por la cadena. Una noche, el director de la sala de fiestas, le comunicó muy seriamente a Navarro que se le habían caído dos artistas del cartel y que tendría que ajustar el horario. Con menos había que dar las mismas horas de espectáculo que siempre. Navarro asintió y aceptó el envite como el que acepta un vermú a su hora. Y presentó a las figuras una por una. Cuando lo creyó oportuno se dirigió al selecto público que abarrotaba aquel oasis tan ardiente como el mes de agosto. Sacó un papel de su chaqueta, lo desplegó con calmosa disposición y se dirigió a los espectadores diciéndole, sin anestesia, que les iba a recitar un poema. El clamor de la sala fue unánime: ¡no queremos poesía, queremos tías buenas…! Navarro aguantó el tirón. Incluso en las primeras estrofas donde el público premiaba la rima con premios groseros, con exceso de verdulería lírica. Pero no se achantó. Aguantó el tirón y la gente, al oírle declamar, fue domando sus instintos más básicos para, finalmente, acabar en pie y dedicándole una sonada ovación. Tenía la lengua empapada en oro.
Fue el locutor total. Hacia magazines, teatro radiofónico, programas deportivos y retransmisiones de Semana Santa . Es curioso que, en la misma radio donde convivieron profesionales de tan clásica escuela, estuvieran los que años más tarde revolucionarían la forma de retransmitir una Semana Santa. Me refiero a Luis Baquero, a Paco Sánchez y al mismísimo Sánchez Araujo. Navarro, con los respiraderos de un palio en sus narices, jamás resolvió la retransmisión dando un dato del manto, la restauración de una imagen o la nómina de nazarenos que tenía la hermandad. No informaba. Creaba situaciones y el climax necesario con sus declamaciones y poemas, como hizo durante veintitrés años en su programa «Sentir cofradiero». Paco Sánchez, llegó a confesar que conoció al padre Cué gracias a la lírica irresistible de Navarro. Generoso, manirroto, sablista y socorrista, ayudó a muchas personas, como a aquel mendigo que pedía cerca de la radio y le regaló su hermoso loden verde y veinte pavos de la época. También dejó algunas lápidas… Dicen que actuó en el teatro de Lopera y que con el dinero se compró un escudo de su equipo de oro y brillantes. En otra ocasión en Heliópolis, ante un arbitro poco dado al verde guisante, le pidió a su técnico Antonio Capilla de Radio Nacional, que le abriera el micro de la retransmisión que quería decir algo. Y dicen que dijo Navarro: «Mi nombre es fulanito de tal, con Dni tal y tal, nacido en Sevilla y digo que este árbitro es un auténtico hijo de…». Octogenario, palpita y vive en el Aljarafe, siendo la voz de siempre, la voz de sí mismo…
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