de la misa la media
Rosas de Santa Inés para la Guadalupana
iglesia en sevilla
En no pocas parroquias y en varios conventos se conmemora con triduos y serenatas la memoria litúrgica de las apariciones de la Virgen en el cerro de Tepeyac en diciembre de 1531
Sevilla
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Iniciar sesiónMisa por la Virgen de Guadalupe
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Templo: monasterio de Santa Inés
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Fecha: 10 de diciembre
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Hora: 19:30 horas
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Asistencia: 25 personas
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Preside: Luis Vicente García Chaves OFM
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Exorno: rosas y flores de Pascua para el cuadro, enmarcado con las banderas de México y España; ramo de flores blancas a los pies del altar
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Música: coro de la comunidad clarisa
La inmigración mexicana y la veneración filial de sus devotos -ahí está el libro de Carolina López Marcos, que puso lo que estaba de su parte, para atestiguarlo- ha hecho de la Virgen de Guadalupe una devoción de ida y vuelta. En no pocas parroquias ... y en varios conventos se conmemora con triduos y serenatas la memoria litúrgica de las apariciones de la Virgen en el cerro de Tepeyac en diciembre de 1531.
El monasterio de Santa Inés es uno de ellos donde se conmemora el Evento Guadalupano con el debido fervor: en el presbiterio, una reproducción de la tilma enmarcada con las banderas de México y España, sobre un caballete en el que se habían dispuesto macetas con flores de Pascua y rosas como las que el indito San Juan Diego de Cuauhtitlán cortó como prueba para el obispo Juan de Zumárraga.
La comunidad de clarisas había rezado el rosario y las oraciones a la Virgen de Guadalupe antes de la misa, que comenzó con el canto 'Ven Señor, no tardes', desigual en su ejecución, lo mismo que el aleluya. Algo más entonados, el ofertorio y la comunión, con acompañamiento no del órgano (inevitable referirse a la leyenda de Maese Pérez) sino de un teclado electrónico configurado para que suene como un armonio.
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La celebración fue pequeña. Por humilde, queremos decir. Además de las nueve hermanas y una novicia, una docena de fieles (predominaban extrañamente los varones adultos) siguió la eucaristía atentamente bajo la mirada de los ángeles retotolludos de las pilastras del templo.
Ofició uno de los tres franciscanos de San Buenaventura que atiende a la comunidad. Expresivo en la proclamación del Evangelio, ayudándose incluso de la mano derecha para enfatizar la lectura. La homilía se centró en las lecturas del Adviento y sólo al final tuvo palabras para la Virgen de Guadalupe cuyo triduo se estaba celebrando.
Lo que más llamaba la atención era el empleo de expresiones coloquiales como «el amor, si es verdadero, no ama al mogollón, sino se hace vida concreta en las personas con las que me relaciono» o «ni chicha ni limoná», referido a la tibieza en la práctica del amor al prójimo.
Incursionó por algunos meandros (el libertinaje «en el sentido amplio del término» como «mal uso de la libertad», la autoridad y el castigo) de los que salió como pudo antes de embarrancar la predicación que había arrancado exhortando a «abajar las montañas de nuestro orgullo y elevar los valles del desánimo que nos impiden ver la realidad: que Dios nos ama como no podemos hacernos una idea».
En la oración universal, pidió por las «vocaciones cristianas», que a renglón seguido desgranó: «Al matrimonio, viudez, soltería, vida religiosa y sacerdocio». Creo que no hay más estados posibles a excepción del gato de Schrödinger.
Purificó los vasos litúrgicos en la credencia (la mesita auxiliar en el presbiterio), que es algo que sólo se ve en contadas ocasiones, pero con pleno sentido litúrgico. La celebración concluyó con un himno, cantado por el celebrante franciscano y las clarisas, a San Antonio de Padua, de quien se hizo memoria.
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